El Papa recuerda en su carta que aquel 25 de diciembre de 1223 llegaron a ese lugar «muchos frailes de distintos lugares, como también hombres y mujeres de las granjas de la comarca, trayendo flores y antorchas para iluminar aquella noche santa».
Era un Belén viviente, formado por campesinos de Greccio y, según Francisco, «las personas que llegaron mostraron frente a la escena de la Navidad una alegría indescriptible, como nunca antes habían experimentado».
En ese pueblecito, situado unos cien kilómetros al norte de Roma, comenzó una tradición que pasa desde entonces de abuelos y padres a hijos y nietos, animando a «sentir y a tocar la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo», y permitiendo ver «la revolución del amor, la revolución de la ternura».
El Papa comenta en su carta los personajes esenciales del Belén como María, José, el Niño, los pastores y los Magos, pero también los secundarios como «el herrero, el panadero, los músicos, las mujeres que llevan jarras de agua a los niños que juegan… todo eso representa la santidad cotidiana, la alegría de hacer de manera extraordinaria las cosas de todos los días».
Después de firmar la carta apostólica «Admirabile signum» y de rezar un buen rato en silencio en la gruta, el Santo Padre ha saludado a los niños del pueblo y ha participado en una liturgia de la palabra en la capilla del santuario.
Su homilía ha sido brevísima pues «el primer pesebre, que San Francisco realizó por primera vez en este pequeño espacio imitando la gruta de Belén, habla por sí solo».
El coro infantil, que le había recibido con los acordes de «Noche de paz», volvió a conmover a todos con un maravilloso «Gloria in excelsis Deo». El tiempo alegre de preparación de la Navidad ha comenzado este año en ese lugar entrañable.
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