Casi todos los días recibimos noticias que tienen que ver con el mal momento económico que atraviesa la sociedad: desde los datos fríos sobre los índices bursátiles, las primas de riesgo, la tasa de paro y desempleo, a los datos más personales, cuando ponemos nombre y rostro a las víctimas de esta situación.La incertidumbre socava la esperanza de tantas personas, especialmente las más desprotegidas y vulnerables, ante el desconocimiento de cuánto durará la situación y cómo cambiar el rumbo de las cosas.
No se trata de una simple crisis económica, sino que estamos ante una crisis de hondo calado moral. Intereses enmarañados e inconfesables han podido incentivar una codicia en cuya red tantos han caído; todo un sistema puede haber sucumbido al señuelo de la frivolidad aparentemente resultona, que se ha tornado en ruina y tragedia para demasiadas personas y para algunas instituciones, en este incontrolado “crac” en el que nos encontramos; los especuladores que hacen su agosto todos los días del año, etc.
Crisis moral, porque cuando se abandonan los valores que hacen que la vida sea digna y libre, bellamente sencilla y no tramposamente pretenciosa, entonces se dispara la espiral de acaparar por el prurito de tener, del disfrute enloquecido que no sabe de mesura, de una manera tan fácil como engañosa de ganar dinero a cualquier precio. La Iglesia, que cada día da gracias a Dios por tantas cosas, y cada día sabe pedir perdón también por sus pecados, desde un primer momento ha querido estar cerca de los que peor lo están pasando, de quienes son las víctimas de un sistema herido y de unos inmorales sin remedio.
Lo hacemos calladamente, abriendo nuestros centros de acogida para dar techo, para dar alimento, para distribuir ropa y facilitar medicamentos. Es ingente la labor que realizan Cáritas, Manos Unidas, las Conferencias de San Vicente de Paúl, tantas asociaciones católicas, incontables parroquias y las organizaciones que sin ser confesionales tienen en el cristianismo su inspiración y comienzo.
No solo en el terreno social directo, sino también en el preventivo a través de la educación en una visión cristiana de la vida, donde a niños, jóvenes, adultos y ancianos les proponemos un modo de ver las cosas, de abrazarlas, de evaluarlas y discernirlas. El Evangelio nos acerca esa sabiduría de Dios que se hizo historia, gesto y palabra en Jesucristo. Aunque a veces no estamos a la altura de semejante regalo, son el Señor y su Evangelio, la Iglesia en sus dos mil años, quienes representan el referente y la más preciosa compañía.
La comunidad cristiana está en medio de este mundo plural y diverso. Con discreción tratamos de mejorar el mundo, esta historia inacabada como una incompleta sinfonía. Lo hacemos desde el testimonio creyente celebrando que Dios está entre nosotros y nos acompaña. Lo hacemos desde la cultura que ha generado tantas obras de arte y literatura, tantas escuelas de pensamiento, tantas legislaciones que buscan en derecho el bien de las personas. Lo hacemos también desde una caridad hecha verdad, abrazo solidario que sale al encuentro de los heridos, de los engañados, de los usados y tirados en la cuneta de la vida. Esta es la cosmovisión de la Iglesia católica. Con la gratitud en los labios, el perdón en el corazón, los brazos levantados para la plegaria y abiertos para el auténtico amor. Así, sin privilegios y sin complejos, aportamos lo que somos y tenemos para intentar hacer un mundo mejor.
+ Fr. Jesús Sanz Montes ofm
Arzobispo de Oviedo
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