viernes, 17 de noviembre de 2023

María Isabel González del Valle, una ovetense de San Tirso el Real a los altares. Por Rodrigo Huerta Migoya

Este día 17 de noviembre de 2023 tuvo lugar solemnemente en la diócesis de Málaga la apertura de la causa de canonización de la sierva de Dios María Isabel González del Valle y Sarandeses. Nacida en Oviedo el 2 de julio de 1888 -día de la Visitación entonces- en el seno de una familia de posibles. Sus padres se llamaban Anselmo y María Dolores, matrimonio muy piadoso con capilla en su casa, para la cual que lograron el permiso de Monseñor Fray Ramon Martínez Vigil O.P. (por aquellas fechas obispo de Oviedo) para tener al Santísimo de forma permanente en su oratorio.

María Isabel fue bautizada al día siguiente de nacer en la pila bautismal de la parroquia de San Tirso el Real. Aquí habría que hacer constar que la parroquia a la que pertenecía la familia era la de San Juan el Real, pero por desgracia el templo parroquial fue declarado en ruina en 1873 y derribado por completo en 1882. En un primer momento se trasladó la sede parroquial al templo del desamortizado convento de los Franciscanos de Oviedo, que hacia las veces de capilla del Hospital Provincial, aunque muchas familias acudían a la Corte o a San Tirso por proximidad. Quiso entonces el Señor que María Isabel recibiera las aguas del bautismo el día de la Visita de María a Santa Isabel -de ahí su nombre- en la parroquia más antigua de la ciudad. Se la bautizó con el nombre de María de la Visitación Isabel Josefa  Teresa Laureana Melchora. El ministro celebrante fue el sacerdote amigo de la familia D. Jacinto Alonso Ovín que además de Canónigo de la Catedral ejercía de Secretario de Cámara y Gobierno del Obispado de Oviedo. Anotó el bautizo el entonces Cura Regente de San Tirso el Real de Oviedo D. Francisco Javier de Coto. Los abuelos paternos se llamaban Anselmo y María de las Mercedes de Jesús, naturales de la Habana y de Oviedo. Y los abuelos maternos se llamaban José y Casilda, naturales de Gijón y de Oviedo. Fueron sus padrinos el abuelo paterno José Sarandeses y su hermana María Teresa.

Desde muy pequeña dio muestras de una sensibilidad especial para las cosas de Dios, como nos muestra una anécdota ocurrida paseando junto a un "pradín de margaritas", como ella misma dirá, donde leyendo un libro infantil sobre el evangelio quedó tocada con el pasaje de "el joven rico", lo que le llevará a exclamar a su familia: "yo no seré nunca rica"... 

Era la decimosegunda de quince hermanos, y al igual que sus hermanas mayores fue llevada al colegio- internado de las Madres Salesas, donde se prepararía con creces en el Catecismo para su Primera Comunión, que recibiría en el templo del Sagrado Corazón de Oviedo, familiarmente llamado "la iglesia de las Salesas". En el convento de las Visitandinas no pasó desapercibida; su piedad, sus dones para la convivencia y su ingenio hicieron que pronto se volviera una líder dentro del internado, sabiendo arrastrar a sus compañeros a obras buenas y de piedad. Su hermana mayor, María Dolores, era monja Salesa en dicho convento ovetense, por lo cual todas las religiosas le contaban maravillas de su hermana pequeña que luego ella transmitía a la familia los días de locutorio.

Dolores ingresó en las Salesas en 1903, tomando el hábito el 7 de diciembre adoptando el nombre de Hermana Ana Magdalena, y profesa el 8 de diciembre de 1904. Toda su vida de religiosa de clausura la pasó en Oviedo a excepción del curso 1933-1934 en que fue destinada al Convento de las Salesas de Vigo para cubrir el oficio de economía. Desde 1934 permaneció en el convento de la Visitación de Oviedo hasta su muerte el 1 de septiembre de 1975 a los 90 años. No quise pasar por alto a su hermana, pues gracias a ella conocemos un detalle curiosísimo: unas monjas del convento, mientras se llevaba a cabo la función del último día del "mes de las flores" vio «una multitud de almas que seguían a una de las internas», y cuando ésta volvió la cabeza, reconoció en ella a María Isabel. Algunos han querido ver en aquel gesto una premonición del Cielo frente a la que sería la fundadora de las "Misioneras de las Doctrinas Rurales". 

Muy pocos días después de su Primera Comunión falleció su madre, hecho que despertaría en ella una mayor devoción a la Santísima Virgen, a la que hizo una consagración especial rogándole que en adelante cubriera el hueco que su madre había dejado. Ella dirá años después que en aquel momento sintió como ''la Señora'' se le mostró verdaderamente como Madre. Su madre Dolores, era una mujer de vida muy devota, destacó por confesarse con muchísima frecuencia, tanto que a menudo los confesores le decían que tenía bastante con sacar adelante a trece criaturas en casa (pues de los quince hijos dos murieron al poco de nacer). Y su padre Anselmo, era un hombre muy involucrado en la vida piadosa de la ciudad, visitaba la mayoría de los templos de Oviedo a lo largo de la semana y estaba muy identificado con varios de ellos. A pesar de tener capilla propia y de contar con sacerdotes muy amigos era común ver a la familia asistir a misa a las Salesas, a San Tirso, a la Catedral, a los Dominicos, a San Juan el Real, a San Francisco... Y tal era así que Anselmo era Terciario Franciscano, Dominico y Carmelita, por lo que pasó media vida preguntándose cuando le llegara la muerte con qué hábito quería que le amortajaran, pues se sentía muy del Carmen, muy de San Francisco, y muy de Santo Domingo. 

La familia de María Isabel además de pertenecer a la alta aristocracia ovetense, eran toda una institución en Asturias y en España. Su padre, D. Anselmo González del Valle y González-Carvajal, fue un músico de renombre, maestro pianista, compositor y recopilador de música popular asturiana. También fue un apasionado de la música hispana y cubana, y es que el padre de María Isabel se sentía un asturiano que aunque nacido en La Habana por encontrarse allí sus padres (los abuelos paternos de Isabel) emigrados por negocios, se sentía muy asturiano. Don Anselmo puso en marcha la Escuela Provincial de Música para ayudar a jóvenes talentos sin recursos, sufragó una catedra de violín, y su hogar se convirtió en un punto de encuentro de los músicos asturianos por su valiosa colección de instrumentos, así como por sus más de 20.000 libros de temas musicales. Por los citados encuentros se le considera el fundador de la Sociedad Filarmónica Ovetense, que nació en 1907. El hermano de Anselmo y tío de nuestra protagonista, fue el poeta Emilio Martín González del Valle y Carvajal, primer Marqués de la Vega de Anzo; ambos hermanos regresaron muy niños a Oviedo donde vivirían con un sacerdote en la Calle Cimadevilla, al que su padre designó como tutor y quien les dio la mejor formación intelectual y espiritual. El abuelo paterno se llamaba Anselmo González del Valle y Fernández-Roces, ovetense de pro, el cual hizo fortuna en Cuba con negocio del tabaco, hasta llegar a ser uno de los fundadores de la empresa Henry Clay y Caruncho, y alcalde de la ciudad de la Habana cuyo recuerdo sigue imborrable en el Mural de Próceres de la Habana vieja.

Isabel siempre estuvo muy pendiente de su padre, en especial desde que quedó viudo, pues desde aquel momento su delicada salud se vio ya muy afectada; Anselmo era diabético y padecía del corazón, murió de un paro cardíaco el día de "los Dolores" de 1911. Poco después de la muerte de su padre se traslada a Madrid, donde dispone su domicilio con un oratorio cuya decoración encarga a D. Félix Granda. María Isabel llevó una vida de piedad, involucrada en la Parroquia de su domicilio y muy unida a su familia. Su hermano la describía como una joven expresiva, agraciada, de buena conversación, de viveza en su mirada e inteligencia poderosa; más caprichosa que veleidosa y, en concreto, detallaba que generalmente era cabeza de pandilla por "aclamación tácita" y a todos arrastraba. Fue siempre cariñosa y estaba pendiente de lo que agradaba a los demás. La cualidad más sobresaliente en ella fue la grandeza de alma; la humildad la tenía ‘in radice’, como demostró en los arranques en que tuvo que vencerse heróicamente. De orgullo no había nada... Así era aquella joven ovetense antes de tener lugar su conversión. Quizá no sea la palabra acertada, pues Isabel era una mujer enamorada del Señor desde bien niña; lo que sus biógrafos denominan conversión, más bien alude al momento en que descubrió su vocación. Esto tuvo lugar en Madrid en abril de 1920 cuando acude a unos ejercicios espirituales que predicó el P. Pedro Castro S.J., el cual años después fundaría las "Obreras del Corazón de Jesús". En estos ejercicios Isabel actualiza las vivencias de su infancia, y se decide a renunciar a su posición social y los bienes de su familia para dedicarse por entero a Dios. Le tocó el corazón la meditación que el predicador hizo sobre Santa María Magdalena, que hizo a Isabel conmoverse hasta las lágrimas. En octubre de ese año se decide abrazar la vida religiosa uniéndose el día 9 de octubre a una pequeña comunidad fundada por el P. Castro en Bélmez (Córdoba), para dedicarse a una vida de honda piedad y apostolado bajo la espiritualidad del Corazón de Jesús. Pronto aparecen cambios inesperados, y el P. Castro es destinado por la Compañía al oeste del Pacífico, en concreto a las islas Carolinas, y antes de su marcha envía a Isabel a Málaga en busca de una joven llamada Cecilia León, la cual planeaba fundar una comunidad de religiosas en dichas islas para ver si querían unirse a su viaje. 

Quiso el Señor que se cruzara no tanto Cecilia, sino su director espiritual, el P. Tibircio Arnaiz S.J., del que ya había oído hablar Isabel y del que al conocerle quedó cautivada de su espiritualidad y obra. El P. Arnáiz llevaba a cabo misiones populares en barrios humildes y pueblos sencillos de la provincia de Málaga. Había mucha pobreza, los más pequeños no tenían escuelas ni una buena preparación en catequesis. El P. Tiburcio quería llegar a todos, pero era consciente de que eran muchas las barriadas, cortijadas y pueblos que necesitaban esta atención. El P. Arnaiz e Isabel se conocieron el 7 de enero de 1921 en el locutorio del convento de las Reparadoras. El Padre venía de predicar en la Sierra de Gibralgalia, donde quedó conmovido con lo que allí se encontró en un pago de chozas, en el término municipal de Cártama. No fue como el primer encuentro de Santa Teresa y San Juan de la Cruz, en este caso cada cual estaba con sus ideas en la cabeza; el Padre Tiburcio abatido y triste, simplemente dejaba hablar a aquella joven tan entusiasta, mientras que Isabel estaba convencida de que el Señor la llamaba a ser misioneras en las Islas Carolinas y tan sólo quería la bendición y aliento del renombrado jesuita. Una vez que la asturiana terminó de hablar el jesuita con su fina ironía de castellano auténtico le espetó: “¿Y con esos zapatos y ese vestido se va usted a ir a las Carolinas?”.Y continuó:“¡Qué Carolinas ni Carolinas!, cuando, ahí a dos pasos de Málaga, vengo yo de un pueblo donde ofrecí un rosario de cristal a quien supiera hacer la señal de la cruz, y ni uno solo supo hacerla… Si de verdad usted quiere trabajar por Cristo, yo arreglaré que pueda usted ir a enseñar a esas almas. Pero ya hablaremos de eso después”.

Lo primero que el P. Tiburcio le impuso fueron unos ejercicios espirituales donde la puso a prueba con dureza e incluso con desprecios para ver si aquella ovetense de familia bien tenía realmente vocación o no. Isabel sufrió pero superó los ejercicios con creces, viendo claro el Padre que había madera para la dura empresa que le iba a encargar. Luego costó casi un año encontrar a otra joven que quisiera unirse a Isabel para ir a evangelizar a la Sierra de Gibralgalia. Por fin la fundación pudo comenzar, aunque no faltaron zancadillas y críticas feroces, por no hablar de incomprensiones de quienes no veían normal que dos mujeres formadas se fueran a vivir entre serranos que no utilizaban ni calzado ni sabían leer ni escribir, a enseñarles algo que seguramente ellos serían los primeros en no estar interesados. Costaron los comienzos, pero pronto empezaron a mejorar las cosas, pues las misioneras les daban formación humana y religiosa, labores, cultura general y actividades de ocio... Pronto las gentes del lugar entendieron que las misioneras no eran sus enemigas sino las que venían a recordarles su dignidad de hijos de Dios. En todo lo que les enseñaban intentaban ir introduciéndoles el credo, la vida del Señor, los sacramentos, oraciones etc. Así empezó la Obra de las Doctrinas Rurales. El entonces Obispo de Málaga se interesó desde el primer momento por esta misión, y preguntó cómo se encontraban y cómo se arreglaban para su vida de piedad. A los pocos meses de la llegada de las misioneras el luego santo obispo las visitó con el gran regalo de darles autorización para tener a Jesús Sacramentado con ellas, dado que tenían que hacer muchos kilómetros para escuchar misa, y a veces la crecida del río les impedía llegar al pueblo más cercano en el que tenía un sacerdote. La primera vez que el P. Tiburcio acudió a la Sierra ya tenían preparadas a muchísimas personas para recibir la Primera Comunión, y con la visita de San Manuel González en diciembre de 1922 fueron confirmadas trescientas treinta y tres personas. Ese el Obispo de Málaga consagró el nuevo templo del lugar, el cual fue levantado con ayuda de la generosidad de la familia de Isabel y diseñada al gusto del P. Tiburcio. 

Hubo temporadas en que Isabel se quedaba sola en la casita de la Sierra, pero estaba feliz de tener allí al Señor, y todo lo hacía ante su Jesús del Sagrario: coser, corregir los cuadernos de los niños, leer, y en ocasiones hasta comer y dormir. Por desgracia también fue calumniada y cuestionada dentro de la Iglesia, pero también contó con buenos defensores como el P. Juan Cañete S.J., Provincial de Andalucía, el cual afirmó: ''Yo apreciaba mucho a María Isabel como se suele apreciar a los santos, y ella verdaderamente que lo era… La traté en varias ocasiones y aun la acompañé en algunas de sus correrías apostólicas por los pueblos y cortijos de Málaga, Sevilla y Cádiz, y siempre reconocí en ella virtudes cristianas nada vulgares. Noté en María Isabel un amor tan verdadero, sólido y a la vez tierno a Nuestro Señor Jesucristo, que le inclinaba constantemente a complacerle en todas cuantas ocasiones se le presentaban, sin reparar en sacrificios, de cualquier género que fuesen''. Sólo en vida del P. Tiburcio entre 1922 a 1926, María Isabel y el grupo de catequistas hicieron veinte doctrinas rurales en los lugares de Gibralgalia, La Parrilla, Alozaina, Montecorto, Las Mellizas, Las Capuchinas, Los Chaparrales, Alfarnatejo, Colonia de Santa Inés, Santa Amalia y Doñana, Los Remedios, La Sauceda y El Valle de Abdalajís. En Cádiz, en Naveros, El Palmar, Cañada de Taraje y Barrio Nuevo. Y en Sevilla en La Muela y Gobantes. No faltaron problemas de celos y envidias también entre las catequistas, considerando que el P. Tiburcio prefería a Isabel sobre las demás, o considerando que le había dado mucho mando. Esto la hizo sufrir, pero lo asumió con todo el corazón hasta el punto de decirle al Padre que quizá sus compañeras tenían razón y necesitaba una cura de humildad, por lo que pidió vivir una especie de noviciado. El P. Tiburcio aceptó su petición y la envió a servir a Murcia; aquello sirvió a Isabel para crecer en humildad, pero a las que la criticaban les pareció que sería peor, pues supondría una mayor confianza del fundador en ella como finalmente así ocurrió. Por si había pocos problemas acaeció la muerte del P. Arnaiz en olor de santidad. A partir de aquel momento empezaron a dejar la misión muchas doctrineras según pasaban los meses y los años, incluso algunos sacerdotes diocesanos trataron de acoger a las hijas del P. Arnaiz que abandonaban su carisma para aprovechar y fundar una nueva congregación, pero todo quedó en proyectos que nunca vieron la luz. María Isabel decidió permanecer fiel al Padre y eligió como nuevo padre espiritual al jesuita P. Bernabé Copado. Con las doctrineras que siguieron fieles junto a Isabel decidieron poner por escrito una especie de regla de vida o normas para ellas mismas a partir de los escritos del Padre Tiburcio, y dejando la posibilidad de trabajar en las Doctrinas viviendo en comunidad y acudiendo cada día al lugar de misión, o sólo en casa las enfermas o impedidas colaborando con sus oraciones, limosnas o sacrificios. 

Si ya eran pocas parecían que iban a ser menos, pues la simple idea de que Isabel podía convertirse en la cabeza de la obra volvió a despertar celos, críticas y calumnias hacia su persona. Ella no tiró la toalla, y en los momentos de mayor zozobra hizo una solemne consagración, la cual redactó utilizando como tinta su propia sangre el primer viernes de octubre de 1928 ofreciendo su propia persona y las Doctrinas al Corazón de “su Señor”. En 1929 el P. Copado fue destinado como superior a la comunidad de Jesuitas de Jerez, e Isabel decide adquirir allí una humilde casita que empezó a hacer las veces de casa general de la obra. Jerez era entonces diócesis de Sevilla, y Cardenal Ilundáin las llamaba cariñosamente ''mis gitanas'', por la vida tan activa que llevaban. Se hizo verdad lo que Isabel le había dicho al P. Castro de que su vida sería peregrinar con la “casina a cuestas”. Tras la muerte del P. Arnáiz se llevaron a cabo las misiones de Barranco del Sol, La Cala de Mijas y Media Legua (Málaga). También en El Álamo, Tahivilla, Espartinas , La Salada, El Loro, El Cuervo, Arcos y el barrio de la Plata en Jerez, (Sevilla). Y La Mora, el Barrio de la Jarana, Cuéllar y la Polvorilla, en Cádiz. Con la llegada de la segunda República vino un tiempo de una actividad más discreta para evitar problemas, y una vida más oculta por indicación del P. Copado. Isabel ya estaba delicada de salud, pero aún así pidió permiso para peregrinar a Roma a consultar el futuro de la obra del P. Tiburcio y ver en ella la voluntad de Dios. En Roma fueron acogidas por el Cardenal Pedro Segura y Saenz, quien años después dirá: “no había conocido alma más heroica que la de ella”.

En Roma Isabel vivió dos gracias, por un lado conoció al que sería su nuevo director espiritual, el P. Juan Antonio Segarra S.J., hombre de una espiritualidad hondísima que ayudaría mucho a las misioneras de las doctrinas rurales, y la otra gracia fue la entronización del Corazón de Jesús en el corazón de cada misionera el 25 de marzo de 1933. De vuelta a España y por recomendación del Cardenal Segura fueron a Barcelona, donde se pusieron a la disposición de Monseñor Irurita. Este noble prelado las acogió paternalmente y estuvo muy pendiente de sus necesidades en sus misiones en el Bogatell, San Adrián de Besós y Pelegrí, zonas marginadas y sin parroquia próxima. En una de sus primeras visitas, el Arzobispo y su secretario quedaron ambos boquiabiertos de cómo se habían lanzado a misión tan compleja, afirmando el secretario del prelado que aquello era un escándalo en el buen sentido de la palabra, y Monseñor Irurita las denominó cariñosamente como ''las benditas locas de Jesús''. El cardenal Arzobispo de Sevilla, Monseñor Ilundáin, las reclama para una misión en Villanueva de las Misas, por lo que Isabel responde acudiendo a dicho encargo en 1935. Era una localidad con fama de difícil y poco religiosa; pues bien, en febrero de 1936 comulgaron cincuenta mineros, los cuales tras la celebración atravesaron el pueblo cantando el himno ''Corazón santo tú reinarás''. La guerra civil la vivieron en Jerez, donde hicieron muchísimas horas de oración pidiendo por la paz y ofreciendo al Señor sus penas y sacrificios por la victoria del Sagrado Corazón en nuestra Nación. Aquí se enteró Isabel de la muerte de un familiar muy cercano. Se trataba de otra de sus hermanas, María Teresa, que había profesado como religiosa reparadora en Manresa en 1903, y solemnemente en 1909. Adoptó al profesar el nombre de Madre María de Virgo Fidelis. Por sus dotes musicales siempre solía hacer de organista de la comunidad. Estuvo destinada en Bilbao y Barcelona como procuradora. Había nacido en Oviedo en1882, y al ser una hermana mayor siempre fue un referente para Isabel. Fue martirizada en Barcelona el 29 de julio de 1936. Esta noticia tocó hondamente el corazón a María Isabel; con tristeza, sí, pero aún con más orgullo y alegría de tener reconocida una hermana de sangre en el cielo. 

Los últimos años de su vida los pasó en cama; además de sufrir desde hacía mucho de "piedras en el riñón", apareció un cáncer de hígado que fue devorándola poco a poco. Ella a pesar de todo rezaba y ofrecía sus dolores por el bien de las misioneras rurales. Horas antes de morir aún estuvo haciendo "detentes" de tela. En los momentos de mayor dolor, de su boca tan sólo salían jaculatorias. Falleció el 6 de junio de 1937 en Jerez de la Frontera. Fue inhumada en un sepulcro prestado, y el funeral pudo ser pagado gracias a una limosna de caridad. Finalmente, logró morir siendo pobre como quería, pues todo lo que por sus manos pasó lo entregó a los necesitados. En 1954 sus restos fueron trasladados a la iglesia de la Sierra de Gibralgalia. Una frase que resumió toda su vida fue la siguiente: “El P. Castro me enseñó a ir al Corazón de Jesús; el P. Arnaiz a vivir en el Corazón de Jesús”. 

Templo de San Tirso el Real de Oviedo donde fue bautizada


Pila bautismal


Casa natal 
(Calle Conde Toreno esquina con Marqués de Pidal)


Hermanos González del Valle y Sarandeses


Iglesia de los Franciscanos donde fueron bautizadas varias de sus hermanas


Con sus hermanos José María, María de Asñis y María Casilda


De pequeña


Quinta de Roel (Calle Santa Susana)


Vestida de asturiana


Vista del Convento e iglesia de las Salesas


Vestida de llanisca


Cuando tenía 26 años su Parroquia consagra su nuevo templo


Vestida de betlemita en una peregrinación a Tierra Santa


Con su familia y amigos


En Madrid


P. Pedro Castro Quero S.J.


Niños de la Sierra de Gibralgalia, ya en los años cincuenta


Única fotografía en que aparecen juntos el P. Arnaiz 
y María Isabel, en una aldea durante una misión


Beato P. Tiburcio Arnaiz S.J.


Con sus compañeras de apostolado. En casa del notario de Algodonales
- Cádiz, D. Francisco San Miguel, gran amigo y colaborador del P. Arnaiz


San Manuel González, en la inauguración de la iglesia de la Sierra
de Gibralgalia y primeras Confirmaciones, en diciembre de 1922


María Isabel en Montecorto-Málaga en 1923. Es la que está sentada 
a la derecha, a su lado Leonor Werner. Atrás Rosario Merencia y 
Ana María mujer del notario de Algodonales


Visita a Jesús Sacramentado después de una clase


En las clases de alfabetización en una Doctrina


En la Sierra de Gibralgalia, María Isabel, con algunas de
 las que continuaron en las Doctrinas, y el P. Bernabé Copado


Párrafo de la Consagración de María Isabel escrita con su sangre


Últimos años


Casa de Jerez, donde pasó el último año de su vida


María Isabel, con Blanca Werner, en los últimos meses de su vida


Ya encamada con su sobrina María Dolores hija de su hermano José María


Habitación donde murió en Jerez, año 1937


Actual sepultura, en la iglesia de la Sierra de Gibralgalia, 
donde fueron trasladados sus restos en 1954

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