lunes, 7 de enero de 2013

¡Dios no me puede pedir tanto! ... ¿o sí?




Hace algunos días vi un video navideño que me gustó muchísimo. Era la representación imaginaria de las disquisiciones que mantuvo Dios con sus ángeles sobre el mejor modo de hacerse más cercano a los hombres. Los ángeles hacían sus propuestas - todas ella muy "humanas" - pero a Dios no le parecían suficientes. Cuando Dios les iba revelando lo que estaba en su mente - la encarnación de su Hijo, en una familia humilde, dado a luz en un establo - todos los ángeles se sorprendían, se confundían, encontraban distintos obstáculos, etc. Sin embargo, uno de ellos - el más niño -, a cada propuesta de Dios, respondía: "Maravilloso, ellos jamás se esperarían eso".
Más allá de lo divertido y tierno del video, creo que toca un punto fundamental de nuestra fe como católicos. Me explico: quien por fe ha aceptado la "locura" y la "necedad" del Dios se hizo hombre por amor, que nació de una virgen inmaculada, que se predicó a sí mismo como Hijo de Dios - ¡en el corazón de Israel! - y terminó desnudo y crucificado en una cruz - rogando por el perdón de sus ejecutores - para la remisión de los pecados de la humanidad..., quien es capaz de aceptar esto por fe, deberá aceptar, sin mayores dificultades, que por lógica Dios es sorprendente, que su planes exceden cualquier cálculo humano y que la medida del Amor la conoce Él y no nosotros. El tierno angelito del video tenía razón, nadie se esperaba algo así.


Pero el Dios que nos mostró un amor inaudito en la persona de Cristo sigue siendo el mismo Dios que acompaña el mundo hoy. No es que del año 1 al año 33 d.c. Dios tuvo un arranque de amor exagerado y ahora se encuentra en modo "Stand By" viendo como se despliega lo que una vez hizo. Dios es fiel a sí mismo y el amor que una vez mostró es el mismo con el cual actúa hoy en tu vida y en la mía.
No es una coincidencia que en el video sea el ángel más niño el único que se deja maravillar desde el inicio por los planes de Dios para la noche de Navidad, y no creo que sea una coincidencia que Jesús haya dicho que quien no es como un niño no entrará en el Reino de los Cielos. Los adultos tienen la realidad controlada, tienen "experiencia", saben cuando sí y cuando no, conocen como son las cosas y entienden el pausado discurrir de la vida. Los niños, en cambio, no. Ellos no juzgan la realidad en base a ninguna experiencia previa, sino que todo el tiempo deben descubrirla, develarla, hacerla propia, y en ese ejercicio la maravilla es constante. Ante los ojos de un niño la realidad puede ser libre, no tiene que dar explicaciones de sí misma para ser creída o para ser considerada "aceptable". Creo que lo mismo ocurre con Dios. Solo un niño es capaz de dejar que Dios sea Dios; es decir, que Dios sea maravilloso, sorprendente y misterioso - como de hecho lo es -, y nos cambie los planes, atraviese nuestras fronteras y rompa con nuestros habituales: "así son las cosas", "yo puedo hasta aquí" y "no puede ser de otro modo". Solo un niño confía con la potencia suficiente para que el Amor de Dios resplandezca en toda su belleza. Y déjenme decirlo: si nuestro Dios es verdaderamente el Dios-hombre crucificado, parafraseando al Señor Jesús, "hemos de ver cosas mayores".
Por eso cuando escucho que una madre se lamenta porque Dios llamó a su hijo al sacerdocio, imagino una gran carcajada en el cielo; cuando padre e hijo no se hablan desde hace años pensando que el problema que los separó es irreconciliable, me viene a la mente la misma risotada; cuando una pareja católica piensa que vivir un amor casto es algo que no se puede vivir en estos tiempos, truenan nuevamente las risas... e imagino a Dios, con voz interpelante, preguntando: "¿Quién se ríe haciendo tanto escándalo?" e imagino a Abraham, Isaac y a un cabrito degollado, mordiéndose los labios para contenerse. "¿Por qué os reís?" - prosigue Dios -, y Abraham, entretenido, responde: "Señor, porque tus hijos no dan pie con bola".
"Dar pie con bola" cuando de Dios y su plan se trata quiere decir estar listos para que Él sea la medida del amor en nuestras vidas. Dios nunca nos pedirá nada que sobrepase nuestras capacidades, pero seguramente nos pedirá algo que sobrepase nuestra comodidad, e incluso nuestros propios planes. ¿Pero por qué? ¡Porque murió en una cruz! No se hizo hombre para tomar el té y llenar crucigramas con su criatura después de una buena siesta vespertina, otra sería la historia... ¡se hizo hombre porque el amor lo urgía y el amor aún lo urge! Y además, le urge que te urja a ti también.
Madurar, cristianamente hablando, es volvernos cada vez más niños. Lo primero que le dijo Jesús a Nicodemo - un "adulto" por excelencia - fue: "El que no nazca de nuevo no podrá ver el Reino de Dios", que no quiere decir otra cosa que: ¡Rejuvenece! hazte como un niño, porque de ellos es el Reino que buscas; confía en mí que yo te daré mi Gracia; el Amor lo he creado yo, no tú; déjame guiarte y sorprenderte, no me pongas condiciones, déjame ser Dios.

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