
Recién comenzada la Octava de Pascua ha fallecido el Papa Francisco; su estado en la bendición "Urbi et Orbi" hacía presagiar que el Santo Padre no estaba nada bien, y así en este lunes llamado popularmente ''del ángel'' ha cerrado sus ojos para este mundo. Como católicos nuestra misión ahora no es hacer juicios ni beatificaciones; el mejor favor que le podemos hacer a Francisco es rezar por él y pedir a los demás que hagan lo mismo, y lo peor -como con cualquier difunto- es decir públicamente: ''Ya está con Dios, ya ha alcanzado la gloria, ya está en el cielo y que interceda por nosotros''... No le robemos al difunto Papa ni a ningún fallecido plegarias; sólo la Santa Sede puede decir quien está ya en el cielo, y por tanto, afirmar que forma parte del Coro de los Santos. Es cierto que en la historia de la Iglesia hubo casos de personas que han muerto con fama de santidad, que recibieron una canonización popular al instante mismo de morir, pero hoy eso ya no se da. Aún recordaremos muchos cómo a la muerte de San Juan Pablo II se escuchaba en toda Roma los gritos de ''Santo Subito'', y aún así, hubo un amplio proceso canónico para estudiar el caso. Su funeral, coincidiendo con la asistencia masiva a Roma de peregrinos del mundo entero que iban a la canonización del beato Carlo Acutis, se ciñó a los estrictos protocolos vaticanos, celebrado en latín y con los ornamentos más rigurosos, y no contradijo para nada el reconocimiento de la gente a su labor y cercanía manifestada en múltiples aplausos en la Plaza y en el recorrido. Pero la Iglesia siempre es prudente, por ello cuando muere alguien solemos decir que parte hacia la Casa del Padre; sí, pero cuando en un medio den por hecho que ya está allí, debe saltar la alarma de que estamos ante el escrito de alguien que desconoce la fe católica, o que es tan atrevido que cree conocer el juicio de Dios mejor que el mismísimo Creador. No es nuestra misión canonizar a Francisco, ni mandarlo al purgatorio o al infierno; nuestro deber es orar por los difuntos y ahora por él, como tantas veces él mismo nos lo ha pedido en estos doce años: “Recen por mí, no se olviden, muchas gracias”.
El pontificado de Francisco como alguna vez he comentado, nos muestra el camino de la Iglesia de siempre; no hay ninguna diferencia, por ejemplo, con lo que toda su vida predicó Don Ángel Garralda. ¿En qué nos ha insistido el Papa Francisco en estos años?: Aborto no, sí a las causas de los Mártires, no a la eutanasia, sí a la religiosidad popular, no al sacerdocio femenino, sí a la liturgia de las horas, no a los sacerdotes casados, sí a la confesión individual... Todo ello con absoluta misericordia y cercanía al pecador, pero no en la aceptación del pecado. El Papa Francisco ha sido en verdad un jarro de agua fría para los que creyeron que sería el Papa que aceptaría el aborto como una opción normal, que sería el Papa que tragaría con la eutanasia, que pondría fin a procesiones, cofradías y tradiciones que tantos consideran incompatibles con el espíritu postconciliar; que ordenaría diaconisas, sacerdotisas y obispas o suprimiría la obligación de los sacerdotes y religiosos de tener que rezar la liturgia de las horas; que sería el Papa que eliminaría la confesión individual promoviendo la absolución colectiva, o que empezaría a vestir de vaqueros o guayabera prescindiendo del "clerygman" y la sotana; que suprimiría el celibato y aprobaría que los sacerdotes se casen o quitaría de los altares los seis candelabros y la cruz, y acabara con el incienso... Resultó que no. No quitó nada, sino que todo está exactamente igual; es más, podemos decir con alegría que pasará a la historia como un Pontífice que ha sacudido la sartén para que nada se pegue, pero que ha sido de los Papas que más han condenado tanto el aborto como la eutanasia, de los Papas que más han reflexionado sobre el demonio y la existencia del mal que denunciaba, sobre el valor del celibato o la imposibilidad del sacerdocio femenino. Es cierto que de vez en cuando -como fino argentino que era- dejaba caer algún comentario "propio" (no "ex cátedra") sobre que habría que estudiar el papel de aquel diaconado de las mujeres en la Iglesia primitiva.Y así algunos se inflaron pensando en un "ya está"... ¡Para nada!
También advirtió sobre sobre la imperante ideología feminista, de la que dijo: "Tiene riesgo de transformarse en un machismo con faldas", o también: “el feminismo exagerado que quiere decir que la mujer es machista no funciona”. Francisco ha dejado muy claro que hay un gran error de conceptos en las mujeres que siguen insistiendo en su presunto lugar en el ministerio ordenado como un paso necesario para la igualdad o la unidad en una especie de conquista de lugar o poder. Para el Papa esto era un problema de mala formación o de mentes "obtusas"; aún en el viaje de regreso de Luxemburgo a Roma el pasado mes de septiembre lo explicaba al ser preguntado sobre estas cuestiones: “Veo que hay una mente obtusa que no quiere oír hablar de esto. La mujer es igual al hombre; es más, en la vida de la Iglesia la mujer es superior, porque la Iglesia es mujer. En el ministerio, la mística de la mujer es superior al ministerio. Hay un gran teólogo que ha hecho estudios sobre esto: ¿qué es más grande, el ministerio petrino o el ministerio mariano? El ministerio mariano es mayor porque es un ministerio de unidad que implica, el otro es un ministerio de liderazgo. La maternidad de la Iglesia es una maternidad de mujeres. El ministerio es un ministerio petrino es muy menor, dado para acompañar a los fieles, siempre dentro de la maternidad''. En otra entrevista le sacaron el tema del acceso de la mujer al ministerio ordenado, y Francisco respondió: "El sacramento del orden sacerdotal está reservado para los hombres", y explicó lo que tantas veces había aclarado ya, que este tema era "un problema teológico", en el sentido de un desconocimiento total de lo que es la Iglesia. El Papa tenía claro que la mujer no necesita ser ordenada para tener su lugar; al contrario, él siempre tuvo claro que el error está en ver el ministerio ordenado como lugar de primeros y no de últimos, de poderosos en lugar de servidores, que es lo que le ocurre a muchas mujeres que aspiran a él. También un periodista le apuntó que si no creía que permitiendo a las mujeres ordenarse aumentaría el número de ministros y fieles, a lo que inteligentemente el Papa respondió: "los luteranos ordenan a mujeres, pero aún así poca gente va a la iglesia". Fue clarísimo, si las iglesias que han apostado por la ordenación de diaconisas, sacerdotisas y obispas están mil veces peor que nosotros, ¿vamos a seguir ese camino que lleva al abismo?.
Hay que aplaudir cómo en este pontificado además ha habido un apoyo total a las causas de los Mártires españoles, a los que el Papa ha dedicado palabras bellísimas: más de mil españoles asesinados por odio a la fe en los años treinta del pasado siglo han sido beatificados por el Papa Francisco. De forma muy especial y para vergüenza de un pequeño reducto del clero asturiano, ahí queda para la historia cómo fue el Papa Francisco quien firmó las beatificaciones que algunos de estos quisieron parar echando más tierra encima, ya en tiempos del Papa Juan Pablo II y del arzobispo Díaz Merchán. Gracias al visto bueno de Francisco los seminaristas mártires de Oviedo subieron a los altares como auténticos testigos de la fe, al igual que el sacerdote de nuestro presbiterio Don Genaro Fueyo Castañón y sus tres feligreses adoradores nocturnos de su parroquia de Nembra. Cuánta alegría me dio que Don Ángel Garralda (q.e.p.d.) pudiera vivir para ver ese día. Él mismo dijo al terminar la celebración que ya podía el Señor llevarle cuando quisiera, pues el día que tanto había soñado le fue permitido verlo. Aquellos sacerdotes, indignos "hermanos" de los Mártires no estaban en la Catedral ni en las beatificaciones, ni en sus parroquias se pusieron los carteles que anunciaron la beatificación, y hasta algunos se atrevieron a predicar contra éstas como si hubiera sido cosa del arzobispo de Oviedo al que igualmente vilipendian con ocasión y sin ella, y no del Papa de Roma... Gracias Papa Francisco por haber dado ese regalo a la Iglesia de Asturias y a su clero. Y para los que no querían ni quieren a los mártires ahí tienen un ejemplo de coherencia en la figura del Papa Francisco al que estos han usado "ad hoc", el cual no sólo ha apoyado la causa de los mártires españoles, sino que ha seguido con muchísimo interés la causa de la Reina Isabel la Católica de la cual siempre se ha manifestado un gran devoto. Francisco ha sido también el Papa que canonizó a Fray Junípero Serra y Manuel González, el obispo de los Sagrarios Abandonados, sin olvidar la beatificación de Álvaro del Portillo. Fue el Papa que canonizó a Juan Pablo II al que tanto quería, y el que le preconizó obispo y le creó cardenal. Su admiración por el gran Papa polaco queda patente en sus documentos en los que con frecuencia salen a relucir las enseñanzas de Wojtyla, como por ejemplo en ''Querida Amazonía'', a la hora de abordar la cuestión de la inculturación de la fe donde afirmaba Francisco: ''San Juan Pablo II enseñaba que, al presentar su propuesta evangélica, «la Iglesia no pretende negar la autonomía de la cultura. Al contrario, tiene hacia ella el mayor respeto», porque la cultura «no es solamente sujeto de redención y elevación, sino que puede también jugar un rol de mediación y de colaboración».
Los escritos del Papa Francisco nos dejan un rico magisterio: qué curioso que su última encíclica la dedicara al Sagrado Corazón de Jesús, otra bofetada a ese clero verdaderamente sectario y de vuelo gallináceo que no supo comprender las enseñanzas del Concilio de las que muchas veces presumen desde un tufo ideológico, y que se dedicaron a decirle a los fieles cuál era el camino bueno y cuál el malo cuando, curiosamente, ni lo malo tan malo, ni su bueno tan bueno. ¿Habrán leído ''Dilexit nos'' esos eruditos sacerdotes que durante los últimos cuarenta años nos predicaron que la devoción al Corazón de Cristo era algo preconciliar y trasnochado, que había que pasar página e incluso donde parte del clero de Gijón se opuso a la restauración de la hoy Basílica-Santuario del Sagrado Corazón en esta ciudad?...
El Papa argentino del que se les llena la boca sólo para lo que les conviene, ha insistido en una Iglesia donde caminemos todos juntos, que sea más sinodal y menos clerical, y el clericalismo puede tener distintas formas y colores desde la impronta que cada cura le de, y muchos a los que se les llena la boca de sinodalidad no permiten en su iglesia -vacía- mover un jarrón ni cambiar una bombilla sin su magistral anuencia. Ciertamente, la Iglesia no es democracia, es mucho más: es comunión y es jerárquica. Un sacerdote no debe vivir como un laico, ni una religiosa como casada, ni un laico como un clérigo... Francisco ha denunciado continuamente el clericalismo (todo clericalismo) como un ''látigo, un azote, una forma de mundanidad que ensucia''. Cuando un sacerdote dice ''en esta parroquia no se usa casulla porque yo no quiero'': ¡eso es clericalismo! Cuando una religiosa dice ''en el colegio hoy no hay oración de miércoles de ceniza, sino taller de yoga'': ¡eso es clericalismo!. Cuando un párroco deja a los fieles sin confesiones, les predica sus propias ideas o contrarias al Catecismo de la Iglesia, les celebra una liturgia que no es la católica o quita los reclinatorios de los bancos para que la gente no pueda arrodillarse: ¡eso es clericalismo!. A menudo esa iglesia dictatorial y autoritaria que algunos denuncian está escondida bajo un barniz supuestamente aperturista y moderno, pero que no tolera otra opción que se salga de la del ombligo del cura. Es torpe vivir de sueños y aspiraciones propias, y poner todo únicamente al gusto de uno; así lo recordó el Papa en ''Fratelli tutti'' al afirmar: ''nos hemos alimentado con sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro y soledad''.
El Papa Francisco ha sido un hombre sencillo que me parece que no se quiso casar con nadie (el Arzobispo de Valladolid dijo de él que "no era de izquierdas ni de derechas"). Tal vez fue demasiado aperturista para las líneas más conservadoras, como demasiado conservador para los más progresistas. Ya algunos oráculos de Delfos han salido a etiquetar al finado: para González Faus en un escrito que dejó preparado antes de su muerte lo califica de ''un conservador revolucionario" al que definió utilizando los versos de San Juan de la Cruz como ''noche amable más que la alborada'', para Torres Queiruga "No hizo todo lo que le gustaría hacer'', y para nuestro diocesano Fernández Conde "fue la Curia la que no le dejó". Por otro lado, el arzobispo de Filadelfia Monseñor Chaput opinó: ''Su personalidad tendía hacia lo temperamental y lo autocrático. Rechazaba incluso las críticas leales. Seguía un patrón de ambigüedad, dejando caer palabras que sembraban confusión y disputa. Ante las profundas fracturas culturales en asuntos como el comportamiento sexual y la identidad sexual, condenó la ideología de género, pero parecía quitar importancia a la fascinante “teología del cuerpo”. Era impaciente ante el derecho canónico y los procedimientos establecidos. Su proyecto emblemático, la sinodalidad, resultó ser un proceso pesado y poco claro. A pesar de su inspiradora apertura a las periferias de la sociedad, su papado careció de un celo evangélico firme y dinámico. También se echó de menos la excelencia intelectual necesaria para respaldar un testimonio cristiano sobre la salvación (y no meramente ético) en un mundo moderno escéptico''... A la vista está que nunca llueve a gusto de todos, y Francisco dijo también algo muy acertado sobre los medios de comunicación que solemos leer: «Hay que evitar encerrarse en una esfera hecha de informaciones que solo corresponden a nuestras expectativas».
Lo que no se puede negar es que fue un hombre que vivió claramente el espíritu de la Compañía de Jesús, pues él hacía lo que sentía y le dictaba su conciencia de pastor; es decir, el discernimiento puramente ignaciano. Igualmente, su apuesta por las periferias es una continuidad con ese ''misionar en las fronteras'' que está en los orígenes mismo de la Compañía, sin omitir la apuesta de vivir como contemplativo en acción. En estos últimos años ha afirmado unas cuantas realidades que hubiera sido una maravilla que un Papa nos las hubiera dicho hace veinte o treinta años a la Iglesia de Asturias: ''cuando la ideología se mete en los procesos eclesiales, el Espíritu Santo se va a su casa porque la ideología supera al Espíritu Santo''. Ó, por ejemplo, hablando del futuro en la Iglesia el Papa comentó hace unos años que ''no se pueden construir los planes sobre la experiencia eclesial de uno mismo ni mucho menos aún en base a datos sociológicos''. El Papa habló mucho sobre esta moda de querer orientar la iglesia en función a la dirección del mundo o la sociedad, por eso apeló constantemente al valor de hacer memoria qué, según él, significa ''Tener memoria es la actitud que nos ayuda a superar la tentación de la utopía, de reducir el anuncio del evangelio a un simple horizonte sociológico o de que nos embarquen en el marketing de las diversas teorías económicas o bandos políticos''.
El Papa Francisco nos ha señalado todo un camino para vivir la radicalidad al estilo de San Francisco, sin ideologías que envenenan, sino poniendo el centro en Dios y no en el hombre, dando prioridad a la oración para ser Iglesia ante todo y nunca una ONG cualquiera. Con sus errores y aciertos, como cada Pontífice, ha llevado el timón de la Iglesia en estas aguas turbulentas del siglo XXI. Cada Papa dependiendo de su origen, historia, formación o vida, nos regala en los años de pontificado unos matices muy propios. Francisco ha puesto un acento especial en ese anhelo suyo de que la Iglesia se sienta y sea samaritana-hospital de campaña, misionera, en salida, sinodal, misericordiosa y pobre para los pobres. Si recordamos a Benedicto XVI, ahí estaba su anhelo por ser cooperadores de la verdad, su apuesta por el encuentro entre fe y razón, la lucha frente a la dictadura relativista y nihilista, la necesidad de la experiencia personal con Cristo en la vida interior, la hermenéutica de la continuidad... Si pensamos en San Juan Pablo II, su defensa de los jóvenes, su lucha contra la llamada teología de la liberación, su apuesta por el ecumenismo, la nueva evangelización... Cada Papa nos llama la atención sobre retos para la Iglesia de cada momento, a todos les toca hacer pequeños cambios, más siendo realistas, desde Pablo VI con la aplicación del Concilio Vaticano II los demás pontífices hasta la fecha no han hecho cambios significativos. Dos documentos que sin duda tuvieron que hacerle sufrir a Francisco fueron "Amoris Laetitia" y "Fiducia Supplicans". Más de uno opinó que se metió en un charco innecesario, pues si a los párrocos una divorciada vuelta a casar les iba a comulgar, no creo que estos fueran a parar la fila de la comunión para echarla, o si un sacerdote se cruza a dos chicas por la calle y éstas le piden la bendición sin decir nada más, dudo que el sacerdote les pregunte si son familia o pareja para darles una sencilla bendición sin intención de simular un sacramento. Digo que el Papa tuvo que sufrir, pues esos documentos recibieron un fuerte rechazo en sectores del seno de la Iglesia, como así le hicieron saber no pocas conferencias episcopales. Pero eran estos más bien una orientación pastoral, dado que el Papa lo que sí ha cambiado ha sido el nº 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la pena de muerte. En su sensibilidad hacia la naturaleza, al ejemplo de San Francisco de Asís, brotó también su canto continuo en favor de la paz y la no violencia, y no se cansó de decir "no a la guerra". Es cierto que el Catecismo recoge la antigua tradición de la guerra justa que Francisco la ha interpretado siempre no tanto como una guerra en sí, sino más bien de tratar de detener al violento de forma neutral y sin armas. Ya Juan Pablo II habló de “el fenómeno siempre injusto de la guerra”. Pero Francisco ha insistido en esto aún más, aludiendo a la conciencia cristiana sobre la paz en estos últimos cien años en que la doctrina de todos los Papas han ido en la misma línea del no a toda violencia. Francisco dijo que "la lógica del odio y la violencia nunca se puede justificar". En Asturias aún no lo tenemos tan claro, hasta el punto que algunos celebran la revolución de octubre del 34 como algo memorable, o se promueven títulos y reconocimientos a personas que ejercieron la violencia activa y homicida, para vergüenza de las generaciones venideras.
¿Otra Iglesia es posible?: la Iglesia siempre ha sido la misma; nunca ha cambiado, es la de Francisco, la de Benedicto, la de Juan Pablo... Pues en realidad es tan sólo la de Jesucristo. Seguimos soñando con esa Iglesia que deseaba Francisco -como Benedicto y Juan Pablo- en la que quepan "todos, todos, todos": los que rezan en copto, en armenio, en griego, en siro-malabar, celebren la misa mozárabe o la misa de San Pio V, al fin y al cabo todos somos la Iglesia del Señor. A menudo nos equivocamos queriendo pintar los enemigos de la Iglesia dentro y desde dentro, como si Francisco fuera enemigo de Benedicto o viceversa. En el prólogo que escribió el Papa Francisco para una publicación titulada «Liberar la libertad. Fe y política en el tercer milenio» alertaba Francisco sobre los peligros ante los que hoy nos enfrentamos, y citó dos muy concretos como «la pretensión totalitaria del Estado marxista» al tiempo que alertaba de «la colonización de las conciencias » que impone en la sociedad la ideología de género. Algunos ahora llorarán creyendo que el Papa no esperaba morirse y que ya tenía en el tintero esa Iglesia tan imaginaria como "Barataria" que algunos nos han querido vender como aquella que soñaba Francisco. Como hemos dicho, ha quedado a la vista tras doce años que no estaba en su agenda aprobar el aborto, la eutanasia, el sacerdocio femenino o suprimir las causas de los Mártires, la religiosidad popular, la liturgia de las horas, el celibato, la confesión individual, el incienso o los candelabros... Al final Francisco ha sido más conservador casi que Don Ángel Garralda, pues Bergoglio se pasó toda la vida de "clerygman" y terminó vistiendo de sotana los doce últimos años de su vida, mientras que Don Ángel tras casi toda la vida de sotana, los últimos años se hizo más aperturista y ya iba de "clerygman" y pantalones. Al final, todos esos idealistas o ideologizados que nos han querido vender una semblanza de un Papa de izquierdas, revolucionario, globalista, antisistema, pro Lgtbiq+, feminista... Leyendo muchas semblanzas del Papa finado, uno se sorprende del giro que ha pegado la idea general que había al principio de este pontificado. Hasta el lunes Francisco era el Papa más valiente del último siglo, y de pronto algunos lo han convertido en un Papa miedoso y arredrado que quería cambiarlo todo pero que no se atrevió por temor a los curiales. Y ante esto me viene a la memoria la anécdota que contó nuestro Arzobispo Monseñor Jesús Sanz en el funeral del arzobispo emérito, Monseñor Díaz Merchán sobre lo que opinaba de aquellos que tanto le alababan y escribían artículos sobre él, ponderándole: ''queriéndome pintarme, sólo dibujan su autorretrato''.
Rezamos por el eterno descanso del Papa Francisco, al tiempo que pedimos al Espíritu Santo que nos envíe no el Papa que nos gustaría a cada cual, por el que yo apuesto o sueño, sino sencillamente, el que necesita la Iglesia que peregrina en este 2025. Como dijo el P. Santiago Martín: "el Papa que será elegido no va ser el sucesor de Francisco, sino el de San Pedro". Tengamos fe y dejémonos sorprender por el Espíritu que todo lo ilumina, renueva y transforma. No nos quedemos estancados, y como nos diría el propio Francisco: "Por favor muévanse, hagan lío y no sean aburridos"...
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