jueves, 16 de enero de 2025

Beato Luis Antonio Ormiéres, de la Iglesia fiel hijo. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Como cada 16 de enero, la parroquia de Lugones se viste de fiesta para celebrar al querido Beato Luis Antonio Rosa Órmieres, que ya no es sólo el fundador de las Hermanas del Santo Ángel de la Guarda; desde su beatificación es un poco más extenso su culto y esperamos que pronto llegue el milagro que permita su canonización, pues a partir de ese momento ya será un referente e intercesor para toda la Iglesia Universal. Aquí lo sentimos ya muy nuestro, pues las Hermanas nos han impregnado de ese carisma bellísimo del que ellas son las primeras custodias como hijas predilectas del Padre Ormiéres. Yo estoy personalmente convencido de que cuando el Padre Luis vino de Francia a vivir a Gijón en el año 1883 pasó por Lugones, dado que la única carretera que unía Oviedo y Gijón atravesaba entonces nuestra Localidad, y que pasó frente al antiguo templo. A buen seguro el Padre Ormieres también atravesó Lugones camino de Oviedo a visitar a sus hijas de la capital, o a tratar con el Sr. Obispo Monseñor Martínez Vigil, el cual como dominico, sentía pasión por la vida consagrada. Quién le iba a decir al Padre Luis Antonio que hoy 135 años después de su muerte, habría en esta humilde parroquia de San Félix una comunidad de hijas suyas y un cariño tan grande hacia su figura, reflejado en  su retrato en nuestro templo. 

I. De la Iglesia fiel hijo

En el himno se le describe muy bien cantando con sentimiento ''de la Iglesia fiel hijo''; y es que él siempre tuvo claro que su anhelo era servir a la Iglesia y nunca servirse de ella, no hacer su itinerario pastoral y espiritual al margen de la Iglesia Universal, sino que las necesidades de la Iglesia, diócesis,  y parroquias, debían de ser también las de la Congregación, y jamás llegar a ser realidades paralelas ni contrapuestas. Aunque la vida le obligó a viajar, trasladarse con frecuencia y estar cercano a las fundaciones de la Congregación, jamás se desvinculó de la diócesis de Carcassonne, de la cual se sentía deudor por tanto bueno recibido. Nunca se excardinó de su diócesis de origen; es más, siempre mantuvo contacto con cada obispo que ocupó esa sede, y siempre estuvo a disposición de que vieran bien u opinaran lo contrario a cada realidad que a lo largo de toda su vida sacerdotal se le fue presentando. Tal era su sentimiento filial que hizo suya la máxima de San Ignacio de Antioquía:  ''Nada sin el obispo'', a lo que añadía y personalizaba aún más, repitiendo con frecuencia: “nada sin mi Obispo, que me encontrará siempre dócil”... Un hecho que no podemos perder de vista es a ese joven Luis Antonio prácticamente neopresbítero, en el que ya Dios había sembrado en su alma el deseo de dedicar toda su vida a la educación. Pero claro, lo normal es que los obispos pidan a los sacerdotes que asumamos una misión; cuando es al revés, es más complejo. Seguro que al obispo de Cacassonne le preocuparían más las parroquias que tenía sin sacerdotes que cualquier cosa y, sin embargo, fue sensible al ver en el anhelo de aquel joven cura la intención de dar respuesta a la pobreza -en todos los sentidos- que vivía aquella Francia arrasada por la Revolución. A fin de cuentas, que los niños de la región no supieran leer ni escribir no era culpa del obispo, sino del gobierno, más el prelado aceptó perder un cura en el sentido de cubrir un hueco en el mapa diocesano, creyendo que así también la Diócesis ayudaba a levantar el País de sus miserias y limitaciones. 

II. Ángel entre ángeles 

La información que ha llegado hasta nosotros, imágenes y descripciones, nos lo presentan como un hombre de rasgos muy marcados y llamativos. Por ejemplo, diecinueve años después de la muerte del ''Santín de Dios'' -como le apodaron los playos en Gijón- el P. Calihat nos lo dibuja del siguiente modo: ''En su expresivo rostro, surcado con profundas arrugas, dos ojos negros y vivos brillaban al fondo, a veces velados por espesas cejas. Esta fisonomía característica llamaba la atención. Se adivinaba, bajo este aspecto rudo, uno de esos sacerdotes que han bajado de las montañas pirenaicas, magníficamente armados para la difícil batalla de la vida, y llevando en el fondo del corazón, la serenidad de alma que proporcionan los grandes espectáculos de la naturaleza, así como una voluntad firme, agudizada por el hábito de superar los obstáculos y dificultades naturales'' (1). Pero en aquel hombre rural, que desde fuera podría aparentar rudeza o brusquedad, era todo lo contrario a lo que se divisaba en la lejanía, tal era así que los que le conocieron, en especial la primera generación de religiosas del Santo Ángel, se sorprendían de la delicadeza y la piedad con la que celebraba la santa misa, hasta el punto que una hermana afirmó sobre el estilo de celebrar del Padre Fundador que parecía querer rivalizar en fervor con los ángeles. Era un hombre de carne y hueso, con los pies en la tierra, pero con gran anhelo del cielo. No solía llevar fajín sobre la sotana, sino un cordón muy ceñido; seguramente le ayudaba vivir el largo adviento hacia la eternidad haciendo suyo el consejo del Señor: ''Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas'' (Lc 12, 35). También le ayudaba el rosario que con frecuencia llevaba en las manos, así como recitar jaculatorias y oraciones en voz alta cuando estaba sólo. Su devoción a los Ángeles Custodios pasaba no sólo por rezarles, sino por querer imitarles en la tierra hasta que llegara el momento que éstos le condujeran al regazo de Abrahám. 

III. Su apuesta por la maternidad espiritual

Quizá el secreto para que la fundación de las Hermanas del Santo Ángel llegara a buen puerto a pesar de las dificultades, contratiempos y no pocas zancadillas que fueron surgiendo desde el primer minuto, fue su humildad en no obstinarse en hacer las cosas de una determinada manera, así como su confianza para dejar en manos de la Madre San Pascual la marcha de la obra que el Espíritu Santo había puesto en su corazón. En otro artículo hablé el año pasado sobre la apuesta del Padre Ormiéres por las mujeres, pero este año quiero centrarme en su esperanza en la maternidad. El Papa Francisco ya afirmó en una entrevista que quería poner más mujeres en cargos de la curia vaticana, pues en su opinión ''las mujeres resuelven, y resuelven bien'', y creo que el Padre Órmieres lo veía exactamente igual. El Santo Padre relataba en una entrevista que en una audiencia que tuvo con una política de un país que vivió situaciones complejas y que muchos aseguraban que esta mujer era la que había solucionado lo más difícil, el Papa le preguntó cómo se las había arreglado, y ella guardando un instante de silencio le respondió: ''¡Como hacemos las mamás!'' (2). Y es que una madre nunca se rinde, tiene una capacidad de superación y una fuerza moral a prueba de todo. También el Romano Pontífice en una audiencia con consagradas elogió esa ''maternidad perseverante que vosotras vivís'', e insistía en que no se debe perder ese sentido "de ternura materna''. Añadía el Vicario de Cristo que había tres caminos que recorrer para no perder esa maternidad: "estar unidas a Jesús, cercanas a sus hermanas y activas en el servicio" (3)

Novedades en el Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada 

En los primeros días de este año el Santo Padre nos ha sorprendido con una decisión que tanto revuelo ha causado y sorprendido: el nombramiento de una religiosa como la nueva Prefecta del Dicasterio para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. A los más "avanzados" les parece incorrecto que la hayan nombrado con un Cardenal que supervise su trabajo; a los más "clásicos" les parece impropio que el Cardenal sea el segundo de a bordo tras la monja... Nunca llueve a gusto de todos, ni se puede contentar a todo el mundo. Personalmente me alegro que el P. Ángel Artime, asturiano de Luanco, asuma esa misión de caminar junto a la vida religiosa de todo el orbe católico; es un hombre al que conocemos y que conoce nuestra realidad. Su primer destino como salesiano tras ser ordenado sacerdote fue precisamente el Colegio Santo Ángel de Avilés, que anteriormente había sido de su Congregación. Y le encomendamos a la intercesión del Beato Ormieres a la Hermana Simona Brambilla, misionera de la Consolata, cuya Congregación estuvo también en nuestra Diócesis y en cuya casa de la rama masculina de Fátima me suelo hospedar cuando voy. También vamos a pedir de forma insistente en este año jubilar en que somos llamados a vivir como "Peregrinos de Esperanza", por la pronta apertura de la causa de beatificación de la Madre San Pascual; estoy seguro que el Padre Luis Antonio nos echará una mano desde el cielo. Hay más figuras femeninas de peso en la historia de la familia del Santo Ángel; sin ir más lejos, aquí en Oviedo recordamos a la Madre Serafina, cuya Causa ojalá también pueda ser reactivada. No tengamos miedo al mañana, a las pruebas ni al cambio de época que nos toca vivir; también al Padre Luis Antonio le tocó en más de una ocasión volver a la casilla de salida, y ante ello él no se desesperanzaba, sino que nunca se cansaba de “volver a comenzar”. No os canséis tampoco vosotras, hermanas, de comenzar cada mañana y de esforzaros "por ser el nombre", o de rezar para que el Señor os bendiga con nuevas vocaciones en el mañana de la Congregación. 

A la Comunidad de Hermanas del Santo Ángel, a nuestra Parroquia, y a toda la Familia del Ángel de la Guarda: ¡Feliz día de el Cher Père, Padre Fundador, nuestro querido Beato Luis Ormieres!


(1) Boletín de Montauban, 1909. Centenario del nacimiento del P. Ormiéres
(2) Entrevista al Papa Francisco a cargo de Daniel Hadad, fundador de Infoabe 10/03/2023
(3) Audiencia del Santo Padre con las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad el 25/05/2023

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