En domingo VI del tiempo ordinario la Palabra de Dios nos habla del camino de la vida. Un viaje en el que cada uno de nosotros decide por dónde, con quién, de qué forma. La libertad que Dios nos da es tal que consiente incluso que le excluyamos de nuestro trayecto, de nuestra rutina y hasta del último rincón de nuestra vida.
El libro del Eclesiástico nos presenta esta realidad de toda persona que según va creciendo y hasta el final de su existencia, deja atrás las cosas que se le dan hechas para tener que ser uno mismo el decida y opte. Esto o lo otro, sí o no, bien o mal...es lo que nos muestra la primera lectura; la constante elección: fuego o agua, vida o muerte.
Y en la epístola de San Pablo se nos invita a ir más allá, es decir, a no quedarnos sólo en las claves mundanas sino en añadir a todo ello una visión trascendente. Como él mismo dice a los cristianos de Corinto hablamos de una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, condenados a perecer, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. ¿Y cuál es esa gloria? Vivir por siempre con Él, única vida verdadera y sin final. No sólo podemos apartarnos del Señor aquí en la tierra en nuestra vida cotidiana, sino que también, llegada la hora de nuestra muerte, se nos dará la opción de elegir un camino u otro, con Dios o sin Él. Por ello el salmista canta y nos recuerda: "Dichoso el que camina en la voluntad del Señor".
El evangelio de hoy por su parte, nos presenta la actualización de los mandamientos de la ley de Dios en boca de Jesús, pues también durante los años de la predicación el Señor se encontraba muchas realidades de oyentes variopintos a su alrededor: los que le admiraban, los que le odiaban, los que se acercaban por mera curiosidad, y también los había por maldad interesada o por ignorancia atrevida que tergiversaban o malinterpretaban sus explicaciones, por lo que Jesús se veía obligado siempre a incidir sobre todo en lo que afectaba a la tradición judía para evitar conflictos con las autoridades religiosas del momento, siempre al acecho: Si no sois mejores que los escribas y los fariseos no entraréis en el reino de los cielos...
Los había que pensaban que como el Mesías era Él en verdad, y que como ya había llegado, todo lo anterior era ya pasado y el reino de los cielos venía a ser como una revolución del amor donde sobraban las rígidas leyes y costumbres y advertencias morales dadas a lo largo de siglos por los profetas. Por eso el Señor es tajante cuando advierte que no viene a abolir la ley sino darle plenitud; es decir, ahora más que nunca tiene sentido ser fieles a lo que Dios nos pide, pues nos ha mostrado el amor extremo hacia nosotros entregándonos a su Hijo hecho hombre.
Jesús da un nuevo enfoque a la ley; nos exhorta a no verla como una costumbre sin sentido o como algo "desfasado" para someternos bajo el miedo, sino todo lo contrario; nos presenta los mandamientos en clave de liberación, como señales seguras para el camino, como medios que nos llevan de forma segura a vivir en su presencia y en su gracia.
El insulto, el asesinato, el adulterio, la codicia, la mentira... todo ello nos aleja de Dios, pero también de los hermanos. Y aprovecha el Señor para darnos la lección de la Paz; esa Paz verdadera que es indispensable para poder comulgar con un alma limpia. La Palabra de Dios hoy nos llama a vivir el Evangelio pero no a nuestro modo, sino teniendo presentes los mandamientos que nos ayudan a recorrer nuestro camino como auténticos discípulos del Salvador. Es una llamada del Señor a la coherencia en nuestras vidas cotidianas como verdaderos creyentes, primero hacer las paces y arreglarme con la persona que no me llevo bien, para así merecer participar de modo pleno del misterio de Cristo.
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