Juan Antonio, el don de ser hermano
La vida nos arrulla con sus dones acercando la bendición de Dios que inmerecidamente te regala lo que necesitas en tu precaria indigencia para hacer lo que debes hacer, para llevar adelante lo que se te ha confiado junto a la gente que han puesto a tu cuidado. Tantos dones, siempre inmerecidos, ponen luz en la mirada y alegría en el corazón, haciendo grácil y gozosa la entrega al cometido asignado por la divina providencia a tus manos, a tu tiempo y a tu edad. Así ha sido siempre en mi camino humano y cristiano, como fraile franciscano, como sacerdote, como profesor universitario, luego también como obispo. Una lista interminable de deudas amables ante tanto recibido, deudas que no se pagan con monedas ni favores, sino con la más sincera gratitud, como humilde devolución amorosa por lo mucho que se me dio. Pero hay dones que tienen nombre y fechas en tu calendario personal. Especialmente cuando son regalos vinculados a los hermanos que el Señor me ha venido dando como una compañía fraterna que me ayuda a seguir adelante hasta que pueda abrazar el destino prometido.
Hace una semana se hizo pública la noticia de que el papa Francisco nombraba nuevo obispo de la diócesis vecina de Astorga a Mons. Juan Antonio Menéndez Fernández. Mi buen amigo y mi buen hermano desde que llegue a Asturias hace ahora más de cinco años. La archidiócesis de Oviedo y su arzobispo necesitábamos un obispo auxiliar por tantos motivos. Lo pedí al papa Benedicto XVI y él me lo concedió sin decirme todavía quién sería el asignado. En el ínterin hubo cambio de Pontífice, pero no se interrumpió la promesa que ya estaba concedida. Por eso, a los pocos meses de comenzar su pontificado, sería el papa Francisco quien plasmaría con el nombramiento de D. Juan Antonio la gracia que yo había pedido a la Iglesia de contar con un hermano auxiliador y cercano.
Han sido tan sólo dos años y medio, pero en los que hemos podido vivir mutuamente ese regalo de sabernos acompañar en el Señor. Donde no llegaba yo, él alcanzaba a llegar. Lo que no sabía yo, en él Dios me lo enseñaba. Cuantas cosas no podía por mí mismo, Juan Antonio hacía factible lograrlo. He vuelto a leer la homilía en la misa de su ordenación episcopal y después de haber pronunciado mi más sentido gracias no he podido sino decir un rendido amén.
Decía entonces que siendo distintos ambos, desde que nos conocimos ha habido un reconocimiento sencillo y gozoso del don de sabernos hermanos. La fraterna amistad se hacía misión en el ministerio episcopal mirando el bien de la Diócesis, él como obispo auxiliar y yo como arzobispo. Una ayuda mutua para poder ayudar a todos los demás hermanos. Ha habido una rica complementariedad: yo soy de Madrid, él asturiano. Yo he vivido en muchos sitios dentro y fuera de España por mis estudios y docencia, él ha estado siempre en esta tierra diocesana tan hermosa, de gente noble y tan rica en su historia. Yo soy teólogo, él canonista. El ser hijo de San Francisco me constituye religioso, mientras que él fue llamado al clero diocesano. No ha sido un rival que se me impuso sino un verdadero hermano que inmerecidamente se me dio, además de amigo muy querido, y juntos hemos podido acompañar a este pueblo que Dios en su Iglesia nos confió.
Sea bienvenida la noticia aunque el pañuelo de silencio cueste tanto agitarlo en esta hora del partir. Tendremos ocasión de seguir trabajando juntos al estar Astorga en la misma Provincia Eclesiástica de Oviedo. Y hasta allí le acompañaremos en ese viaje de ida… y que no se olvide él de volver aquí. El Señor y la Santina le bendigan.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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