Don Santiago junto al Párroco de Lugones en el Canto de la Salve Lugonina
Santiago Pérez García, el pastor de Leitariegos
Nacido en Obanca, entre las vides de carrasquín y verdejo tinto que con esmero
cultivaron ya en el siglo XI los monjes de Corias, produciendo un vino
identitario de esa zona suroccidental de Asturias, y que hoy los etnólogos han
hecho que tengan etiqueta prestigiosa y que vuelvan a ganar premios, como una
cepa autóctona enraizada en esas laderas empinadas, Santiago nunca quiso salir
de su tierra del Narcea. Solamente un año, después de recibir la ordenación
sacerdotal el 11 de junio de 1951, estuvo en la zona de Grado, en las parroquias
de Restiello y Vigaña. En octubre de 1952 fue destinado a su tierra de Narcea.
Allí desempeñó su larga vida sacerdotal en las parroquias cercanas al puerto de
Leitariegos, primero en las más altas, San Juliano de Arbás y Santa María de
Brañas. Diez años más tarde le asignarían las de San Vicente de Naviego, San
Pedro de Arbás y Villacibrán, hasta su jubilación. Fueron más de cincuenta años
atendiendo, en diversas ocasiones, casi todas las parroquias de esa ruta que
marca la antigua calzada romana que iba de Cangas del Narcea al alto del puerto
de Leitariegos.
Al puerto, según la secular costumbre, suben los labradores sus ganados en la
temporada estival, para pastar en aquellas brañas que dan origen al nombre
«leitariegos»: «eficaces para dar buena leche». Aquellos pastos son muy
leitariegos. Contaba don Santiago, con la gracia pícara que tenía, que, al subir
al puerto los ganaderos solían «echar una misa a San Antonio», encomendándole al
popular santo el cuidado temporal del ganado. Él les advertía: «Con poco
contentáis a este “buen pastor”. Tenéis que ser más generosos con él que tiene
muchos a quienes atender». En tanto años y siendo de la misma tierra, llegó a
una gran sintonía con sus parroquianos, que entendieron bien su manera de ser, y
él la de sus feligreses. De temperamento más bien tímido y retraído, tenía una
chispa ocurrente que era la salsa en muchas reuniones, con sus salidas
espontáneas, que contribuían al buen humor de los asistentes. Veterano
sacerdote, supo ayudar a todos los compañeros que fueron pasando por aquella
zona, en la que los Dominicos del monasterio de Corias dejaron su huella
evangelizadora y de formación. Don Santiago era una leyenda viviente.
Tiene en su historia un dato singular. Entre los pueblos que conforman la
parroquia de San Julián de Arbás está Trascastro. Allí nació, creció, trabajó,
cazó y pescó don Atilano Rodríguez, que fue obispo auxiliar de esta diócesis y
hoy regenta la de Sigüenza-Guadalajara. Don Santiago le dio la primera comunión,
descubrió su vocación sacerdotal y le envío al Seminario. Pocos pueden tener una
cosecha pastoral tan extraordinaria.
Había cumplido ochenta y siete años el 4 de abril. Fue uno de esos curas
rurales que tuvieron que sufrir el profundo y acelerado cambio que hubo en la
segunda mitad del siglo XX, en la que no sólo cambió la Iglesia por el Vaticano
II, cambiaron los pueblos y el modo de vivir en estos pueblos. Se prepararon
para una sociedad diferente, a la que luego tuvieron que adaptarse. Tienen mucho
mérito. Fueron servidores fieles de los que el Evangelio nos dice «que recibirán
el ciento por uno».
Monseñor Javier Gomez Cuesta
Párroco de San Pedro Mayor de Gijón
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