miércoles, 11 de septiembre de 2024

Vida y testimonio de la religiosa clarisa Sor María L. Valdés Díaz OSC. Por Sor Mª Luisa Picado Amandi O.S.C.

Era esbelta y elegante, inteligente, distinguida en el vestir y hermosa de rostro. De familia muy bien acomodada. Estaba estudiando en la Academia Mortera Comercio Mercantil, en su ciudad natal, Gijón, donde obtenía siempre las mejores calificaciones. El arte musical también suponía un factor importante en su vida, heredado de su padre, y formada por él en los conocimientos iniciales de solfeo y piano. Además pertenecía al equipo de baloncesto de su ciudad natal, en el que destacaba como una joven gacela. Intrépida y decidida, no se le ponía nada por delante. Su vida era pura actividad, al amparo de una familia que le proporcionaba todo lo que humanamente una muchacha pudiera apetecer: bienestar, equilibrio, amor, apoyo incondicional... Militante fervorosa de la Acción Católica, desplegaba un gran apostolado en el aspecto religioso... Los muchachos de la época..., ¡¡se la rifaban!! Vivía en Ceares, en una mansión señorial, rodeada de hermosa finca, situada a las afueras de.....Se llamaba Mª Luisa Valdés Díaz. Hacía el número siete, en un hogar de nueve hermanos. En su entorno íntimo era conocida simplemente como Mary.
Mary era una muchacha polifacética, toda actividad y éxito. En cualquier actividad que emprendía ponía empeño e interés. Para ella no se habían hecho las medias tintas... Como consecuencia, los resultados eran óptimos. Dotada por la madre naturaleza de unos reflejos mentales y físicos extraordinarios, los supo aprovechar en todas las circunstancias que le salían al paso en la vida. Siempre estaba a punto para ayudar aquí o allá, en parroquias, equipos deportivos, grupos benéficos...
Aquella tarde lluviosa del mes de febrero la buscaba Elvira Llama, compañera de estudios y fiel amiga:
— Mary, ¿dónde te metes, mujer? Llevo buscándote dos horas.
— Pues ¿dónde me has estado buscando? Ya sabes la de actividades que llevo entre manos... Cada día me meto en más follones ... Esto es...¡imposible! ¡Voy a decir a todo que no! ¡Que me dejen en paz! ¡Tengo bastante con los estudios; al fin y al cabo es lo prioritario para mí! ¡¡Si es que me vuelven loca, Elvira!!
Elvira comprendió que no era buen momento para hacerle la propuesta que ella le llevaba. No se atrevió a abordar el tema. La miró de reojo, a ver qué cara iba poniendo; al ver que la marea no bajaba de tono le dijo, como en un susurro:
— Te está buscando el director de la Academia. Quiere hablar contigo.
— ¿Para qué? ¿Sabes algo?¿Que comisión me traerá?
A Elvira, tímidamente se le sonrojaron las mejillas al mentirle diciendo:
— No sé nada. ¿Por qué no vas verlo al despacho?
— Bueno, anda; ya veré de qué tiempo dispongo esta tarde.

Cuando daban las seis de la tarde, Mary miró a través de los cristales empañados por el agua que caía sobre ellos tranquila y suavemente, como una caricia, salpicando de gruesas gotas, que se adherían a la lisa superficie del cristal, resbalando una tras otra, hasta ir a parar al marco de madera que recogía amorosamente la humedad. En su cabeza bullían un sin fin de interrogantes, con aquello de que el Director quería verla. ¿Qué tripa se le habría roto? Sí, antes de emprender el regreso a su casa pasaría por su despacho, como le había aconsejado su amiga.
Cuando terminó la clase, resuelta y decidida, dirigió sus pasos hacia el despacho de D. Manuel. Llamó a la puerta con los nudillos de la mano. Oyó que decían desde dentro:
— ¡Adelante!
Entró con paso firme, diciendo:
— Buenas tardes, D. Manuel.
— ¡Hola Mary ¿qué te trae por aquí?
— ¿Cómo que qué me trae? Usted me buscaba ¿no?
— ¡Oh, sí, es cierto! No me imaginé que ya lo supiera. Pues vamos al grano sin más dilación: yo quería que te apuntaras para el equipo que estamos formando de baloncesto. Tenemos planes de formar un gran equipo femenino... Y estoy invitando a las chicas que me parecen tener cualidades para formarlo. En el caso tuyo más que una invitación es un ruego. Yo sé que tú eres rápida... ¡Serías una pieza fundamental en el equipo.
Maria Luisa llevó la mano derecha a la cabeza que pasó por cabello rápidamente en un gesto de contrariedad. Y exclamó:
— ¡Santo Dios! ¡Era lo que me faltaba! Le advierto que no es un deporte que me atraiga demasiado.
— Eso no importa de momento. Le cogerás el gusto poco a poco. ¡Estoy seguro!
— ¿De verdad usted cree que puedo aportar algo?
— ¿Algo? ¡Algo no; muchísimo!
Mary miró a D. Manuel de hito en hito. ¿De verdad confiaba en ella de sea manera? Si realmente ella pudiera aportar su granito de arena para formar un gran equipo... Empezó a dudar...
En la calle seguía cayendo la lluvia pertinazmente, pero ya no sentía la musiquilla acuática rebotar contra los cristales, ni contra la acera... Ahora sólo tenía en la cabeza el bullir de dudas e indecisiones. Dubitativa, le dice a D. Manuel:
— Mañana la doy le respuesta. ¡Lo voy a pensar! Déme un poco de tiempo.
— ¡Estupendo! Pero..., por favor, ¡dime que sí!
— ¡Ya veremos! Hasta mañana, pues.
María Luisa no era chica de dudas y vacilaciones. Enseguida decidió que sí; que tenía que prestar al equipo su ayuda y colaboración. Si acudía a todas partes donde era reclamada... ¿por qué no iba a dedicar un poco de su tiempo a una causa sana y noble como aquella? Además, aquél podía ser un momento histórico. Si realmente conseguían ser un gran equipo, podrían salir a competir con equipos fuera de Asturias... ¡Se estaba entusiasmando! Y eso..., ¡¡era peligroso!!
A la mañana siguiente aparece por el despacho de D. Manuel, y le dice resuelta y satisfecha:
— Buenos días, D. Manuel.
— Buenos días, Maria Luisa. ¿Ya has pensado y decidido sobre lo propuesto ayer?
— Sí, ya está decidido. ¡¡Jugaré con la Academia Mortera!!
— ¡Estupendo! ¡¡Uff!! ¡Estoy convencido que vais a llegar muy lejos! –dijo D. Manuel clavando los ojos en ella— Habla con Elvira Llama y cuéntale tu decisión. Ella también es buena jugando.
— Desde luego que sí. Ya la pondré al corriente de todo ¡Se va a alegrar mucho!
Mary dio por terminada la entrevista. Se despidió cortésmente de él, y salió del despacho en dirección a su clase. Estaba satisfecha e ilusionada. Deseaba ver a Elvira para contárselo.
Pasaron varios meses. El equipo se había consolidado rápidamente, por medio de una disciplina realmente envidiable: horario de entrenamientos, estudio de normas y reglas de juego, ejercicios físicos para estar en forma... Tan estupendo equipo formaban que Falange pidió a la Academia tres chicas de las más cualificadas, para reforzar su equipo con vistas a competir en Madrid, Santiago, Valladolid, Santander, Ávila, etc. Entre las escogidas no podía faltar Mª Luisa Valdés.
Duro fue para ella aquel año 1943, cuando su hermano Juan se encontraba a las puertas de la muerte, y el equipo se preparaba para jugar en Valladolid. . Les había advertido con antelación que en esta ocasión no iba a jugar, pues la circunstancia familiar no era la propicia para faltar de casa. Tampoco se encontraba en condiciones de dar lo mejor de sí misma sabiendo que su hermano se iría definitivamente en cualquier momento. A pesar de ello la estaban reclamando continuamente. Todos los días recibía una llamada desde Valladolid interesándose por el enfermo, sí; pero también cerciorándose si habría cambiado de opinión. Sin ella se sentían huérfanas y desamparadas. Faltaba una pieza clave en el núcleo del equipo. El día 11 de julio fallecía Juan en plena juventud. En aquellos momentos lo que menos pensaba Mary era en que su grupo se iba a debatir intensamente con otro buen equipo... Integrada plenamente en la familia vivió con ella este trago doloroso y amargo del adiós a un ser tan querido y entrañable. Al día siguiente, después de las exequias, su padre le dice:
— Mary, ¿cómo estás?
— Como todos, papá
— ¿Qué piensas hacer respecto al equipo? ¿Los vas a dejar?
— ¡Sí! —musitó Mary conteniendo las lágrimas—. Quiero estar con mamá y contigo. ¿No te parece?
— Como tú quieras, hija. Pero con mamá estoy yo y todos tus hermanos. Yo creo que puedes ir.
— ¿De verdad te parece que debo ir?
— Pienso que sí. Podrías ayudarlos.
— Entonces...¿preparo viaje?
— Sí, hija; que Dios te bendiga.
— ¿Quién se lo dice a mamá?
— ¡Tranquila; se lo digo yo!
Y así, al día siguiente, emprendió el viaje a Valladolid. Iba desganada, como arrastrada a la fuerza por una mano invisible. No obstante, a pesar de su juventud, estaba acostumbrada a poner por encima del sentimiento el cumplimiento del deber, la obligación... Y en cierta manera, se creía obligada a echar una mano a sus compañeras, aunque no fuera más que por lo que confiaban en ella. En el corazón llevaba el dolor sangrante de la muerte de Juan, que nadie le iba a quitar. Físicamente pondría todo el interés en jugar como si nada hubiera pasado. Quizá su hermano, desde la otra orilla, la estuviera protegiendo. Aquella tarde, pensando en él, salió a la cancha de juego.
Las victorias de su equipo se iban sucediendo en diversas ciudades españolas. Entre los aficionados al baloncesto, pronto se extendió su fama. Y era consabido el estribillo de los contrarios, que les decían nada más verlas aparecer: “Aquí llegan las asturianas; ya se conoce que están de comer buena fabada, pues juegan con tal ímpetu, que se apoderan del campo en un abrir y cerrar de ojos...”
Otra de sus aficiones cultivada con esmero, desde niña, era la música. A los ocho años ya se ponía a dirigir el coro de niñas cuando faltaba el director. Y... ¡con qué salero! ¡No se le ponía nada por delante! Su padre la había iniciado en el lenguaje musical,
—llamado entonces solfeo—pasando después a recibir clases particulares con D. Ignacio Uría, director de la Escuela de Música de Gijón, que fue un gran profesor con el que estudiaban la mayoría de los músicos de la ciudad. Al fallecer éste, ocupó el puesto de director D. Enrique Truhán, reconocido musicólogo y compositor, que a su vez era profesor de su hermana Anita. Pronto, muy pronto, se gana la admiración y el cariño de su nuevo maestro, y comienza para ella una etapa de perfeccionamiento en el arte y técnica del piano. El cariño y la admiración mutua que se tenían maestro y alumna, duraría toda la vida. Cuando los párrocos de Gijón se percataron de su habilidad artística, le empezaron a llover las peticiones de tocar en todos los eventos habidos y por haber en las parroquias. Mª Luisa, siempre solícita, acudía a todas partes. Tanto es así que el entonces cura de ................. le dijo en una ocasión:
— Jovencita, tú eres como Dios.
— ¡No será para tanto! —le responde ella— Pero, me intriga la afirmación; ¿por qué me lo dice?
— Pues hija, es que estás en todas partes. Tan pronto te encuentro aquí, como en San Pedro, como en San José...
— Pues ustedes tiene la culpa, que me llaman.
A decir verdad tampoco le llevaba mucho tiempo preparar el repertorio, puesto que sus rápidos reflejos la permitían repentizar las partituras a primer golpe de vista. Su actuación como organista no se limitaba al tocar el órgano u armonio, la mayoría de las veces intervenía cantando con el coro y dirigiendo al mismo tiempo.
Había cursado sus estudios, siempre con notas brillantes, en la Academia Mortera, pasando después a examinarse en la Escuela de Comercio. Enseguida de concluir los estudios, se colocó en el comercio “Casa Florina”, para llevar la contabilidad. Pero..., ¡a buena parte con Mary! ¡Aquello le quedaba pequeño!, además de contable era dependienta, asesora..., y...¡de lo que hiciera falta! Allí donde pudiera ayudar...¡estaba ella!
Una anécdota peregrina vino a cambiar el rumbo de su vida. Un buen día se encuentra con un P: jesuita, llamado conocido suyo, de la Comunidad de .........Le dice después del primer saludo:
— He estado en Villaviciosa dando ejercicios a las Clarisas, y me han dicho, al despedirme, que si conozco a alguna muchacha que sea organista, que le diga que ellas la necesitan, que se vaya con ellas. Te lo trasmito tal como me lo han pedido ¿Qué te parece la propuesta?
Mary se le queda mirando, sin saber qué decir. ¡Cosa rara en ella! Quedó muda de perplejidad. La petición ahí estaba, concreta, explícita, clara. Como una saeta ardiente que se le hubiera clavado en el corazón grabada a fuego. Es cierto, ella tenía, dentro de sí, la inquietud de entregarse a Dios, mas no sabía cómo ni cuándo, ni qué camino tomar... Ante todo le costaba renunciar a tanta actividad desplegada a lo largo de su existencia... Dios la había dotado de muchas cualidades humanas, con las que podría hacer la travesía de la vida con éxito en cualquiera de los frentes por los que optara. Tenía delante un futuro espléndido. Era consciente de ello. ¿Cómo renunciar a todo ese mundo suyo, tan prometedor, tan polifacético? Ser monja ¿no sería dar un frenazo en seco, marcha atrás, retrocediendo inútilmente hacia un desierto inactivo y sin sentido?
Aquella petición de las Clarisas no la dejaba en paz. Era como el aguijón de Pablo... ¡Le sería muy duro dar coces contra él! Aquella propuesta tan directa necesitaba una respuesta, como en las buenas obras musicales contrapuntísticas: a grandes propuestas, hay que dar respuestas. Uno no puede quedarse indiferente.
Por aquellos días una amiga la invitó a pasar unas cortas vacaciones en una casa que tenía su familia en un pueblo de Villaviciosa. Mary acepta, ilusionada con poder visitar a las monjas. Si es que todo se le iba abriendo, como en un inmenso abanico, en el cual se le iban marcando los pasos de la danza que debía realizar. Se decía para sí: ¡Es increíble! ¡Cuando Dios quiere una cosa...! ¡¡No hay quien la tuerza!!
Su primera impresión de la visita a las Clarisas fue positiva. A la vista estaba la austeridad y desnuda pobreza de aquellas hermanas, unido a una gran sencillez y limpieza. El escaso mobiliario reluciente, la mortecina luz que entraba por el ventanuco del locutorio, la sonrisa serena de las monjas que la recibieron... Todo le decía que aquí, en este rincón de Asturias, cerca de la Santina, las prioridades eran muy diferentes a las de la sociedad en la que se movía la inmensa mayoría de las personas. Nada arredraba el ánimo de Mary. Sólo temía una cosa: el frenazo que diera su vida ¿sería capaz de encajarlo? Ella, que llevaba el mundo por delante, con su buen hacer en tantas y tan variadas facetas ¿tendría fuerzas para guardar una reclusión semejante? No podría saberlo, a menos que se lanzara en el vacío como si se tirara desde un trampolín al agua. Habló de su llamada con la M. Abadesa que, naturalmente, fue quien la recibió.
La conversación giró, —además del tema vocacional— sobre una circunstancia que le impedía realizar, de inmediato, su ingreso en el monasterio: recientemente se le había presentado una enfermedad de tiroides que, posiblemente requeriría una intervención quirúrgica. Los médicos tendrían la última palabra.
Aquella tarde, al regresar a la casita del campo de su amiga, a Mary se le antojó el paisaje más hermoso que nunca; el verde de las praderas cambiaba de color en cada terreno cercado que descubrían sus ojos. La humedad de la madre tierra le subía hasta ella como en una fragancia natural mezclada con el suave olor de los campos; sus ojos no se cansaban de contemplar los bosques de pinos y eucaliptos, adivinando entre la fronda la cristalina musiquilla de una fuente escondida que, deslizándose desde la montaña, lamía, risueña, la tierra, en dirección al valle.
En el devenir de su historia, Mª Luisa Valdés, había encontrado un puerto donde arribar. La llamada se hacía cada día más apremiante, más clara y concreta. Por mucho que le costase renunciar al roll de vida que llevaba, tenía puesta su confianza en aquél que todo lo puede. De Él esperaba la fuerza para salir adelante en cualquier clase de pruebas que le pudieran sobrevenir.
Los controles médicos se iban sucediendo a la largo del tiempo. Al fin tuvo que pasar la experiencia del quirófano. Cuando Mary se encuentra totalmente restablecida... ya habían pasado nada menos que ¡cuatro años!
Un tiempo en el que día a día se afianzaba en ella la idea, cada vez más madura, de entregarse a Dios en el monasterio de la Clarisas de Villaviciosa. Cuando lo comunicó a su familia no encontró ninguna oposición por parte de nadie. Todos asumieron y respetaron al máximo su decisión personal.
Aquella mañana de cielo azul grisáceo del mes de noviembre de 1951, Mª Luisa, con la maleta cargada de decididas ilusiones, de esperanzas y deseos de entregar lo mejor de sí a Jesucristo y a la Comunidad, cogía el autobús de ALSA rumbo a Villaviciosa. Atrás iban quedando pueblos pintorescos de la costa, con sus jardines dormidos delante de las casitas que, a la orilla de la carretera alegraban el paisaje astur. Así, semejante a aquel paisaje que iba quedando atrás, una etapa de su vida, ya no volvería más. Ahora había que pensar en la nueva etapa que se abría en su horizonte. En estos pensamientos iba entretenida cuando, de pronto, se encontró entrando en Villaviciosa. En la parada del ALSA la estaba esperando una señora, joven aún, que la saludó cariñosamente, presentándose como amiga de la Comunidad, llamada Covadonga Arroita. Fueron conversando hasta llegar al monasterio, que no estaba muy lejos.
Y ya, situada en su nueva vida, Mary volvió a coger las riendas del trabajo, del ayudar en todas partes, de resolver dificultades, de estar siempre donde hubiera algo que hacer. Al tomar el hábito se puso el nombre de María Ana, pero como ya había otra Ana la llamaron María. Enseguida actuó de organista, sacristana, responsable del taller de costura, enfermera, y —cómo no— contable de la Casa. Puso sus cualidades al servicio de la Comunidad, de sus Hermanas Monjas......

Visita de La Santina en 2001

''Es feliz quien nada retiene para sí'' (San Francisco de Asís)

''El Señor esté siempre con vosotras y vosotras estéis siempre con Él'' (Santa Clara)

Procesión de Nuestra Señora del Portal 2016

En el obrador la navidad de 2017

93 cumpleaños en 2018

    Durante la Pandemia de 2020

En la huerta del monasterio 2021


En Comunidad la primavera de 2023

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