(La Puerta de Damasco) A la hora de la verdad, cuando el Señor nos juzgue, el criterio decisivo será la actitud ante el prójimo necesitado. No caben las omisiones ni podremos escudarnos en una inconsciente y cómoda ignorancia del que no sabe nada ni ha visto nada, porque nada ha querido saber ni ver.
San Roque rompió la burbuja del egoísmo y de la indiferencia escuchando el clamor de los hombres, sus hermanos. La caridad y la misericordia brotan de un corazón abierto a Dios y que, por ello, sabe empatizar con el otro, ponerse en su lugar y, así, emprender la marcha para socorrerlo. San Roque es un peregrino, un romero, que se dirige a la Ciudad Eterna para atender la emergencia de la peste y para asistir a quienes se encuentra por el camino.
Todos somos compañeros de ruta, caminantes que recorren los itinerarios del mundo, los senderos de la existencia. Los cristianos hemos de sentirnos unidos a cada ser humano: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”, nos enseña el Concilio Vaticano II.
¿Cuál es la meta de ese camino? Es Dios, es el reino del Padre, hacia donde nos dirigimos reunidos en Cristo y guiados por el Espíritu Santo. La meta nos atrae y nos impulsa. Jesucristo la ha alcanzado primero, nos precede y nos empuja suavemente con el don de su Espíritu.
La caridad es dinámica. La misericordia, que es uno de los rostros de la caridad, es práctica y creativa. No se detiene ante nadie. Actúa alimentado, dando de beber, ofreciendo hospedaje y vestido, cuidado y cercanía al enfermo y al encarcelado.
Tampoco se hace de rogar, perezosa o cobardemente: “Que ni siquiera la noche interrumpa tus quehaceres de misericordia. No digas: ‘Vuelve, que mañana te ayudaré’. Que nada se interponga entre tu propósito y su realización. Porque las obras de caridad son las únicas que no admiten demora”, escribe san Gregorio Nacianceno.
En san Roque se cumplen las palabras del Salmo: “Reparte limosna a los pobres, su caridad dura por siempre, y alzará la frente con dignidad”.
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