IV SÁBADO DE CUARESMA
(Jer 11, 18-20; Sal 7; Jn 7, 40-53)
(Jer 11, 18-20; Sal 7; Jn 7, 40-53)
TRES LLAMADAS
El Señor me instruyó, y comprendí, me explicó lo que hacían (Jer 11, 18)
El Señor me instruyó, y comprendí, me explicó lo que hacían (Jer 11, 18)
“Mi escudo es Dios, que salva a los rectos de corazón.” (Sal 7)
-«Éste es de verdad el profeta.»
Otros decían:
-«Este es el Mesías.» (Jn 7, 41)
Otros decían:
-«Este es el Mesías.» (Jn 7, 41)
CONSIDERACIÓN
Estamos siguiendo, día a día, las páginas de las Sagradas Escrituras que se refieren a los acontecimientos de la Pasión del Señor, y sorprendentemente, muchos de los textos propuestos unen unas escenas de confianza con otras de prueba y de sufrimiento.
Se comprende la unión de cuadros tan aparentemente dispares desde la revelación que Dios nos hace de su amor a través de su Hijo
La omnipotencia divina se demuestra al ver a Jesús bajo el peso de la Cruz. Hasta ahí llega el poder de Dios, hasta la aparente impotencia.
CLAVES PARA ASUMIR LA PRUEBA
El profeta dice que Dios instruye a su siervo para que pueda abrazar la prueba y se pueda convertir así en iniciado para consolar al abatido.
La prueba, asumida desde la revelación de Dios, transforma la vida y la convierte en posibilidad redentora y en el mayor gesto solidario.
Nadie puede hacer más que aquellos que son probados y transforman su dolor en ofrenda universal.
Podemos iluminar los momentos más oscuros si nos dejamos transfigurar por dentro.
Quien es probado habla con autoridad. Sin vocear ni hacer discursos ideológicos, proclama la verdad de la fragilidad humana y llama a la responsabilidad a quienes gozan de salud.
El silencio es compañero de los momentos recios, no solo como reacción de impotencia, sino como respuesta sobrecogida y de adoración.
La Cruz de Cristo es la llave para transformar todo momento aciago en posibilidad humanizadora.
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