En este domingo V del Tiempo Ordinario la palabra de Dios nos habla de llamada y transformación; así lo vemos en la experiencia personal que nos detalla Isaías que él mismo vivió el año de la muerte del rey Ozías, por lo que podemos datar el acontecimiento en torno al año 740 a. C. donde éste recibe su vocación profética en el templo de Jerusalén. Isaías es llamado por el Señor y enviado al pueblo para hablarles en nombre de su Dios. Aquí el llamado se enfrenta a la desproporción entre lo que reclama el Señor de sí, ante lo indigno y lo pequeño que se siente frente a una tarea que le desborda: ¿cómo un hombre cualquiera va poner voz al sentir de Dios; qué sin sentido es este de que el Dios siempre fiel siga esperando que este pueblo formado de hombres infieles vuelvan a Él? ¿Y cómo no enviar como mensajeros a alguno de sus ángeles en lugar de querer contar con un hombre, al fin y al cabo hijo de este pueblo ingrato?... Así es nuestro Dios, que por su palabra nos dio vida, y con su palabra sigue alimentando y transformando nuestra vida.
Esto mismo es lo que experimentan los apóstoles que se encontraban seguramente al final de su faena ya en la orilla y lavando las redes para la siguiente jornada de pesca tras el fracaso de esa noche. Y el Señor llega a predicarles; sí, pero también a cambiarles los planes y de algún modo transformar su interior frustrado. Hay un detalle curioso que nos da el evangelista San Lucas: había dos barcas en Genesaret y, sin embargo, Jesús sube a la de Simón, y será también a Simón a quien le diga ''Rema mar adentro''. Jesús tenía claro desde el comienzo de su predicación que Pedro tendría un papel destacado a la hora de llevar la barca de la Iglesia, por eso este relato es conocido como el de "la vocación de Pedro". Más a continuación dice en plural a todos: ''y echad vuestras redes para la pesca''. Nuevamente hay una llamada, un envío y una misión concreta; más nos encontramos con el "pero". Isaías decía que no se veía digno: ''¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros''... Simón expuso su "pero" quizás desde dos perspectivas: por la experiencia de saber que el resultado fue negativo, y ante la duda quizás de que Jesús no se había percatado de que estaban de retirada cansados ya de bregar toda la noche sin éxito en la pesca... ¿Cómo se soluciona el temor de Isaías?: con el querubín que con un ascua del fuego del altar del templo lo acercó a la boca al Profeta diciéndole: «Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado». Simón, por su parte, aunque no entiende nada y seguramente tenga más dudas que certezas termina confiando con ese acto de fe tan hermoso: ''pero, por tu palabra, echaré las redes''... Y echó las redes y fueron testigos directos de aquella pesca milagrosa no sólo ellos, sino el resto de pescadores próximos que tuvieron que ir a ayudarles, pues eran incapaces de abarcar la cantidad de peces capturados. El Señor siempre nos sorprende: en la noche tranquila cuando se suele dar mejor la pesca no logran nada, y resulta que a pleno día cuando más difícil es pescar es cuando más éxito tienen. Y es que sólo Él puede hacer posible lo que nos parece absolutamente inalcanzable.
Finalmente, si Isaías termina respondiendo: ''Aquí estoy, mándame''. Simón, por su parte, se lamenta de haber dudado del Maestro asintiendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador»... El Señor no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores; no con imposición, no haciendo un "casting" entre los más virtuosos o capacitados, sino sencillamente escogiendo a los que Él quiso... También el Señor nos llama y envía a cada uno de nosotros; por su palabra busca tocar y transformar nuestro corazón encauzando nuestra barca dirección a la eternidad. Somos llamados a remar mar adentro, a echar las redes por su Palabra, incluso cuando tenemos por seguro que nada vamos a encontrar en la noche oscura de nuestras frustraciones. Jesucristo quiere que busquemos otro mar, que no nos estanquemos en las aguas de nuestras comodidades y rutinas, sino que sepamos ir más allá. También a nosotros nos invita a no temer, a escuchar su llamada y a ser pescadores de almas: ¡pescadores de hombres! Y el evangelio concluye con una afirmación tajante: ''dejándolo todo, lo siguieron''. Estos hombres de mar que ya eran bien adultos habían gastado su vida en aquellas barcas, llevando seguramente más sustos y disgustos que éxitos y bellas o fructíferas faenas, y resulta que cuando viven la mejor pesca de sus vidas ni siquiera se detienen a contar la multitud de peces, a venderlos ni hacer cálculos de nada: lo dejaron todo como si la mar ya no fuera con ellos... El Señor les había hecho ya pescadores de tierra firme. Dejémonos también nosotros llevar por la corriente del Espíritu que no nos abandona a nuestra suerte. No nos faltará la ayuda del cielo en nuestro camino, y eso nos da la alegría de poder cantar como el salmista: ''Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor''.
También celebramos en este domingo la Campaña de Manos Unidas contra el Hambre bajo el lema "Compartir es nuestra mayor riqueza". Es triste comprobar cómo nuestro mundo avanza cada día en tantas realidades sin ser capaz de erradicar la muerte por inanición o desnutrición: ¡el hambre! La mortalidad infantil en países del tercer mundo por la falta de alimentos y medicamentos más elementales, la mala distribución del agua... Parece que hemos aceptado ya esta realidad como una situación insolucionable de nuestro mundo, siendo incontables y vergonzoso la elevada cantidad de alimentos que en los países del proimer mundo desaprovechamos, rechazamos o tiramos. Hoy la voz del Señor resuena en la conciencia de católicos de forma preclara: ''tuve hambre y me disteis de comer''... Jesucristo nos aguarda hambriento en tantos rincones de nuestro planeta esperando de nuestra generosidad y que nuestro mundo sea más justo, mas solidario y más humano.
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