sábado, 19 de abril de 2025

De los actos de piedad del Sábado Santo a la liturgia de la Vigilia Pascual. Por R. H. M.

Conviene explicar al pueblo de Dios que la Vigilia Pascual no tiene lugar el Sábado Santo, como así lo reclama la liturgia al pedir que se instruya a los fieles sobre la naturaleza peculiar de este día (Maxima redemptionis nostrae mysteria, n. 2). En realidad en Sábado Santo no debería haber ninguna celebración litúrgica a no ser el rezo de la liturgia de las horas, el oficio de lecturas, el rosario u otros actos de piedad popular. La Vigilia Pascual debería celebrarse a las doce de la noche; es decir, en el mismo segundo que empieza el Domingo de Pascua, el tercer día, la noche-mañana de resurrección. Es un día a-litúrgico como se suele decir, pues en este día no celebra prácticamente ningún sacramento a no ser la confesión; incluso la unción de enfermos y la comunión queda limitada a los moribundos o, por ejemplo, a personas que por una intervención quirúrgica puedan verse en peligro de muerte. 

¿Qué hay entonces el sábado santo? Pues la soledad de María y de la Iglesia; es un día para interiorizar el misterio del sacrificio del Señor y su descenso al lugar de los muertos. Aguardamos en oración, ayuno y esperanza que se cumpla su promesa de que en tres días el templo destruido sería reconstruido. En muchos lugares se hacen momentos de oración, especialmente meditaciones marianas buscando acompañar a María en su soledad, aunque la Iglesia da mucha importancia -y así lo recomienda insistentemente en este día- a que los fieles participen del Oficio de lecturas y de las Laudes (cf. n. 40), y sólo cuando esto no sea posible ''prepárese una celebración de la Palabra o un ejercicio piadoso que corresponda al misterio de este día'' (Cf. OGLH, n. 210). También hay tradición en España de hacer momentos de oración ante la cruz o ante alguna imagen de Jesús yacente o en el sepulcro, que puede ser un buen contexto para una catequesis sencilla sobre el verdadero sentido de la verdad que profesamos en el credo: ''descendió a los infiernos'', que es el tema por excelencia para interiorizar el Sábado Santo antes citamos, pues hay quienes confunden el desaparecido "Sábado de Gloria" con el nuevo carz que el Concilio Vaticano II quiso dar a la liturgia del Triduo Pascual, subrayando la importancia del domingo. Los cristianos honramos de forma especial a la Santísima Virgen todos los sábados del año, y esto tiene su raíz precisamente aquí, en el día en que la María está sola; ayer estaba al pie de la cuz, mañana la felicitaremos por la Resurrección de su Hijo, imaginando ese encuentro de Ella y Él resucitado, pero hoy la miramos sola en su soledad, como dice ese hermoso himno de Don Bernardo Velado compuesto para las Franciscanas de la Tercera Orden del Convento del "Sancti Spiritus" de Astorga

Es cierto que por motivos pastorales se adelanta la hora de la Vigilia Pascual, aunque hay que tener mucho cuidado de no convertir la ''madre de todas las vigilias'' (SAN AGUSTÍN, Sermón 219: PL 38, 1088) en una mera misa vespertina del domingo de Pascua. De forma muy concisa pide la liturgia que nunca sea la Vigilia Pascual a la misma hora en que habitualmente tiene lugar la misa vespertina, y señala específicamente que ''esto ha de ser reprobado'' (Eucharisticum mysterium, n. 28). Sobre ello apunta el misal lo que sigue: ''Toda la celebración de la Vigilia pascual debe hacerse durante la noche. Por ello no debe escogerse ni una hora tan temprana que la Vigilia empiece antes del inicio de la noche, ni tan tardía que concluya después del alba del domingo'' (Cf. Cæremoniale episcoporum, n. 333; Misal Romano, Vigilia pascual, n. 3). Si damos importancia a la medianoche del 24 de diciembre cuando nació el Señor, más deberíamos darlo a la Vigilia Pascual, pues al fin y al cabo como comentaba un venerable párroco ''nacer nacimos todos y hay cumpleaños todos los días, pero resucitar sólo Jesucristo aquella noche madrugada única de la historia''. La liturgia de esta noche santa tiene un carácter fundamental de estar vigilantes, en espera, atentos al momento de la Resurección, por eso las rúbricas señalan tan bellamente: ''Los fieles, tal como lo recomienda el Evangelio (Lc 12, 35 ss), deben asemejarse a los criados que, con las lámparas encendidas en sus manos, esperan el retorno de su Señor, para que cuando llegue los encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa''. Debe insistirse a los fieles en la importancia de esta noche (Sacrosanctum Concilium, n. 106), y tratar de centralizar especialmente en las unidades pastorales o el grupo de parroquias que lleve un único sacerdote con una única celebración en el templo principal o la parroquia de cabecera. Es preferible una única Vigilia bien celebrada que varias a medias, o peor. También en las parroquias con comunidades religiosas, sociedades de vida apostólica, institutos seculares etc., es recomendable que todos se unan en una única celebración en su parroquia haciendo visible la unidad y el sentido eclesial de pertenencia al cuerpo místico de Cristo. Es triste encontrarse casos en ciudades donde en el territorio de una parroquia hay tres o cuatro triduos pascuales, dado que los religiosos o religiosas tienen templo propio y capellán; sólo estaría justificado en el caso de religiosas de vida contemplativa, en los demás casos el lugar propio es el templo parroquial.

Al ser el Sábado Santo un día en que no hay ninguna celebración especial, hay muchas horas de provecho para preparar el templo, que deja la austeridad para engalanarse para la Vigilia con los mejores manteles, candelabros y adornos florales. Es conveniente que los sacerdotes se lean los textos tanto de las lecturas de cara a la predicación como de los ritos con todos sus detalles, de forma que conociendo la liturgia de la noche pascual de forma clara puedan dar a su grey una auténtica mistagogia. 

Pasamos ahora a las partes-estructura de la Vigilia Pascual que las resume, dándole tanto sentido, las rúbricas del misal romano al decir: ''La celebración de esta Vigilia se desarrolla de la siguiente manera: después de un breve lucernario o liturgia de la luz (que es la primera parte de la Vigilia), la santa Iglesia, llena de fe en las palabras y en las promesas del Señor, contempla las maravillas que el Señor Dios realizó desde el principio en favor de su pueblo (segunda parte de la Vigilia o liturgia de la palabra), hasta que, al acercarse el día de la resurrección y acompañada ya de sus nuevos hijos renacidos en el bautismo (tercera parte de la Vigilia o liturgia bautismal), es invitada a la mesa que el Señor, por medio de su muerte y resurrección, ha preparado para su pueblo (cuarta parte de la Vigilia o liturgia eucarística)'' (Cf. MISAL ROMANO, Vigilia pascual, n. 7). Por desgracia, desde la crisis postconciliar hasta hoy siguen dándose abusos litúrgicos a pesar de que la Iglesia ha reiterado constantemente cómo ningún sacerdote, religiosa o fiel tiene autoridad para modificar "Ad libitum" las estructura, lecturas, oraciones, gestos o ritos de la sagrada liturgia. Si no se respeta por voluntad o capricho del celebrante, se está privando al pueblo fiel de gozar de la riqueza y belleza del corazón del año litúrgico que es la Vigilia Pascual con sus plegarias, ritos, textos y cantos propios. 

I. Lucernario o liturgia de la luz

Todo el simbolismo de la noche tiene un carácter importantísimo en la liturgia de la Vigilia Pascual, como recuerda ese himno de la liturgia de las horas: ''La noche fue testigo de Cristo en el sepulcro; la noche vio la gloria de su resurrección. La noche es tiempo de salvación''. El sentido de esta noche está en que pasamos de la vieja pascua de los judíos en la noche de su liberación de la esclavitud de Egipto, a la nueva Pascua en que Cristo nos libera de la esclavitud del pecado y de la muerte. Los hebreos aguardaron el paso del Señor por aquella tierra de Egipto, nosotros el paso del Señor de la muerte a la vida. Ellos lo viven como un memorial, nosotros como una actualización del momento en que ''Cristo asciende victorioso del abismo'' (MISAL ROMANO, Vigilia pascual, n. 19, pregón pascual). Los judíos celebran su pascua, nosotros celebramos a Jesucristo resucitado, nuestra pascua inmolada, fundamento central y principal de nuestra fe. Es también esta celebración el motivo primordial de nuestra esperanza, pues confiamos que el Señor nos asocie a su victoria igual que hemos sido injertados por los sacramentos -tanto del bautismo como el de la confirmación- en el misterio de su misma Pascua, por ello esperamos -como diría San Pablo- compartir con Él no sólo la muerte, sino especialmente el triunfo de su resurrección (Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 6; Cf. Rom 6, 3-6; Ef 2, 5-6; Col 2, 12-13; 2 Tim 2, 11-12).

El lucernario a poder ser ha de realizarse a ser posible fuera del templo, y sino, a la entrada de éste. Las prenotandas señalan ''Cuando por alguna razón no parezca aconsejable encender una hoguera fuera de la iglesia, la bendición del fuego se acomodará a las circunstancias''. Se pide que se prepare una hoguera sin necesidad de ser especialmente grande, pero tampoco muy pequeña, dado que debe recordarnos que su resplandor viene para iluminar y terminar con las tinieblas de esta noche. Hay lugares donde tienen por costumbre depositar en esta hoguera los restos de los óleos que han quedado al limpiar las olieras para los óleos nuevos de la liturgia Crismal. Una vez es bendecido el fuego nuevo, con cuya llama se enciende el cirio pascual y todas las candelas de los fieles, también los acólitos enciende el carbón del incensario con este mismo fuego. Para evitar dañar el cirio es recomendable que el celebrante o diácono tome el fuego con una pequeña vela y con esta encienda el cirio pascual. Respecto al cirio, se pide que sea de cera auténtica -aunque no necesariamente ha de ser cien por cien cera de abejas; a poder ser que sea nuevo cada año y de buen tamaño para que se ponga de manifiesto que Jesucristo es la luz del mundo. Evítese uno falso de plástico con deposito de parafina y cosas similares. Búsquese también que la decoración del cirio sea fiel a la liturgia católica, de cara a los signos de bendición de éste. 

Los fieles se congregan en torno al fuego, una vez llegan los acólitos y el celebrante a este lugar se realiza el saludo con la monición propia: ''Hermanos: En esta noche santa, en que nuestro Señor Jesucristo ha pasado de la muerte a la vida...'' Y a continuación el sacerdote bendice el fuego con la oración tras la invocación: ''oremos'' en la cual dice:  ''Oh Dios, que por medio de tu Hijo has dado a tus fieles el fuego de tu luz...'' Únicamente traza la bendición sobre el fuego sin asperjar con agua bendita ni incensar este. A continuación el diácono o un acólito acerca el cirio pascual al celebrante para su bendición. La rúbrica nos dice: ''éste, con un punzón, graba una cruz en el cirio. Después, traza en la parte superior de esta cruz la letra griega Alfa, y debajo la misma la letra griega Omega; en los ángulos que forman los brazos de la cruz traza los cuatro números del año en curso. Mientras estos signos, dice:

1. Cristo ayer y hoy, (Graba el trazo vertical de la cruz.)

 2. principio y fin, (Graba el trazo horizontal.) 

 3. alfa (Graba la letra Alfa sobre el trazo vertical.) 

 4. y omega. (Graba la letra Omega debajo del trazo vertical.) 

 5. Suyo es el tiempo (Graba el primer número del año en curso en el ángulo izquierdo superior de la cruz.) 

6. y la eternidad. (Graba el segundo número del año en curso en el ángulo derecho superior de la cruz.) 

7. A él la gloria y el poder, (Graba el tercer número del año en curso en el ángulo izquierdo inferior de la cruz.) 

 8. por los siglos de los siglos. Amén. (Graba el cuarto número del año en curso en el ángulo derecho inferior de la cruz.)

Acabada la incisión la cruz y los otros signos, el sacerdote puede incrustar en el cirio cinco granos de incienso, en forma de cruz, mientras dice:

 1. Por sus llagas

 2. santas y gloriosas, 

 3. nos proteja 

 4. y nos guarde 

 5. Jesucristo nuestro Señor. Amén". 

El sacerdote enciende el cirio pascual con el fuego nuevo, diciendo: "La luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu".

Se realiza seguidamente la procesión a la puerta del templo, el diácono o sacerdote sosteniendo y mostrando el cirio encendido entona por primera vez la antífona: ''Luz de Cristo'' y todo el pueblo responde ''Demos gracias a Dios''. Desde el lugar de la hoguera a la entrada del templo las velas de los fieles permanecerán apagadas, siendo la única luz la del cirio pascual, recordando cómo así el pueblo hebrero fue guiado por una columna de fuego; el pueblo cristiano camina hacia la luz de Jesucristo resucitado, luz sobre toda luz. Tras la primera antífona "Luz de Cristo" empiezan a encenderse poco a poco las velas de los fieles; sin embargo, las luces del templo permanecerán totalmente apagadas hasta la última entonación de "luz de Cristo", cuando concluida la procesión con el cirio pascual se coloca éste junto al ambón. Llegados al presbiterio el diácono coloca el cirio junto al ambón. Si el diácono va a proclamar el pregón pide la bendición en voz baja al celebrante. El sacerdote le bendice en voz baja diciendo: 

El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies dignamente su pregón pascual; en el nombre del Padre, y del Hijo + y del Espíritu Santo. R/. Amén. 

Es aconsejable llevar alguna linterna para que el sacerdote pueda ver con nitidez los textos del libro de la sede en sus primeros ritos. No se puede omitir el Pregón Pascual, pues es el resumen perfecto de la economía de la salvación. El Pregón tiene fórmula larga o breve. Si quien lo proclama no es diácono no pide la bendición al celebrante. Es preferible que sea cantado. Y las rúbricas recuerdan: ''El pregón pascual puede ser anunciado, si es necesario, por un cantor que no sea diácono; en este caso, omite las palabras: Por eso, queridos hermanos, hasta el final de la invitación, y el saludo: El Señor esté con vosotros''. Terminado el pregón se apagan las velas y nos sentamos.

II. Liturgia de la Palabra

Terminado el pregón el sacerdote dice: ''Hermanos: Con el pregón solemne de la Pascua, hemos entrado ya en la noche santa de la resurrección del Señor. Escuchemos, en silencio meditativo, la palabra de Dios...'' Propone la Iglesia para esta noche santa nueve lecturas, siete del antiguo testamento y del nuevo testamento dos que son la epístola y el evangelio. Tras cada lectura y su salmo nos ponemos en pie para la oración colecta a cada episodio de la historia de la salvación. 

Primera lectura (La creación del hombre: Gn 1, 1. 26-31a)

Segunda lectura (El sacrificio de Abrahán: Ge 22, 1-2. 9a. 10-13. 15-18)

Tercera lectura (El paso del mar Rojo: Ex 14, 15-15,1)

Cuarta lectura (la nueva Jerusalén: Is 54, 5-14)

Quinta lectura (la salvación que se ofrece gratuitamente a todos: Is 55, 1 11)

Sexta lectura (la fuente de la sabiduría: Bar 3,9-15. 31-4, 4)

Séptima lectura (el corazón nuevo y el espíritu nuevo: Ez 36, 16-28)

Las lecturas de esta celebración son un recorrido magnífico por los momentos más destacados de la historia de la salvación, que son respondidos por los salmos e intercalados con las oraciones y los breves espacios de silencio para la interiorización de esta bella liturgia. 

La Iglesia quiere con esta liturgia de la palabra tomada de los libros de la Ley y de los profetas, interpretar el misterio pascual de Cristo «comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas» Lc 24, 27; cf. Lc 24, 44-45. Lógicamente por motivos pastorales se reducen en muchos lugares el número de lecturas; se pide que al menos se lean tres del Antiguo Testamento sin omitir nunca el pasaje del libro del Éxodo capítulo 1 y su cántico (Cf. MISAL ROMANO, Vigilia pascual, n. 21).

Terminada la última lectura del antiguo Testamento con su salmo responsorial y la oración correspondiente, el sacerdote entona el "Gloria" acompañado del toque de campanas y en este momento se encienden las velas del altar. Terminado el canto del gloria tiene lugar la oración colecta principal de la celebración, tras esta nos sentamos para la proclamación de la epístola. Finalizada la epístola todos se levantan para el canto solemne del "Aleluya"; se proclama el salmo intercalando el Aleluya solemne. A continuación se proclama el evangelio, que no va acompañado de cirios, sino únicamente del incensario. Concluido el evangelio tiene lugar la homilía, que no ha de ser extensa, pero sí ha de hacer una síntesis clara de la liturgia de este noche. 

III. Liturgia bautismal

Tras la homilía comienza la liturgia bautismal: el sacerdote y los acólitos se dirigen a la pila del bautismo. La liturgia varía aquí dependiendo de si hay bautizados o no; es muy importante este aspecto, ya que mientras se aguarda la resurrección del Señor la Iglesia celebra los sacramentos de iniciación cristiana (Cf. Cæremoniale episcoporum, n. 333). El sacerdote hace la monición con la que comienza la liturgia bautismal y, seguidamente, tiene lugar el canto de las letanías. Si la pila bautismal está en un lugar bastante alejado del presbiterio pueden hacerse las letanías mientras el sacerdote y los acólitos se dirigen al baptisterio. Si hubiera catecúmenos se les llama antes de iniciar la procesión. La procesión la abriría el diácono con el cirio pascual, los catecúmenos y sus padrinos, seguidos de los acólitos y el celebrante. La monición se hace antes de la bendición del agua. Si no hay bautizados ni bendición de la fuente bautismal se procede directamente a la bendición del agua común. 

Terminada la letanía de los santos, si hay bautizados hay una oración sobre los catecúmenos, sino puede pasarse a la bendición del agua bautismal. Para la oración de bendición del agua bautismal el diácono o un acólito han de acercar el cirio pascual al sacerdote, dado que en un momento de dicha plegaria se introduce por tres veces el cirio en el agua. Si hay bautismos, tras la bendición de agua bautismal tiene lugar la renuncia a Satanás y la profesión de fe. Seguidamente tiene lugar la bendición del agua común. Tras la bendición del agua común vuelven a encenderse los cirios de los fieles con la luz del cirio pascual para realizar la renuncia y profesión de fe de toda la asamblea. Terminada la profesión de fe con la oración del sacerdote tiene lugar la aspersión del agua bendita que es tomada con el acetre de la pila del bautismo. Terminada la aspersión el sacerdote va a la sede y tiene lugar la oración de los fieles. Si ha habido bautismo de adultos en la celebración conviene que sean los neófitos y no el diácono los que hagan la oración de los fieles, pues se incorporan en ese momento a la asamblea de los fieles participando de su real sacerdocio (Cf. ibíd., n. 56; RITUAL ROMANO, Ritual de la iniciación cristiana de adultos, Observaciones generales previas de la iniciación cristiana, n. 36)

IV. Liturgia eucarística 

Tras la oración de los fieles comienza la liturgia eucarística con el ofertorio. En el prefacio pascual I el celebrante ha de decir ''en esta noche''. Si se utiliza la plegaria eucarística I o canon romano, atención a los embolismos propios: ''Reunidos en comunión con toda la Iglesia para celebrar la noche santa de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo según la carne...'' y también ''Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, que hoy te ofrecemos especialmente por N. y N.(aquellos) que has hecho renacer del agua y del Espíritu Santo, perdonándoles todos sus pecado...''

La liturgia eucarística es el punto culminante de la celebración, sacramento de la Pascua por excelencia, donde se actualiza no sólo el memorial del sacrificio de la cruz, sino especialísimamente la presencia de Jesucristo resucitado. Esta liturgia es la consumación y meta de la iniciación cristiana, como también la espera de la segunda venida del Señor y pregustación de la Pascua eterna. 

Los fieles que participan en la misa de la Vigilia pueden comulgar de nuevo en la segunda misa del día de Pascua. El sacerdote y el diácono se revisten desde el principio con las vestiduras blancas que han de usar en la misa. Han de prepararse velas suficientes para todos los fieles que participen en la Vigilia Pascual. Se apagan todas las luces de la iglesia. 

Se recomienda cantar no sólo el prefacio, sino la plegaria eucarística. Para dar mayor realce al momento de la comunión, que simboliza la plena participación en el misterio pascual, es recomendable distribuir la sagrada comunión bajo las dos especies. Para el momento de la comunión es recomendable cantar el salmo 117 con la antífona "Pascha nostrum" ó, en su lugar, el salmo 23 con la antífona ''Aleluya, aleluya, aleluya''. La celebración concluye con la bendición solemne, tras la cual el diácono, o sino lo hay el celebrante, despide a la asamblea con el canto solemne del ''Podéis ir en paz, aleluya, aleluya''. 

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