viernes, 25 de enero de 2013

Padre que todos sean uno



Hoy, fiesta de la conversión del apóstol Pablo, se concluye la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, en la que, en todo rincón de la tierra, los cristianos han rezado juntos para que se realice su plena comunión, según la voluntad del Señor. «Ut unum sint - que todos sean uno» (Juan 17, 21). La ardiente invocación de Jesús en el Cenáculo sigue recordando a las comunidades cristianas que la unidad es un don que hay que acoger y desarrollar de manera cada vez más profunda.

La unidad de los cristianos ha sido un anhelo constante de mi pontificado y sigue siendo una prioridad exigente de mi ministerio. En la carta apostólica «Novo millennio ineunte», al final del Jubileo, quise recordar que el anhelo de Cristo es «imperativo que nos obliga, fuerza que nos sostiene y saludable reproche por nuestra desidia y estrechez de corazón» (n. 48).

¡Que no desfallezca por tanto nunca el compromiso de rezar por la unidad y de buscarla incesantemente! Obstáculos, dificultades e incluso incomprensiones y fracasos no pueden y no deben desalentarnos pues la «confianza de poder alcanzar, incluso en la historia, la comunión plena y visible de todos los cristianos se apoya en la plegaria de Jesús, no en nuestras capacidades» (Cf. ibídem).

Invocamos ahora con confianza a María, Madre de Cristo y de la Iglesia, para que nos apoye y acompañe en el camino ecuménico.
 

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