Cuando nos encontramos a una semana del Nacimiento del Mesías, la creación está expectante. De la misma forma que cuando sucede un acontecimiento gozoso todos esperan con emoción ese evento, ¡con cuánta más razón al venir en la humildad de nuestra carne el Verbo de Dios encarnado!
Es el mismo sentimiento que tenía el pueblo israelita al pedir desde siglos atrás la llegada del Salvador. Los propios judíos, especialmente los más fervorosos, saben que el Cielo está a punto de escuchar sus ruegos y súplicas. La convicción de la pronta llegada del Justo, por el que Dios visita a su Pueblo, aumenta la esperanza en toda la naturaleza.
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Dentro de esta gozosa espera, se encuentra María, preparada de la mejor manera que se pueda imaginar para alumbrar al Fruto Bendito de su vientre. Para ser la Nueva Eva que engendra al nuevo Adán. Así lo propagaron sucesivamente San Eugenio III y San Ildefonso, como devotos Obispos de María. Durante estas jornadas, las antífonas del rezo de Vísperas muestran una exclamación ante la inminente llegada de Cristo.
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