Aparecen de nuevo como la avanzadilla cristiana de quienes están en primera línea arriesgando sus vidas en la vanguardia del anuncio del Evangelio. Ya no es solamente el gesto de entrega generosa de los misioneros al tener que dejar padre, madre, tierra y cultura muchas veces, sino más grande y añadido el que tendrán que abrazar al meterse en otra tierra, con otras gentes, con distinta lengua en muchos casos. Y no siempre en medio de una acogida amable y agradecida, sino en una intemperie de violencia fundamentalista y excluyente, con el añadido de estar en la diana de algunas pandemias de virus y bacterias que no cesan.
Hay una anécdota preciosa de la Beata Madre Teresa. Alguien que visitó la casa que las Misioneras de la Caridad tenían en Calcuta, viendo como ellas trataban a los moribundos que recogían de las aceras o recataban de los estercoleros, para que al menos murieran con dignidad y no como perros, quedó profundamente tocado. Bueno, tocado y contrariado al mismo tiempo, por el testimonio que ellas estaban dando y lo poco que él en su mundo satisfecho estaba haciendo. Y entonces le salió comentarle a la Madre Teresa: “yo esto no lo haría ni por un millón de dólares”. Ella se quedó mirando a este hombre que al menos había tenido el valor de asomarse a ese mundo de pobreza extrema y de entrega admirable de unas mujeres misioneras, y le dijo: “yo tampoco lo haría por un millón de dólares… sólo lo hago por amor a Jesucristo que me reclama en el amor a estos hermanos, últimos entre los últimos”.
Esta es la nómina de los misioneros: darlo todo, darse a sí mismos, pero no por un altruismo que en el fondo está financiado y que cobra dietas, como bien sabemos que hacen algunos de determinadas organizaciones. Más bien por una única razón: el amor a Dios que se abraza en el amor al hombre concreto que la Providencia pone en tu camino sea cual sea su condición. Aunque implique mil renuncias, aunque tengan que dejarlo todo, aunque hubiera que aprender otras lenguas, aunque te sientas en medio de otra cultura como un extraño, aunque puedas sufrir la incomprensión y la persecución violenta, aunque el ébola de turno pueda quitarte de en medio… aunque haya todos estos aunques, el misionero cristiano sabe por quién lo hace y por quienes se entrega.
El próximo domingo celebramos el día del Domund. El lema de este año nos resulta familiar: “Renace la alegría”, algo que está en el corazón de nuestro Plan Pastoral Diocesano como hilo conductor de estos cinco años: que la ciudad se llene de alegría (Hch 8). Una alegría que brota de la fe madura, que se expresa en el amor de caridad y que reparte como don granado la sonrisa de la esperanza.
El Papa Francisco dice en su mensaje del Domund. “A menudo esto se debe a la ausencia en las comunidades de un fervor apostólico contagioso, por lo que les falta entusiasmo y no despiertan ningún atractivo. La alegría del Evangelio nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres. Animo, por tanto, a las comunidades parroquiales, asociaciones y grupos a vivir una vida fraterna intensa, fundada en el amor a Jesús y atenta a las necesidades de los más desfavorecidos. Donde hay alegría, fervor, deseo de llevar a Cristo a los demás, surgen las verdaderas vocaciones”. Todo un itinerario que nos emplaza a testimoniar en medio de un mundo insolidario y opulento, la alegría que hay renacida en la entrega cristiana frente a la soledad triste y asustadiza que anida en el miedo egoísta.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Hay una anécdota preciosa de la Beata Madre Teresa. Alguien que visitó la casa que las Misioneras de la Caridad tenían en Calcuta, viendo como ellas trataban a los moribundos que recogían de las aceras o recataban de los estercoleros, para que al menos murieran con dignidad y no como perros, quedó profundamente tocado. Bueno, tocado y contrariado al mismo tiempo, por el testimonio que ellas estaban dando y lo poco que él en su mundo satisfecho estaba haciendo. Y entonces le salió comentarle a la Madre Teresa: “yo esto no lo haría ni por un millón de dólares”. Ella se quedó mirando a este hombre que al menos había tenido el valor de asomarse a ese mundo de pobreza extrema y de entrega admirable de unas mujeres misioneras, y le dijo: “yo tampoco lo haría por un millón de dólares… sólo lo hago por amor a Jesucristo que me reclama en el amor a estos hermanos, últimos entre los últimos”.
Esta es la nómina de los misioneros: darlo todo, darse a sí mismos, pero no por un altruismo que en el fondo está financiado y que cobra dietas, como bien sabemos que hacen algunos de determinadas organizaciones. Más bien por una única razón: el amor a Dios que se abraza en el amor al hombre concreto que la Providencia pone en tu camino sea cual sea su condición. Aunque implique mil renuncias, aunque tengan que dejarlo todo, aunque hubiera que aprender otras lenguas, aunque te sientas en medio de otra cultura como un extraño, aunque puedas sufrir la incomprensión y la persecución violenta, aunque el ébola de turno pueda quitarte de en medio… aunque haya todos estos aunques, el misionero cristiano sabe por quién lo hace y por quienes se entrega.
El próximo domingo celebramos el día del Domund. El lema de este año nos resulta familiar: “Renace la alegría”, algo que está en el corazón de nuestro Plan Pastoral Diocesano como hilo conductor de estos cinco años: que la ciudad se llene de alegría (Hch 8). Una alegría que brota de la fe madura, que se expresa en el amor de caridad y que reparte como don granado la sonrisa de la esperanza.
El Papa Francisco dice en su mensaje del Domund. “A menudo esto se debe a la ausencia en las comunidades de un fervor apostólico contagioso, por lo que les falta entusiasmo y no despiertan ningún atractivo. La alegría del Evangelio nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres. Animo, por tanto, a las comunidades parroquiales, asociaciones y grupos a vivir una vida fraterna intensa, fundada en el amor a Jesús y atenta a las necesidades de los más desfavorecidos. Donde hay alegría, fervor, deseo de llevar a Cristo a los demás, surgen las verdaderas vocaciones”. Todo un itinerario que nos emplaza a testimoniar en medio de un mundo insolidario y opulento, la alegría que hay renacida en la entrega cristiana frente a la soledad triste y asustadiza que anida en el miedo egoísta.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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