domingo, 15 de septiembre de 2024

«Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Por Joaquín Manuel Serrano Vila

En pleno mes de septiembre, iniciando el nuevo curso, celebramos el día del Señor este Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. Es un mes especialmente dedicado a la cruz; este fin de semana en muchos rincones de nuestra Diócesis se ha celebrado la Santa Cruz ayer, y hoy se honra a Nuestra Señora de los Dolores. En estos días también muchas personas peregrinan en nuestro entorno al Ecce Homo de Noreña, al Jubileo de la Perdonanza en la Catedral o al Santo Cristo de las Cadenas el domingo próximo. Por ello los textos de este día nos ayudan de forma especial ante este deseo nuestro de contemplar la pasión y muerte del Señor en estos lugares de especial devoción. El canto del siervo de Yahvé, en la primera lectura de Isaías, es la perfecta descripción de Jesucristo abofeteado y ridiculizado antes de ser conducido al calvario: ''por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado''.

Querer acercarse al Señor no debe ser tampoco algo para un día concreto o un momento puntual; ha de ser el reflejo de una realidad como lo es la de esforzarse por que toda nuestra vida sea un caminar en la presencia del Señor. La epístola del Apóstol Santiago trae a colación una realidad que cada jornada los creyentes tratamos de equilibrar en nuestra balanza: la fe y las obras, la oración y la acción. Santiago nos lo resume de forma clara y contundente «Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe».

Pero de forma especial, quisiera detenerme en el evangelio de este domingo tomado del capítulo 8 de San Marcos donde nos encontramos al Maestro con sus discípulos camino de Cesarea de Filipo. Es muy importante este detalle, pues será en ese lugar donde Jesús establece el Primado de Pedro tras su confesión. No perdamos de vista esto, porque también Pedro tendrá su intervención en este pasaje. El Señor hace una pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?»... Podría parecernos que hay una curiosidad que no viene a cuento, pero el tema no es que a Jesús le preocupara lo que se dijera la gente de él, o quién pensaran los demás de quien se trataba, lo que realmente quería saber el Señor era si los suyos sabían a quién seguían y a dónde se dirigían, y como convivían a diario con los comentarios que venían del exterior, les pregunta también a ellos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». 

La pregunta deberíamos hacérnosla cada uno de nosotros hoy: ¿Tú quien dices que es Jesús?... Pero no la respuesta no necesita palabras grandilocuentes, sino con el corazón y con los hechos; sin ideologías, adornos o conveniencias: sin trampas! A veces pretendemos engañar al Señor y engañarnos a nosotros mismos. De nada sirve gritar a los cuatro vientos que para ti el Cristo de Candás es lo más grande si eres incapaz de amar hasta el punto de hacer de los enemigos amigos, como Él nos pidió; de nada sirve ir descalzo al Cristo del Amparo a Nueva de Llanes, si luego el resto del año tus pies van por caminos ajenos al Señor; de qué nos sirve subir al Cristo de las Cadenas en Oviedo a besar su cruz, si luego ignoramos a los crucificados que a lo largo de todo el año pasan junto a nosotros. Acudamos ante esa imagen de Cristo que tanto amamos y digámosle como San Pedro: «Tú eres el Mesías», el Señor de mi vida, al que quiero seguir con mis palabras y obras hasta mi último aliento. No nos escandalicemos por la Cruz; nuestro Señor nos regala en ella la mejor lección de amor y entrega, y nos invita a dejar de rechazar nuestras propias cruces y abrazarlas dándoles un sentido pleno. Jesucristo nos ofrece el camino para llegar al cielo en este día: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de que le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?». En nuestras manos está seguirle adecuadamente o seguir nuestro propio camino. 

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