Amable Concha Abogado
El Evangelio de San Juan (Jn., 20:6,7) habla del Santo Sudario y en su versión castellana parece decir: «Luego llegó Simón Pedro tras él (San Juan) y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí y el sudario que había estado sobre su cabeza, no puesto con los lienzos, sino envuelto en un lugar aparte» (Reina Valera, 2010).
El Evangelio de San Juan (Jn., 20:6,7) habla del Santo Sudario y en su versión castellana parece decir: «Luego llegó Simón Pedro tras él (San Juan) y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí y el sudario que había estado sobre su cabeza, no puesto con los lienzos, sino envuelto en un lugar aparte» (Reina Valera, 2010).
Digo «parece decir» porque la posición más común sobre el último párrafo «envuelto en un lugar aparte» -que otros cambian por «sino enrollado a un lado»- es libre, por interpretación del contexto, intentando explicar la dicción literal de «Entetuligmenon eis ena topon» (envuelto hacia ese único lugar), que parece incomprensible por sí misma.
¿Lo es realmente? La traducción literal diría: «Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí y el sudario que había estado sobre su cabeza, no puesto con los lienzos, sino envuelto hacia ese único lugar». Y ese único lugar puede sustituirse perfectamente por el templo, como propone Castro Sánchez, ya que el evangelista emplea esa misma expresión en otras tres ocasiones para designar el templo de Jerusalén (Jn., 4:20, 5:13, 11:48).
Se comprende que resulta complicado entender cómo el Santo Sudario podría estar envuelto hacia el templo, si previamente no se conoce cómo funcionaba esta prenda en las ejecuciones de la Palestina del siglo I d. C.
Me explicaré. El sudario se colocaba al crucificado mientras estaba aún vivo, a modo de antifaz completo, sin orificios, anudándose en la parte posterior de la cabeza para ocultar el rostro. En la web http://www.linteum.com/el-santo-sudario-de-oviedo.php puede consultarse una completa exposición del Centro Español de Sindonología, donde se muestran, por ejemplo, las arrugas del nudo en la esquina superior derecha del lienzo e, incluso, restos de sangre de Nuestro Señor que llegaron al Sudario mientras Jesús estaba aún con vida. Aprovecho para agradecer a don Julián Herrojo que nos brindara la oportunidad de asistir a esta presentación en la basílica del Sagrado Corazón de Gijón la primavera pasada.
Una vez que el sudario ha cumplido su función, puede retirarse de la cabeza como se quita un casco, pues la sangre y el sudor que han impregnado la tela le habrán conferido cierta rigidez. Así, el informe forense elaborado por el Centro Español de Sindonología confirmaría la traducción que se defiende para Juan, 20:7, cuando sostienen que ésta sería la tercera posición del Santo Sudario de Oviedo, que bien pudo quedar en el sepulcro «enrollado sobre sí mismo en forma de capucha». Nono de Panópolis, en su paráfrasis en hexámetros del Evangelio de San Juan (siglo V d. C.), dice textualmente: «Y la tela que envolvía la cabeza con un nudo en la parte de atrás de la cabellera», siendo evidente que, en este caso, la capucha sí podría haberse quedado mirando hacia el templo.
La tradición rabínica del templo había desarrollado un precepto según el cual las expresiones deformadas por el sufrimiento de los rostros de los crucificados -el dolor hecho muerte- se consideraban ofensivas contra Dios y debían ocultarse, de ahí la obligación del sudario, que ha permitido la comparación por arqueólogos hebreos, plenamente concordante, entre el lienzo de Oviedo y los restos de otros sudarios de la época que obran en Israel.
Pero ¿qué es más, el sufrimiento causado al condenado o su exposición pública durante la ejecución? «¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: "Jurar por el templo no obliga, jurar por el oro del templo sí obliga"! ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el templo que consagra el oro?» (Mateo, 23:16,17).
La disputa entre Jesús y el templo es constante en el Evangelio de San Juan. Hoy pocos dudan de la autoría del discípulo amado. El cuarto Evangelio, además, ya no sólo nos asombra por su altura teológica, sino también como fuente fidedigna para conocer mejor al Jesús histórico, ya que pormenoriza en detalles que tan sólo un testigo presencial podría contar. Son hechos verdaderos, no narraciones forzadas, que el evangelista llega a interpretar correctamente por la acción del Espíritu y así nos los transmite.
Éste es el caso de Juan, 20:6,7, pues ese «él» que habría precedido a Simón Pedro en el Santo Sepulcro sería San Juan, el narrador mismo.
De ahí que la expresión literal «Entetuligmenon eis ena topon» (envuelto hacia ese único lugar) sólo sea comprensible en su literalidad si ese «eis» que expresa adhesión a lo que envuelve se refiere al rostro del crucificado mismo y la tortura padecida, lo cual es confirmado por el informe forense del Centro Español de Sindonología, cuando sostiene que las manchas principales de sangre se corresponden con las que habría dejado un rostro humano malherido o que otras manchas puntiformes fueron producidas por la corona de espinas.
Y comprendemos a San Juan, entonces, cuando nos transmite que ese testimonio del padecimiento del Mesías quedó mirando hacia el templo. ¡Es un matiz harto relevante! De nuevo denunciando la hipocresía de aquellos fariseos y saduceos. Si pretendían ocultar de la exposición pública el dolor por ellos causado al condenado, éste, tras haber vencido a la muerte, nos dejó el testimonio de la pasión en su rostro «mirando a los que lo traspasaron» para volver a manifestarse desde la Catedral de Oviedo ante todos, y todos los años, los días de Jueves Santo, exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre) y San Mateo (21 de septiembre).
Y esta reflexión también va con nosotros, el rostro macilento de Jesús también nos mira a nosotros. Hay que retirar el paño del rostro doliente del Señor y postrarse de frente para orar con él y en él. Detrás de la trama de tela, con la que se quiso ocultar lo inocultable, está la huella de la Pasión redentora de nuestro Señor Jesucristo que nos esté mirando.
Hay que orar delante del Santo Sudario en la Cámara Santa -aunque sea un poco incómodo- y hay que buscar ese rostro doliente de Jesús en los desheredados del mundo. Esos que el mundo no quiere mostrar, pues «la paz del mundo» (Jn., 14:27) es como aquella paz del templo, hipócrita, necesitada de sudarios que escondan tanta injusticia, tanto rostro deformado por el dolor que no queremos ver.
En sentido literal, los sudarios siguen utilizándose en todo tipo de ejecuciones. Más allá ¿qué hacemos con las imágenes que nos dejan los abortos, las hambrunas, pandemias, guerras, conflictos armados, la pobreza extrema causada por la globalización económica...? ¿Y con los enfermos de sida que hacen cola en los centros de salud? ¿Y con los toxicómanos que deambulan por nuestras calles? ¿Qué pensamos cuando vemos las aceras atestadas de mendigos?
No podemos ocultar la verdad tras los sudarios. Consuela saber que serán los primeros, pero mientras tanto hay que hacer algo. Para empezar, retirar el sudario del rostro del Cordero, sólo así reconoceremos al Señor en el mundo: «¿Cuándo te vimos hambriento, sediento o enfermo y no te asistimos? Jesús responderá entonces: "Todo lo que no hicisteis por el más pequeño de vuestros hermanos tampoco lo hicisteis por mí"» (Mt., 25:40).
Pero ese sudario que tras la resurrección del Señor se queda mirando hacia el templo es mucho más que la acusación de un crimen. Benedicto XVI, en su obra «Jesús de Nazareth», ha señalado que Jesús no es un profeta más, ni siquiera el último profeta que ha de brindarnos la definitiva interpretación de la ley, sino la ley misma. Y algo parecido ocurre con el templo.
Hay que conocer la liturgia de las fiestas judías para comprender bien el Evangelio de San Juan. El último gran sermón de Jesús en el templo será durante la fiesta de la Dedicación («Hanukkah»), que conmemoraba la consagración del templo por Salomón. Jesús no pasará del atrio y desde allí mismo, sin entrar en el templo, se nos presentará como el Buen Pastor, y para referirse a la puerta de su redil empleará la palabra «aulè», con la que las Escrituras designan, precisamente, el atrio del templo. Jesús está sacando sus ovejas del templo de Jerusalén.
Y es que Jesús es el nuevo templo, el que será levantado en tres días (Jn., 2:19), y el Santo Sudario mirando hacia el «lugar único donde podía darse culto a Yahvé» es testimonio de su victoria sobre la muerte y sobre el propio templo también. Ya no será la casa de Dios nunca más. San Juan mismo, en su primera carta, nos dice que tres son los que dan testimonio de la victoria del Señor sobre el mundo: el agua, la sangre y el Espíritu (1 Jn., 5:5-8). Ya no hay un único lugar, pero sí hay una sola profesión de fe: bautismo y eucaristía.
Agua y sangre que habían brotado del costado del crucificado en presencia del Evangelista (Jn., 19:34,35): «Empero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y luego salió sangre y agua. Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero: y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis».
Agua y sangre que se encuentran en el Santo Sudario, ya que el informe forense del Centro Español de Sindonología ha verificado la presencia de sangre y líquido pulmonar en la reliquia de la Catedral de Oviedo. ¿Y el Espíritu? Depende de la fe. «Y toda la multitud procuraba tocarle, porque de Él salía un poder que a todos sanaba», nos dice el Evangelio de San Lucas. Acudir a la veneración del Santo Sudario es ponerse, desde luego, en la presencia inminente e inmediata de ese poder del Señor.
San Juan utiliza el Santo Sudario para recordarnos que el conflicto entre Jesús y el templo de Jerusalén tiene un desenlace dentro del misterio de la Pasión y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Y las pruebas forenses practicadas a la tela por el Centro Español de Sindonología certifican esa doble condición de objeto testigo para el lienzo de Oviedo: recuerdo del sufrimiento del Cordero y testimonio de su victoria sobre la muerte. Cuando San Juan emplea esa complicada expresión: «Entetuligmenon eis ena topon» (envuelto hacía ese único lugar), está queriendo llamar nuestra atención sobre esa circunstancia tan singular de la posición del sudario, con una carga teológica tan profunda. Nada es casual en el cuarto Evangelio.
Y ha querido la Divina Providencia que el Santo Sudario se guarde en Oviedo. ¡Bendito seas, Señor!
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