(In virga virtutis) «Ab illo bene † dicáris, in cuius honore cremáberis. Amen.» Seas bendecido por aquel en cuyo honor serás quemado. Con estas palabras el ministro bendecía el incienso que ponía en el incensario para los ritos iniciales. Esta breve pero enjundiosa oración (hoy ausente en el misal tras la reforma litúrgica) sitúa a Cristo en el centro de la celebración litúrgica. El incienso es sólo para Él, no para los humanos. Solo se inciensa aquello que nos remite a Cristo, aquello que, superando la realidad profana, es medio para la presencia real de Cristo en medio de su pueblo. Así pues, los dones del altar no se ofrecen por ser pan y vino sino por lo que serán después; al sacerdote no se le inciensa por ser hombre sino por hacer las veces de Cristo; del mismo modo que a los fieles no se les inciensa por ser hombres y mujeres sino por su sacerdocio laical.
En el salmo 140 encontramos el siguiente versículo: «Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde», indicándonos algunos aspectos acerca del incienso:
1) Incienso tiene tres propiedades: olor, sube hacia lo alto hasta disolverse, impregna el ambiente. Cada una de ellas expresa a la perfección la misma oración cristiana:
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a) El olor: recordemos el pasaje de Ap 5,8 donde se compara el perfume del incienso con las oraciones de los santos. La oración cuando es pura y sincera, aun regada con lágrimas, se torna buen olor de Cristo y del cristiano. La oración asidua perfuma la vida, enriquece el quehacer de cada día.
b) Sube hacia lo alto hasta disolverse: las volutas de humo blanquecino van ascendiendo con parsimonia envolviendo los distintos espacios sagrados por donde se derrama. Del mismo modo, la oración cristiana no es una introspección hacia el interior del hombre, sino una oración constantemente en búsqueda de infinito y eternidad. La oración cristiana hace salir al hombre de sí mismo y subir a lo alto, hacia Dios. Por eso, podemos rezar con confianza porque sabemos que ninguna oración queda desatendida, ni se pierde, ni cae en saco roto, sino que llega a Dios y es acogida por Éste.
c) Impregna el ambiente: todos tenemos la experiencia de cuando se ha usado el incienso el templo queda con el mismo olor del incienso e incluso nuestra ropa también se va perfumada. Así debe ser la oración del cristiano. Una oración que impregne nuestra vida, que nos haga cambiar nuestras torpezas, errores y pecados. La oración debe tener una repercusión en el comportamiento cotidiano, porque si no la oración se vuelve estéril.
2) El incienso como ofrenda de la tarde: el incienso siempre ha estado ligado a la hora vespertina. Muy relacionado con la muerte del Señor, el verdadero y único sacrificio vespertino. Como un día Cristo, el incienso será ofrecido a la tarde como oblación perfecta a Dios. De este modo, el incienso adquiere un significado y un valor cristológico. El incienso, también, al ser quemado como sacrificio vespertino pretende expiar nuestros pecados cometidos durante el día. Este es su valor expiatorio. El incienso quemado en Vísperas es imagen de la Iglesia en oración perenne. Una Iglesia que renueva y actualiza el sacrifico redentor de Cristo. Este es su valor eclesiológico.
3) También el incienso tiene valor de confesión de fe: en la liturgia muchas veces, las palabras se quedan cortas y son los símbolos o los gestos los que refuerzan o intensifican una aclamación o una respuesta o una acción de gracias. Por ejemplo, cuando el evangelio es incensado pretende extender el “aleluya” que se ha aclamado antes; cuando una imagen o una reliquia es incensada se está expresando una súplica, un honor o una acción de gracias. El incienso expresa también la fe de la Iglesia en su misma forma de ser usado. Como vimos en el artículo anterior, el incensario tiene un bandeo distinto respecto del objeto al que se destine. De este modo: todo lo referente al Señor es incensado con tres golpes dobles; mientras que lo devocional o referido a la Virgen y a los santos es incensado con dos golpes dobles. Esta distinción responde a tres conceptos: latría, que significa adoración, está referida solo a Dios; dulía, que significa honor o devoción, está referida a los santos; y la hiperdulía, que es un tributo de honor y devoción especial, está referida solo a la Virgen. Estas tres son fruto del II Concilio de Nicea (735).
4) El incienso para el perdón de los pecados: así lo entiende la tradición etiópica en una de sus oraciones de la que ofrecemos algunos fragmentos: “Oh turibulo de oro, lleno de carbón ardiente y bendito, que está junto al santuario, que perdona los pecados y borra las culpas; […] Oh Señor y Dios nuestro, así como antaño derribaste las murallas de Jericó por medio de tu siervo Josué, hijo de Nun, derriba igualmente ahora las murallas de mis pecados y de los pecados de tu pueblo con mi colaboración, la de este siervo tuyo”. E igualmente la Copta, que al usar el incienso reza: “Oh Rey de la paz, danos tu paz y perdona nuestros pecados. Aleja de la Iglesia a sus enemigos y guárdala, para que no desfallezca […] Bendícenos, purifica nuestro corazón y sana de todo mal nuestras alma y nuestro cuerpo”.
5) Valor apotropaico del incienso: “apotropaico” es una palabra griega que significa “alejar” o “rechazar”. Es la usada con precisión por la litúrgica para expresar la lucha contra mal que se realiza en la celebración del exorcismo. El incienso ha sido empleado en todas las liturgias con el fin de ahuyentar a los demonios. Una antigua oración romana, pero de origen hispano, dice: “Oh Señor Dios, ante quien está presente, con temor, el ejercito de los ángeles, […] dígnate mirar y bendecir a esta criatura, el incienso, para que toda enfermedad e insidia huya y se aparte de tu criatura, a la cual redimiste con tu preciosa sangre, de tal modo que nunca sientan el mordisco de la antigua serpiente. Amén”.
Por último, no me resisto a hacer un breve comentario sobre la oración del incienso en el ofertorio de la misa del misal de 1570 y que san Juan XXIII mantuvo. La ofrezco en latín y una traducción propia en español:
Latín - Español
Per intercessionem beati Michaelis archangelis, stantis a dextris altaris incensi, et ómnium electorum suorum, incensum istud dignetur Dominus bene†dicere, et in odorem suavitatis accipere. Per Christum, Dominum nostrum. Amen.
Por la intercesión de san Miguel arcángel, que esta con el incienso a la derecha del altar, y de todos sus elegidos, se digne el Señor ben†decir este incienso, y recibirlo como olor agradable. Por Cristo, Señor nuestro. Amén.
Incensum istud a te benedictum ascendat ad te, Domine: et descendat super nos misericordia tua.
Que este incienso bendecido por ti, suba hasta ti, Señor; y sobre nosotros descienda tu misericordia.
Dirigatur, Domine, oratio mea, sicut incensum, in conspectu tuo: elevatio manuum mearum sacrificium vespertinum. Pone, Domine, custodiam ori meo, et ostium circunstantiae labiis meis: ut non declinet cor meum in verba malitiae, ad excusandas excusationes in peccatis.
Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde. Coloca, Señor, una guardia en mi boca, un centinela a la puerta de mis labios; no dejes inclinarse mi corazón a la maldad, a cometer crímenes y delitos
Accendat in nobis Dominus ignem sui amoris, et flammam aeternae caritatis. Amen.
El Señor enciende en nosotros el fuego de su amor y la llama de la eterna caridad. Amén.
Esta oración surge después del s. XI con dos versiones una que habla del arcángel san Gabriel y otra de san Miguel, inspirada en Ap 8,3. Esta oración concentra muy bien todo lo dicho anteriormente. Es una pena que esta oración hoy ya no esté en nuestro misal y quede olvidada en el tiempo. El incienso es olor agradable a Dios, quien lo recibe. Lo recibe porque sube a lo alto bendecido y desciende sobre el pueblo de Dios como don y garantía de la misericordia divina. Hacemos nuestros los versículos 2 a 4 del salmo 140 para concluir en una referencia a los carboncillos con que se ha encendido el incienso. Esa llama que quema los granos de incienso debe ser en nosotros, por medio del sacrificio eucarístico, el amor divino y la caridad sincera y eterna.
Así pues, espero que después de estos artículos aprendamos a valorar el uso del incienso en nuestra liturgia y sirva éste como modelo de nuestra oración. Los ritos, gestos y símbolos en la liturgia son eficaces porque reciben su gracia del misterio pascual de Cristo, por el sacerdocio bautismal y ministerial, pero también, en la medida en que estos generan en nosotros unas actitudes y comportamientos renovados. Hombres y mujeres de la Pascua que, como el incienso, quieren ser quemados en el horno del amor divino y de la caridad para hacer que este mundo nuestro, tan corrompido, se impregne de Dios y de las oraciones de los fieles.
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