¡Queremos un obispo normal!
Y es que, en efecto, Reig Plà es un obispo completamente anormal. Un obispo que no se dedica a nadar y guardar la ropa; un obispo que no fornica con los reyes de la tierra ni da al César lo que es de Dios; un obispo que tiene vista de águila para distinguir y explicar las causas últimas de los males que padecemos; un obispo que no lanza guiños de puta vieja a la corrección política; un obispo que se atreve a recordar sin ambages la doctrina de la Iglesia, en una época de cambalache y mistificación. No debe extrañarnos, pues, que la jauría politiquilla lo denigre y vitupere; y tampoco deberá extrañarnos que algún día se decrete contra él la persecución más horrenda y azufrosa, que es la que se promueve desde el propio ámbito religioso, como nos anunciase Cristo: «Os expulsarán de la sinagoga; y, cuando os maten, pensarán que le están haciendo un servicio a Dios». Un obispo tan anormal como Reig Plà desentona y deja a los obispos «normales» en evidencia; un obispo tan anormal merece, sin duda, el ostracismo del mundo. Pero, por mucho que el mundo lo denigre y persiga, a Reig Plà nadie podrá quitarle el consuelo de la Bienaventuranza última, que le asegura una recompensa grande en los cielos; y, mientras dure su peregrinaje en la tierra, le quedará el consuelo más modesto de llevar, con su ejemplo de martirio personal, esperanza a los afligidos.
En la carta pastoral citada más arriba Reig Plà escribió verdades como puños que ningún obispo «normal» se atrevería a afirmar. Escribió, por ejemplo, que los partidos políticos mayoritarios se han constituido en verdaderas estructuras de pecado (repitiendo el juicio de San Juan Pablo II enEvangelium Vitae); escribió que el Partido Popular como, por lo demás, todos los mayoritarios es liberal, infectado por la ideología de género y siervo del «imperialismo transnacional» del dinero; escribió que «no es justificable moralmente la postura de los católicos que han colaborado con el Partido Popular en la promoción de la reforma de la ley del aborto», amparándose falazmente en una doctrina del mal menor que no era aplicable al caso (según San Juan Pablo II explicó enEvangelium Vitae); y escribió que algunas instancias de la Iglesia Católica «no han propiciado, sino más bien obstaculizado» la aparición de nuevos partidos que defiendan sin fisuras el derecho a la vida, la familia, la justicia social o la atención a los pobres.
Es natural que los enemigos internos y externos execren y persigan a un obispo tan anormal como Reig Plà: no conviene que la doctrina de la Iglesia llegue sin ambages ni cataplasmas barulleras a los fieles, en una época de cambalache y mistificación.
Juan Manuel de Prada
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