1.- El fruto esperado que no llega. Tanto el profeta Isaías como el evangelio de Mateo utilizan la imagen de la viña para resaltar la relación de Dios con su pueblo. La viña era la casa de Israel. Yahvé la plantó, arregló y preparó con todo esmero para que diera fruto. Derrochó en ella todo su amor. Sólo esperaba de ella una cosa: que diera uvas, el fruto de la vid. En el pacto de la Alianza en el Sinaí quedó claro el compromiso de ambas partes: "vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios". El Señor fue fiel, pero el pueblo olvidó su juramento. Dios sólo deseaba que diera frutos de amor, por su propio bien, por su propia felicidad. A pesar de todo, envió a sus mensajeros los profetas (los criados de la parábola) para recordárselo, pero no sólo no les escucharon sino que les apedrearon o les mataron. ¿Qué más podía hacer por su viña que no haya hecho? Lo impensable: envió a su propio hijo. Pero los labradores acabaron con su vida para quedarse con la viña. Mateo, teniendo en cuenta los acontecimientos de la crucifixión de Jesús en el calvario, dice aquí que los arrendatarios, agarrando al heredero, "lo empujaron fuera de la viña y lo mataron". Recordemos que Jesús murió fuera de los muros de Jerusalén, rechazado por los jefes de Israel y el pueblo judío. Hecho éste al que atribuye un hondo significado el autor de la carta a los Hebreos.
2.- Historia de amor y desamor, de gracia y desagradecimiento. Así vino la perdición. Al Señor no le quedó otro remedio que entregar su viña (su Reino) a otro pueblo que produzca frutos. La historia de la viña es la historia del pueblo de Israel, la historia de la humanidad. Ahora la viña del Señor es la Iglesia, llamada a ser sacramento universal de salvación. Su misión es, como señalaba la "Lumen Gentium", anunciar y establecer el Reino de Dios, cuyo germen se encuentra ya en este mundo. Para que esto sea posible es necesario que todos los cristianos tomemos conciencia de nuestra responsabilidad en el trabajo de la viña: clérigos y laicos, todos somos corresponsables. ¿Has escuchado la llamada que Dios te hace a trabajar en la viña?, ¿te has preguntado alguna vez cuál es la parcela de la viña de la que te encarga el Señor?
3.- Todos somos trabajadores activos en la viña del Señor. En nuestras comunidades parroquiales se anuncia estos días el plan del nuevo curso con multitud de grupos y actividades -pequeñas parcelas- en las que los miembros de la comunidad pueden colaborar. La pasividad y el pasotismo son nefastos para la Iglesia. Has recibido un carisma por parte de Dios, no lo entierres miserablemente, sé generoso. La mayoría de edad del laico dentro de la Iglesia debe manifestarse dando testimonio en medio del mundo, que es el lugar donde se desenvuelve su actividad. Dejemos que cada cual aporte su granito de arena en la construcción del Reino.
4.- Los retos de la nueva evangelización. Los trabajos del campo se han modernizado. Las nuevas técnicas agrícolas han suavizado el rigor del esfuerzo y han permitido la mejora de los rendimientos. Sin embargo, da la sensación de que la Iglesia ha quedado anquilosada en sus viejos planteamientos y métodos, sin darse cuenta de los retos que plantea hoy día la nueva evangelización, el trabajo en la viña del Señor. El lenguaje no llega ni se entiende, el hierático corsé litúrgico impide a menudo la comunicación con la asamblea. Los cristianos debemos afrontar los nuevos tiempos con una actitud abierta, debemos escuchar la voz de Dios que nos invita a trabajar en su viña y la voz del pueblo de Dios que espera de nosotros una actitud más evangélica. No basta con querer ir a trabajar a la viña, hay que hacerlo con los medios actuales, para que nuestros frutos no sean raquíticos, sino abundantes. Los medios de comunicación y las redes sociales son un medio privilegiado para anunciar hoy el evangelio, junto con el testimonio de vida y el acompañamiento personal.
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