jueves, 29 de octubre de 2015

Las reformas del Papa Francisco: el aborto



¿Qué dice sobre el aborto el Papa Francisco?

La Iglesia Católica se remite a Jesucristo, que es su origen, su fundador y su fundamento permanente. Él es el Logos encarnado. El Logos es la Razón y la Palabra. Y esa razón divina, que sostiene y potencia la razón humana, no nos exige nada que sea absurdo o irracional.

Jesucristo pide el cumplimiento de los mandamientos. A un hombre que le pregunta: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna”, Él le responde. “Ya sabes los mandamientos” (Lc 18,18-20). El no que está al comienzo de alguno de los mandamientos – como el “no matarás” – equivale, en el fondo, a un gran sí; un sí a la vida.

El Evangelio es, ante todo, un sí: Un sí de Dios al hombre. Un sí a favor de la verdad, del amor, de la libertad y de la misericordia.

Cuando, siguiendo los mandamientos, la Iglesia previene sobre la maldad del aborto provocado, lo que hace es proclamar la verdad, pero sin usar la verdad como un arma arrojadiza, sino como un instrumento liberador (“la verdad os hará libres”, Jn 8,32) que busca el bien de todos: del niño que ha sido llamado a nacer, de sus padres y de la sociedad en su conjunto.

El Papa Francisco, al igual que todos los papas, ha sido muy claro en sus pronunciamientos sobre el aborto. En la exhortación apostólica Evangelii gaudium, pide a todos los católicos “cuidar la fragilidad” haciendo frente al vigente modelo “existista” y “privatista”, en el que “no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida” (EG 209).

Entre los débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, “están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo” (EG213).

El Papa es consciente de que, muchas veces, se ridiculiza la defensa de la vida que hace la Iglesia, tachándola de ideológica, oscurantista y conservadora. “Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano” (EG 213).

Por ello, el Papa advierte: “no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Este no es un asunto sujeto a supuestas reformas o ‘modernizaciones’. No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana” (EG 214).

Pero estas nítidas palabras son escritas en un contexto de empatía con las personas que “se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias” (…) ¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor?” (EG 214).

En la encíclica Laudato si’, sobre el cuidado de la casa común, el Papa se refiere, en varias ocasiones, al aborto, encuadrándolo, asimismo, en la cultura del cuidado de lo frágil. En la naturaleza todo está relacionado y, por ello “tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades” (LS 120).

El aborto, un pecado mortal y un delito canónico

Según la doctrina católica, provocar directamente la muerte de un embrión humano es un grave atentado contra la ley de Dios. Si las personas que están directamente implicadas en un aborto son conscientes de lo que hacen, saben de la maldad de su acción y, aun así, la llevan a cabo con plena libertad, cometerían un pecado mortal.

Pero la Iglesia, además de recordar los mandamientos de la ley de Dios, tiene también sus propias normas. La Iglesia no es solo una realidad espiritual, sino que al mismo tiempo es una sociedad, una comunidad visible. Y, en consecuencia, posee su propio “código penal”.

Con el fin de disuadir a los católicos de la comisión de ciertos actos, entre ellos el de aborto, tipifica algunos pecados como delitos canónicos, que llevan aneja una pena o censura. Y así leemos en el c. 1398 del Código de Derecho Canónico: “Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae”; es decir, automática.

La pena de excomunión – en la que no incurriría el católico que fuese menor de edad o que no supiese que el aborto está tipificado como delito canónico – “tiene como fin hacer plenamente conscientes de la gravedad de un cierto pecado y favorecer, por tanto, una adecuada conversión y penitencia” (Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium Vitae, n. 62).

De modo ordinario, la absolución del pecado de aborto está reservada al Obispo, al Vicario General, al Vicario Episcopal o al canónigo penitenciario.

El Año de la Misericordia


En una Carta (de 1-IX-2015) con la que se concede la indulgencia con ocasión del Jubileo extraordinario de la Misericordia, el Papa ha decidido ampliar, durante el Jubileo, a todos los sacerdotes la facultad de absolver del pecado de aborto, acercando de esta manera el perdón a quien lo necesite:

“El perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre. También por este motivo he decidido conceder a todos los sacerdotes para el Año jubilar, no obstante cualquier cuestión contraria, la facultad de absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado y arrepentidos de corazón piden por ello perdón”.



Guillermo Juan Morado.

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