miércoles, 13 de noviembre de 2013

La Catedral al son de la gaita

Gaita
 
Para ver la reseña sobre la Misa de gaita celebrada en la Catedral y ver el video resumen pinche aqui:
 
 
Homilia del Sr. Arzobispo
 
Queridos Hermanos y hermanas: paz y bien.

Estamos celebrando la santa misa en un día ferial entre semana, mirando el ejemplo de San Josafat que hoy celebra la Iglesia. Él cantó con su propia vida el amor que no caduca ni trampea, y a la estrofa de esa letra ejemplar de salvación cristiana acercamos la música de nuestra tierra. La gaita ha acompañado a nuestro pueblo en los momentos festivos más gratificantes y forma parte de nuestro folclore asturiano junto al tambor que pone percusión en los motivos que nos hacen vivir alegres. Pero estos dos instrumentos sencillos y humildes no sólo se sacan para amenizar asturianamente nuestras reuniones festivas, sino también los encuentros de la fe. Con ellos alabamos al buen Dios para darle gracias por tantas cosas y para pedirle gracias tal vez. La gratitud por las cosas hermosas que se nos dan como gracia, y la petición mendiga de quien se acerca a dador de todas las gracias para esperar que con ellas nos bendiga.

La música es cómplice de Dios, como Paul Claudel decía de la noche amiga. San Agustín dijo que cuando cantando se llega a un punto de emoción que no se sabe describir pero que sucede en tu corazón, estando así embargado se dejan incluso las palabras de la letra para bisbisear tarareando la melodía. Algo así como hace una madre cuando arrulla con su canción al hijo de su entraña, con una nana cuya letra no teniendo palabras es la más bella expresión de verdad y ternura, de aquello que se dice sin decir, aquello que se canta sin ficción con una extraña elocuencia.

Traducir la nostalgia en música o en poesía supone abrirse a una certeza mayor que nuestra melancolía: el bien para el que hemos sido creados existe, lo ven sin ver los ojos del corazón que anida en su entraña esa exigencia. La nostalgia así, lejos de llenarnos de esa tristeza que destruye, que propiamente hablando es lo que llamamos melancolía, nos llena de una tristeza noble, una tristeza indómita que no se resigna haciéndonos rebeldes ante el mal que no sabemos ni queremos resistir. Esta es la bendita paradoja.

No nos avergonzamos de Jesús, como nos ha dicho el Evangelio de este día (Lc 9, 23-26), ni echamos en saco roto sus palabras, sino que con los santos y como todos ellos, queremos contar y cantar la música y la letra de esta historia que nos salva. Es el secreto que queremos saber guardar como un tesoro en vasijas de barro, tal y como nos ha dicho el apóstol Pablo en la primera lectura (2 Cor 4, 7-15), estando ciertos de que todo es para nuestro bien si amamos a Dios.

Tenemos un recuerdo especial por todos nuestros difuntos en este mes de ánimas, mes de noviembre otoñal, color malva y sabor a amagüestu que llena el alma de esperanza. Pero elevamos una oración sentida por la tragedia que asola a nuestros hermanos de Filipinas por el tifón que ha segado tantas vidas. ¡Cómo duelen las imágenes que nos llegan de aquellas islas arrasadas! Pongamos sobre el altar la gran pregunta que tantos se han hecho: ¿y Dios, dónde estaba? Sin duda que no estaba jugando al golf, haciendo turismo estirado o distrayéndose podando bonsáis. Dios estaba en las víctimas, muriendo con ellas una vez más. Pero también está en la gente que está entregando su tiempo, su dinero, sus talentos y saberes para ayudar a sus hermanos: ahí están las manos de Dios repartiendo ternura, ahí sus labios diciendo palabras consuelo, ahí sus silencios cuando es callando como se dice la humilde verdad, ahí su corazón cuando sabe palpitar con el latido de la gente que tiene entraña.

Nos unimos al dolor de ese pueblo hermano, ofrecemos nuestra oración por el eterno descanso de los que han perdido la vida, mientras nos brindamos de tantos modos a ayudar a cuantos necesitan todo tipo de consuelo, de esperanza, para levantar todo desde las cenizas.

Hoy ponemos la gaita y el tamboril en esta vetusta catedral como soporte de nuestro canto y expresión creyente de nuestro modo de ser asturiano. Con los sones inconfundibles de estos instrumentos, damos gracias y pedimos gracia como en tantos siglos han hecho nuestros queridos antepasados.

El Señor os bendiga y os guarde.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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