domingo, 5 de enero de 2025

En el principio existía el Verbo. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Cuando el calendario de las fiestas navideñas coincide de esta forma tan larga como la de este año, tenemos un domingo que llamamos el II de Navidad en que tratamos de seguir interiorizando este misterio de la Palabra hecha carne. En estos días en que el mundo y los medios de comunicación nos tienen absortos con sus anuncios, luces y comidas, los cristianos queremos tomar conciencia de que el Señor ha plantado su casa en medio de ese mundo, como hemos escuchado en la primera lectura del libro del Eclesiástico: «El Creador del universo me dio una orden, el que me había creado estableció mi morada y me dijo: “Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel”. Es todo un himno a la sabiduría, no la nuestra, sino la de Aquél que es la sabiduría en sí mismo, y por ello tantas veces no entendemos sus planes ni sus caminos. 

Mientras el mundo no tome conciencia de que la Navidad sin Jesucristo no es navidad, viviremos días coloridos, nostálgicos, de fiesta, pero no saborearemos realmente lo que significa celebrar que Dios ha asumido nuestra carne, que se ha encarnado y venido a nosotros en la persona de Jesucristo. A lo largo de la historia también la Navidad ha experimentado épocas mejores y peores, por ejemplo San Francisco de Asís ya sentía desde su condición de hijo de comerciante que en aquel siglo XIII en que le tocó vivir, había un océano inmenso entre el evangelio y su mensaje frente a la forma de vivir sus coetáneos. El Poverello quiso vivir la pobreza evangélica en su más auténtica pureza y desnudez, e incluso, en lo referente a la navidad nos dejó esa bellísima experiencia de la gruta de Greccio donde en la nochebuena de 1223 organiza algo diferente; no quería una misa en la iglesia parroquial con sus comodidades, sino que buscó una gruta en las afueras asemejada a un establo con animales y allí tuvo lugar la misa de medianoche. Hacía frío, estrechez, incomodidad... Pero eso fue precisamente lo que quiso predicar Francisco con aquel belén viviente. Hacer que las gentes de Greccio se pusieran en la piel de Jesús, de María y de José en aquella noche fría y bendita. 

El evangelio de ese día tomado del prólogo de San Juan, es un texto de tal profundidad que siempre serán pocas las veces que la Iglesia que nos lo proponga para nuestra interiorización, pues necesitaríamos escucharlo aún con más frecuencia para llegar a descubrir la mínima parte de lo que este pasaje encierra. Es cierto que nos gusta más cuando es un relato con sus detalles; este es más un himno teológico que resulta complejo, pero precisamente por ello hay que detenerse más en él. Un primer detalle sería caer en la cuenta de cómo inicia Juan su evangelio: ''En el principio existía el Verbo'', que es un guiño al comienzo del Antiguo Testamento; si vemos el Génesis: ''En el principio creó Dios el cielo y la tierra''. Pero aquí solemos caer en un error al escuchar este evangelio tan navideño; pensamos directamente en la creación del mundo, y no se refiere San Juan a eso, sino que está aludiendo a la eternidad de Dios. Y es que no sólo este pasaje nos supera, el mismo misterio de la encarnación y nacimiento del Redentor supera nuestra capacidad de comprensión, de entendimiento y raciocinio y, sin embargo, nuestros antepasados supieron acercarse a esta verdad inabarcable con gestos muy sencillos: los villancicos, los belenes, los aguinaldos, las cabalgatas de reyes, las obras de caridad, los adornos en casa, la adoración del niño... Pero sí hay detalles de este evangelio que deben despertar nuestra atención, por ejemplo cuando Juan dice:  ''el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios''. Esta afirmación nos lleva a entender que antes de existir el mundo Dios no estaba sólo, sino que con Él estaba el Verbo que formaba parte de sí; en esa expresión tenemos una alusión clarísima a la Trinidad, que como ya comenté alguna vez, también se ha llamado cariñosamente a esta Sagrada Familia del Portal de Belén ''La Trinidad de la Tierra''.

Os animo a hacer vuestras estas lecturas de hoy que quieren poner de relieve que hemos sido bendecidos con este nacimiento, por medio del cual Dios deja de habitar en los cielos para poner su casa en nuestra misma humanidad. Miremos a ese niño indefenso y tierno que nos mira a nosotros sonriente y nos bendice, que nos apetece abrigarle y llevarle a casa, y que nos conceda la gracia de descubrirle en tantos hermanos nuestros que no tienen posada. Si recordáis el evangelio del día uno de enero, en la solemnidad de Santa María Madre de Dios, se nos decía que el niño estaba acostado en un pesebre: normalmente en el pesebre se echa la hierba o el pienso para los animales; es un lugar para los alimentos, pues también en ese imperceptible detalle nos está hablando el Señor como diciéndonos vengo para ser vuestro alimento, para ser para vosotros el pan de la vida, y es que en sí mismo Belén significa ''la casa del pan''. Pidamos al Niño Dios que nos conceda en el inicio de este año jubilar lo mismo que deseó San Pablo a los cristianos de Éfeso, tal como nos ha recordado en la segunda lectura: "así el Padre de la Gloria ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama''...

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