domingo, 12 de enero de 2025

Jesús se puso a la cola de los pecadores. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Concluimos hoy el Tiempo de la Navidad con esta hermosa liturgia del Bautismo del Señor, otra epifanía de las tres principales que conocemos en la vida de Jesús, junto a la manifestación a los pueblos gentiles y el milagro de las bodas de Canaá, como ya comentamos el pasado día 6. Esta fiesta del Bautismo de Jesús decimos que cierra el tiempo de navidad, para mañana ya incorporarnos al Tiempo Ordinario, y esto tiene su razón de ser, y es que la aparición de Jesús ante el bautista es la primera noticia que tenemos del Maestro tras años de silencio en que vivió su infancia y juventud en su hogar de Nazaret. La segunda lectura, que hoy es tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, incide en esto: Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo. La vida pública del Señor empieza aquí con su bautismo, al igual que nosotros nacemos para Dios por medio de este sacramento por el que somos unidos igualmente a Jesucristo, y participaremos de su pasión y muerte, y de su Resurrección.

Si nos parecía un gesto de humildad verlo recién nacido en el pesebre, del mismo modo hoy vemos el doble abajamiento de Jesús introduciéndose hasta la profundidad del río para recibir el bautismo de penitencia con el que Juan llamaba a la conversión, y el abajamiento espiritual en que siendo semejante a nosotros en todo excepto en el pecado, quiso pasar por uno más para cumplir toda justicia (Mt 3,15). Aquí entendemos también la explicación que San Pablo dará de la misión del Redentor: Dios tomó a Cristo, que no tenía pecado, y puso sobre él nuestros pecados (2 Cor 5). Con su bautismo nos dio ejemplo, no sólo en su anonadamiento, sino para que todos le siguiéramos en ese camino. Pero el sacramento del bautismo no es una mera imitación de aquel hecho en el Jordán, sino en que las fuentes del Bautismo por medio de su muerte y resurrección nos abren también las de la salvación. Así lo canta la liturgia en el prefacio del bautismo: Tú has querido que del corazón abierto de tu Hijo manara para nosotros el don nupcial del Bautismo, primera Pascua de los creyentes, puerta de nuestra salvación, inicio de la vida en Cristo, fuente de la humanidad nueva. La primera lectura será quizá la que más nos descoloca en este día; el cántico del siervo sufriente de Isaías, nos suena más a cuaresma y semana santa, pero es que el bautismo tiene ese sentido para los cristianos. Para los discípulos de Juan bajar por un lado del río para que él los bautizara por inmersión y volver a salir del agua en la otra orilla era como dejar al hombre viejo para renacer al nuevo. Pero Jesús al cumplir la misión que el Padre le había encomendado, le da también una nueva interpretación: bajar a la profundidad y resurgir de lo más hondo, como Cristo salió del sepulcro en su resurrección. Precisamente el mandato de Jesús Resucitado fue el de que el mundo renaciera a Él por el bautismo, por eso mandó a sus discípulos: id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20).

Jesucristo en esta epifanía abre los cielos a la humanidad rompiendo la separación insalvable que existía entre el lugar de Dios y el de los hombres. San Lucas nos dice en este pasaje del capítulo 4 de su evangelio cómo Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma. Estamos ante toda una manifestación de la Trinidad: el Hijo que se humilla, el Padre que lo reconoce como Hijo y se complace de su actuar, y el Espíritu Santo que desciende como un abrazo de amor entre el Padre y el Hijo que baja del cielo a la tierra. Ahí tenemos al Espíritu que ya en la creación del mundo "se cernía sobre las aguas", y que Isaías profetiza en la primera lectura tantísimos siglos antes: He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No perdamos tampoco de vista el valor tan profundo que tiene el que Cristo entre el río, se sumerja y lo atraviese: es como si el Señor quisiera hacer suyo el paso del pueblo por el Mar Rojo, por el cual dejaron la esclavitud para estrenar la libertad; también aquí asume el sentir de tantos que se agolpaban en torno al Bautista queriendo dejar atrás su pasado para iniciar un camino de esperanza. Y Jesús no se da a conocer diciéndoles ¡yo soy vuestra esperanza, el que esperabais! Él rompe de nuevo todos los esquemas al igual que en su nacimiento, con este gesto de humildad tan llamativo, quizás tratando de dejar entrever ya desde el principio que no están ante un Mesías de aspiraciones grandilocuentes y rimbombantes, sino ante un Rey que lo es de los sencillos, de los pobres, de los humildes y de los más vulnerables.   

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