jueves, 28 de noviembre de 2013

Carta semanal del Sr. Arzobispo

 
El gozo del Evangelio
 
Que la ciudad se pueda llenar de alegría, era lo que asomados a esa escena de primitivo cristianismo que describen los Hechos de los Apóstoles nos proponíamos los cristianos de Asturias. Lo que fue el título de mi larga carta pastoral como exhortación postsinodal, marcó también el rumbo del vigente Plan Pastoral diocesano. La alegría, sí, la alegría. Porque de lo contrario la tristeza tiene una pesada insistencia en la vida de tantas personas, de enteras familias sumidas en el cansancio y la desesperanza al no ver salida a sus túneles oscuros en donde hay demasiado llanto y pocas sonrisas.

El Papa Francisco nos acaba de regalar una importante exhortación apostólica al hilo de la nueva evangelización del sínodo que se celebró en Roma hace un año. Es su primera carta de esta índole, y la clave escogida ha sido precisamente unir gozo y evangelización, es decir, cómo anunciar el Evangelio tiene que despertar precisamente la alegría. Así comienza este largo documento llamado Evangelii Gaudium: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son li­berados del pecado, de la tristeza, del vacío inte­rior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría».

Y esto es lo que sucedió en los albores cristianos cuando, como siempre, la tristeza tiene nombre reconocible, tiene calle por la que transita y tiene calendario que la hace contemporánea de cada cual. Si la ciudad se llenó de alegría es que algo sucedió en esas vidas, Alguien aconteció en medio de ellas. Porque es una expresión que relata un acontecimiento en un tramo concreto de la historia cristiana. No se trata de una quimera, ni siquiera de un legítimo deseo, sino de algo que ha cambiado la vida de personas y ha transformado el claroscuro de una comunidad. La tradición de la Iglesia no ha dejado de volver a verificarlo con sorpresa y gratitud: ver que una circunstancia puede ser renovada por la gracia de un don que inmerecidamente se regala a quien lo pide, a quien lo espera, a quien lo reconoce. Hay un cambio profundo que no es fruto del cálculo ni de una estrategia, sino de algo más grande y más gratuito que proviene de la providente misericordia de Dios.

El Papa Francisco hace un certero diagnóstico: «el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y per­manente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado».
Estamos de enhorabuena, porque es todo un programa que nos devuelve la indómita tensión de la alegría para la que hemos nacido: «al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descu­bre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos… ¡Nos hace tan­to bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia». Esta es la razón de nuestra alegría.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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