La palabra de Dios en este Domingo VI del Tiempo Ordinario quiere poner el foco de nuestra atención en un discernimiento esencial en el día a día de todo creyente, como lo es la elección entre nuestra seguridad en las cosas terrenales o mundanas, frente a confiar totalmente en el Señor. La primera lectura de Jeremías comienza de forma muy directa sobre esta cuestión: ''Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor''. El profeta pone unos símiles muy cercanos a la cultura de su gente como son el desierto y la tierra fértil, comparando la estepa a quien sólo espera algo de las cosas de este mundo y se condena a sí mismo a vivir en la sequedad de caminar alejado de los planes de Dios. Mientras aquel que sí pone su confianza en el Señor, y dice Jeremías: ''Será un árbol plantado junto al agua, que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto". No necesita grandes estudios este texto; es muy fácil comprender si nuestra existencia es como la estepa o como el árbol junto al agua, si nos inquieta cualquier dificultad o sí, por el contrario, perseveramos en las pruebas más difíciles sin alejarnos del Señor.
Las palabras del profeta nos sirven de preparación para interiorizar también el evangelio de este domingo tomado del capítulo 6 de San Lucas, donde se nos presenta la conocida escena del Sermón de las Bienaventuranzas, también llamado "de la montaña", en San Mateo. Y que aquí su denominación correcta sería "el de la llanura". El autor del texto nos detalla que bajaban, seguramente de la cima de esa montaña, cuando se detuvieron en una llanura de su ladera donde Jesús aprovechó para predicarles sobre el Reino. Es muy valioso el dato que nos da de los oyentes de aquel numeroso grupo: ''una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón''. Esto que parece una información insignificante, nos está diciendo mucho; significa que Jesús quería hablar a todos, no sólo a los doce, no sólo a judíos, no sólo a los de una comarca o estatus social concreto. Decir que había hasta personas de la costa de Tiro y Sidón no es únicamente decirnos que había paganos que le seguían y escuchaban, sino que prácticamente nos sirve para decir que su predicación no tenía límites ni cláusulas, como tampoco las tiene hoy, ya que el evangelio se anuncia a todo el mundo. Y hay una novedad significativa: Jesús no predica en la sinagoga o en el templo, sino en plena naturaleza que es la obra realizada por las manos de su Padre, en lugar de los edificios construidos por los hombres, y es que lo de este mundo pasará, pero sus palabras no.
Las bienaventuranzas no se limitan a una mera descripción de lo bueno y lo malo, de desgraciados y privilegiados... Jesús va más allá y busca cambiar la mentalidad de la mayoría que le escuchaban, cuya mayor pretensión en la vida era llegar a poseer unas propiedades, bienes, negocios etc. Esto en la psique del pueblo judío estaba grabado a fuego: la mayor promesa de Dios era la de la tierra que manaría leche y miel y, sin embargo, con este sermón Cristo les presenta unas promesas actualizadas que no se quedan en la posesión de una tierra concreta, sino en la posesión del reino de los cielos, que es mucho más que el terreno más cotizado posible que hubiere. Bienaventurados los pobres, los que ahora tenéis hambre, los que ahora lloráis, vosotros cuando os odien... En definitiva los que siguiendo a Jesucristo experimentamos algo de esto; vivámoslo, pues, con la paz de que habrá un día en que será el mismo Señor quien le de la vuelta a la situación... Y luego está el otro aspecto: "Ay de vosotros, los que estáis saciados..., los que ahora reís..., si todo el mundo habla bien de vosotros..." A veces hay personas que tienen muy presente esto; que a los malos parece que las cosas les salen siempre bien, que viven de espaldas a Dios, y yo que voy a misa todos los días sólo tengo problemas y desgracias... Es que mis vecinos roban y nunca los pillan llevando una vida a todo tren... No busquemos ser jueces de los demás; los hay que aparentemente en esta vida todo puede salirles a pedir de boca, pero también la historia dará su giro y reenfoque, y así los que aquí rieron, en la otra vida llorarán.
Las bienaventuranzas deben ayudarnos no sólo a orar, sino a hacer examen de vida para ver qué debo corregir en mi camino espiritual hacia el reino de Dios, qué debe comenzar ya aquí en mi rutina diaria. El Catecismo de la Iglesia nos dice a este propósito: ''Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos'' (1717). San Pablo por su parte, nos presenta en ese fragmento de su primera epístola a los Corintios, que el cimiento de ese futuro, de ese mañana que anhelamos es Jesucristo vivo y glorioso. Y da una sentencia muy clara: ''Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad''. No nos quedemos con los ojos puestos siempre en las cosas de este mundo, sepamos mirar más allá para ser también nosotros bienaventurados, o, en palabras del salmista: ''dichosos'' por haber puesto nuestra confianza en el Señor...
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