No porque dediquemos un año a algo o a alguien va a comenzar la historia, pero sí que con este motivo podemos descubrir o profundizar con el asombro de una novedad ese algo o alguien que se nos propone mirar. El Papa Francisco ha querido que en este año miremos a Santa Teresa en particular y a esa vocación cristiana que representa la vida consagrada en general. Ya desde octubre y noviembre estamos en esto.
El próximo día 2 de febrero celebramos la jornada mundial de la vida consagrada. Con este motivo vale la pena que recuperemos en la comunidad cristiana lo que supone en nuestra vida eclesial el regalo de tantos hermanos y hermanas que testimonian el seguimiento del Señor en su consagración a Él y en su servicio a los hombres y mujeres a los que son enviados. Comunidades contemplativas que desde el silencio de sus claustros nos recuerdan que todos hemos de escuchar la Palabra de vida que nunca pasa y adorar la Presencia bendita con la que Dios siempre nos acompaña. Comunidades apostólicas que en todas las encrucijadas saben acercar una buena noticia en la educación de niños y jóvenes, en el compromiso por la justicia y la paz, en el arte y los medios de comunicación, en la atención de enfermos y ancianos, en la solidaridad cristiana junto a los que sufren soledad, incomprensión, persecución o violencia, en la entrega misionera de ir hasta los confines de la tierra para anunciar a Jesús como Salvador.
Hay siempre un nombre de un hombre o una mujer que dieron comienzo a esta historia cristiana: San Benito, San Francisco, Santo Domingo, San Ignacio… Santa Clara, Santa Teresa, Beata madre Teresa de Calcuta… ¡Cuántos hombres y mujeres recibieron una llamada, se encontraron con Jesús y quedaron prendidos y prendados de alguna palabra del Maestro, de algún gesto suyo salvador! Sus vidas fueron un apasionado testimonio de esa Palabra de la que serían portavoces y de esa Belleza de la que serían portadores. Así fueron naciendo a través del tiempo los distintos caminos religiosos con su espiritualidad, con su acento evangélico, con su compromiso humano y eclesial.
El Papa Francisco ha propuesto una triple mirada a la vida consagrada en este año dedicado a ella. Él retoma una intuición de Juan Pablo II y nos invita a todos a estas tres formas de mirar a la vida consagrada en sus distintos carismas. En primer lugar la mirada al pasado. Se puede uno asomar a la historia que queda atrás sólo con la tristeza melancólica del tiempo que no volverá. Pero la mirada única que vale la pena es la de la gratitud de quien con un corazón agradecido no quiere olvidar. Gracias por los años y los siglos que nos contemplan desde un inmenso ayer.
En segundo lugar la mirada al futuro. Y podría sobrevenirnos un sentimiento de temor ante la incertidumbre de no saber en qué quedará, que sucederá en un mañana que no sabemos muy bien cómo vendrá. Pero la mirada justa del futuro no puede ser otra que la esperanza, esa que nace en quien se sabe acompañado y sostenido por el Señor de la historia que quiere nuestro bien providencial.
Finalmente, la mirada al presente. Hay gente que se debate entre el aburrimiento mediocre y la frustración resentida. Sólo descubre con verdad humilde el presente quien lo mira apasionadamente, descubriendo en él las señales que Dios nos deja para sabernos acompañados y para indicarnos el rumbo del camino.
Agradecer el pasado, acoger el futuro esperanzados y vivir apasionados el momento presente. Es la triple mirada que nos permite entender el regalo que supone para la Iglesia y la humanidad el don de la vida consagrada.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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