Hoy no es un domingo ni un día cualquiera del año, es el domingo de resurrección, la pascua florida; los católicos celebramos este día como el más importante del año litúrgico al festejar el triunfo de Cristo sobre la muerte. Es en esta mañana cuando las mujeres madrugaron para ir a embalsamar el cuerpo de Jesús, y descubrieron que el sepulcro estaba vacío. Esta es nuestra certeza y alegría: ¡Jesucristo vive! El mundo y la muerte ya no tienen poder sobre Él.
Su victoria es también la nuestra, por eso la primera palabra en este día debe de ser de felicitación: ¡Feliz Pascua; verdaderamente ha resucitado el Señor! Y por eso nos llenamos de alegría y exultamos de júbilo. No estamos ante una jornada cualquiera ni ante un acontecimiento inventado, nos encontramos frente a una verdad: ''Jesucristo es el primogénito de entre los muertos'' (Col 1, 18). Pero esto parece que no ha quedado claro aún para algunos: Cristo es el primero y el más importante de entre todos los muertos, ¿por qué? Pues por ser el único que salió por sus propios pies del sepulcro donde otros le habían inhumado.
Cuantas veces, incluso personas que se dicen creyentes, cuando la muerte les visita en su hogar o familia se les escucha decir en el tanatorio: ''¡no sabremos que habrá!''; ''¡nadie ha vuelto de allá para contárnoslo!''... ¿Cómo que nadie ha vuelto de allá, cómo que nadie ha venido de la muerte para contarlo?... Aquí está Jesús que nos dice: ¡no temáis, yo he vencido!. El anhelo de los hombres de todos tiempos ha sido éste, el deseo de poder vivir para siempre, de que la muerte dejara de tener la última palabra tiñéndolo todo de luto y tristeza. Cristo lo cambió todo, con su muerte mató a la misma muerte y nos regaló la vida que no acaba. Seamos cristianos de la Pascua; que se refleje en nuestros rostros la alegría de saber -parafraseando la secuencia pascual- que ''Resucitó de veras nuestro amor y nuestra esperanza''.
Derribemos esos muros, esas piedras que ponemos en el corazón y en la mente y que tantas veces levantamos nosotros mismos con nuestras dudas y miedos. Nos ocurre como a las mujeres en aquella mañana del domingo de resurrección: vamos pensando en la piedra, en el obstáculo, antes de saber si está allí... A este propósito hacía una reflexión bellísima el Papa Francisco en la bendición "Urbi et Orbi" del año pasado en este día y decía: La tumba de Jesús había sido cerrada con una gran piedra; y así también hoy hay rocas pesadas, demasiado pesadas, que cierran las esperanzas de la humanidad (...). También nosotros, como las mujeres discípulas de Jesús, nos preguntamos unos a otros: ¿Quién nos correrá estas piedras? (cf. Mc 16,3). Y he aquí el gran descubrimiento de la mañana de Pascua: la piedra, aquella piedra tan grande, ya había sido corrida. El asombro de las mujeres es nuestro asombro. La tumba de Jesús está abierta y vacía. A partir de ahí comienza todo. A través de ese sepulcro vacío pasa el camino nuevo, aquel que ninguno de nosotros sino sólo Dios pudo abrir: el camino de la vida en medio de la muerte, el camino de la paz en medio de la guerra, el camino de la reconciliación en medio del odio, el camino de la fraternidad en medio de la enemistad.
Somos llamados a descubrir el sepulcro abierto y vacío, a festejar la victoria del Señor sobre el pecado y la muerte de la que nos hace partícipes, a vivir la vida nueva como auténticos resucitados ya en esta vida. Dejémonos inundar por el gozo de la Pascua, seamos testigos valientes del Resucitado gritando al mundo entero que Él vive. Puede parecer que hemos llegado a la meta; sin embargo, hoy es cuando todo empieza de nuevo, por eso Jesús nos pide volver a la casilla de salida, al punto de partida: volver a Galilea. Hagamos partícipes a los que nos rodean de esta alegría desbordante, de caer en la cuenta de que ''este es el día en que actuó el Señor''.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
¡Feliz Pascua florida!
¡Verdaderamente ha resucitado el Señor!
Joaquín, párroco
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