miércoles, 8 de junio de 2016

La batalla de las Comuniones . Por Joaquín Manuel Serrano Vila



         Entre cierta perplejidad y “un run run” en la cabeza que me decía que podría pasar en cualquier sitio, también aquí, leía el pasado día en LNE la batalla campal que tuvo lugar dentro de la iglesia de Ujo, con motivo de las comuniones entre los “titulares” y los “adjuntos” de una niña primocomulgante.

            Enseguida pensé en el párroco (enfermo y mayor), en la buena gente que tuvo que soportar el espectáculo y en los pobres niños que asustados vivieron el bochorno de ver a “los papás” a guantazo limpio en medio de la iglesia, donde ni seis agentes de la Guardia Civil eran capaces de controlar la trifulca.

            La comuniones, cada vez más, son “una batalla” de trabajo y desgaste para las parroquias, para los párrocos y para los catequistas, pero lo cierto es que últimamente y aunque también se trate de tener todo el tacto posible ante las “nuevas situaciones” que surgen entre las parejas (lo del matrimonio ya no es tan exacto, y ser “padres” tampoco es lo mismo que engendrar) progenitoras de los niños, a párrocos y catequistas nos llueven tinglados que ante la falta de sentido común de “las partes” pueden acabar en batalla tan real y barriobajera como la de Ujo.

            En esta Parroquia, como creo que en cualquiera ya, hemos tenido que lidiar varias veces con situaciones similares -no de “batalla física” -a Dios grcias- al pretender algunos hacernos pasar por embudos  donde el padre, o la madre, o el “novio” de la madre, o la segunda “novia” del padre, o el “amigo” del padre, o el último consorte de la madre… etc, nos quieren enmendar la plana o intimidar y/ó condicionar mediante visitas y/ó “colegueos” interesados reivindicando supuestos derechos adquiridos (que incluso en ocasiones se vuelven en veladas amenazas de wasap: “Que si voy al arzobispado”; “que si voy al juzgado…”) teniendo el cura que pasar por situaciones incómodas para poner debidamente los puntos sobre la íes. Pero ocurre, al tiempo, que muchas veces no tenemos ni esa posibilidad ni esa capacidad pues no está en nuestra mano, y, todo hay que decirlo, tampoco ganas ni edad de aguantar tonterías, cuando van siendo muchas.

            Lo de Ujo es sólo la constatación de todo lo anterior en su último exponente, y de la falta de sensatez y de elemental decencia a la que está llegando gran parte de nuestra sociedad, donde algunos a la Iglesia y sus sacramentos los usan y abusan como plataforma de su propia ramplonería e inmoralidad, sin importarles tampoco en sus vuelos gallináceos ni los niños ni la gente (eso les salva principalmente) que sabe estar y a qué vienen;  sólo sus egos o fobias…

            Como diría Escarlata O´hara, “a Dios pongo por testigo” -aviso a navegantes- que a mí me montan un pollo como ese en plena celebración y dentro de la Iglesia, y sintiéndolo mucho por todos los demás, me quito los capisallos y ahí se quedan haciendo luego si quieren un ritual Bantú Amerindio el padre, la madre, “el novio”, “la novia”, “el amigo”, “la adjunta”, “el arrimao” y la prima coja de Antequera, por donde puede salir el Sol: ¡Palabrita del Niño Jesús!


Joaquín, Párroco

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