Fue Luis Ormières un hombre íntegro que vivió siempre cara a la Verdad para ofrecer su jornada cotidiana, siendo el apoyo de quienes caminan buscando al Señor. En la escuela del Maestro aprendió el talante y las virtudes propias del apóstol, del profeta. Virtudes que practicó, enseñó y nos dejó como legado espiritual. Su vida teologal fue recia y le ayudó, contra viento y marea, a mantener su fidelidad a la Iglesia y a Dios. Su actitud interior le prepara para acoger la Palabra en la fe, la esperanza y la caridad. Su fe es activa y coherente.
Es la fe que le ayuda y empuja a abandonarse en la Providencia. Es la fe que le mantiene firme y seguro ante las dificultades que tuvo como sacerdote y como fundador. Es la fe que le da serenidad y equilibrio cuando las puertas se le cierran y sus proyectos parecen venirse abajo. Es la fe que le abre incondicionalmente a la escucha de la Palabra. Es la fe que le conduce a ser persona de profunda oración. Es la fe que iluminó siempre su vida. Y, junto a la fe, la esperanza, como antorcha, que ilumina su caminar. Es la esperanza el fundamento de su serenidad y de su paciencia. Es la esperanza el pilar en el que se apoya para llevar adelante el proyecto educativo a favor de los niños y jóvenes abandonados.
Es la esperanza, como consecuencia de su confianza en Dios, que le sostiene, y le anima a seguir adelante. Es la esperanza que calma las inquietudes de su corazón. Es la esperanza que le hace, en cada amanecer, entonar un canto de acción de gracias y de alabanza porque cree que un mundo mejor es posible. Y, como fundamento de ambas, la caridad. Caridad en su doble dimensión: amor a Dios y amor con el prójimo. Las dos dimensiones fueron la razón de su total donación. Su Amor a Dios fue, como todo en su vida, sencillo pero profundo. Su Amor a Dios era el clima que se vivía junto a él. Su Amor a Dios era la fuerza, la sabiduría para iniciar y continuar el camino. Su Amor a Dios era un deseo constante que le lleva a la oración para conocer la voluntad de Dios en su vida. Su Amor a Dios le lleva, al final de sus días, a gozar de una vida interior intensa, silenciosa, de aceptación total. Vida interior que se manifiesta en su amor al prójimo. Amor al prójimo transparente, sencillo, incondicional. Amor al prójimo que le lleva a ser “mártir de la caridad”.
Amor al prójimo que no tuvo descanso, buscando siempre a los más necesitados: las niñas y niños de las zonas rurales de Quillán. Amor al prójimo que le impulsó a buscar el bien espiritual y el amor a Dios en los pobres, en los niños, en los amigos, en las Hermanas. En definitiva, el Padre Ormiè- res fue un hombre sencillamente grande, un profeta menor, que se supo amado por el Señor y su única meta fue amarlo y darlo a conocer y este amor fue inseparable del amor al prójimo. ¡Gracias Padre Ormières por tu ejemplo de vida, por tu coherencia entre las palabras y las obras!
Hna. Purificación
López
Religiosa del Santo Ángel
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