miércoles, 11 de septiembre de 2024

Desavenencias históricas entre las autoridades políticas y las religiosas en Covadonga. Por Francisco José Rozada Martínez























+(Ningún representante político asistió a la solemnísima consagración de la basílica en 1901)+

Como ya comenté en el año 2018 en este semanario en alguno de los seis artículos titulados “Reseñas de Covadonga”, fue notorio el enfrentamiento en 1674 entre el gobernador de Asturias -el primer Marqués de Camposagrado- y el obispo de Oviedo -Alonso A. de San Martín- (hijo natural -no legítimo- del rey Felipe IV) al exigirle el gobernador que se le devolviesen los 6.000 reales que la Junta General del Principado había entregado -por manos de fray Clemente Vigil Hevia- para reparar la escalera de la Cueva, puesto que no se habían destinado a tal fin y el gobernador deseaba destinar esos fondos para poder enjugar los pagos de ciertos débitos que el Principado tenía con la Corona.

La respuesta del obispo fue amenazar al marqués con la excomunión si no desistía de su pretensión.

En el año 1646 se inició un conflicto entre la jurisdicción real y la autoridad episcopal, dado que esta última -en la persona del obispo Caballero de Paredes- no respetó los derechos del Patronazgo Real, abriéndose un largo y duro enfrentamiento de muy serias consecuencias.

La colaboración que mantenían la Mitra ovetense y la Corona se vio gravemente quebrada durante más de cien años, en los siglos XVII y XVIII.

Incluso los abades del santuario apoyaron el Patronazgo Real frente al episcopal, dándose el caso en el que llegaron a ausentarse de Covadonga cuando éste y los siguientes tres obispos visitaron el lugar, desencadenándose notables actos de rebeldía con alborotos y hasta exhibición de armas, a los que siguieron procesos judiciales, pleitos y multas, incluido un auto de prisión contra un abad.

Detengámonos hoy en un desencuentro muy sonado entre el poder político y el eclesiástico -tal vez en el día más solemne de toda la historia del santuario- como lo fue el de la consagración, dedicación e inauguración de la basílica de Covadonga.

El obispo fray Ramón Martínez Vigil preparó un programa amplísimo para llevar a cabo durante tres días consecutivos, el de la consagración de la basílica, el de la Natividad de la Virgen y el de la festividad propia de la Virgen de Covadonga, desde el sábado día 7 hasta el lunes, día 9 de septiembre de 1901.

El obispo avisó previamente que nada profano debería tener cabida en Covadonga en esas fechas.

Exactamente hizo saber: “No habrá fuegos pirotécnicos, ni se permitirán en el sitio de Covadonga, desde el río hasta el campo del cementerio, bailes, danzas, músicas, cantos profanos, ni puestos de comestibles y bebidas”.

El Boletín eclesiástico de la Diócesis de Oviedo del año 1901 recoge con todo detalle lo acontecido esos días, como: novena, procesiones de antorchas, misas, rúbricas de ceremonial, colocación en el ara de la mesa del altar de las reliquias de los santos mártires Atanasio y Basilio -declarados protectores del nuevo templo-, traslado de la imagen de la Virgen a la basílica, canto del Te Deum, interpretación de la clásica Misa de Mercadante, administración del sacramento de la Confirmación a todo el que lo solicitase con sólo presentar “una papeleta con su nombre, el de los padres y el de la parroquia a la que pertenecían”, y muchos más actos durante los citados tres días.

Los resúmenes de prensa y el citado boletín recogieron como tres jornadas históricas e imborrables aquellas de septiembre de comienzos del siglo XX.

El que llamaban Templo Monumental pasaría a ser basílica menor pocas semanas después por privilegio del Papa reinante León XIII.

A la cabeza de la numerosa representación eclesiástica -además del sierense obispo Fray Ramón Martínez Vigil- estuvieron presentes en el solemnísimo acto otros cuatro prelados, tres de ellos nacidos en Asturias, el obispo de Tuy y cudillerense Menéndez Conde; el de Jaca (antes lo había sido de Puerto Rico), el lavianés Valdés Noriega; el dominico de Pola de Lena, José Hevia Campomanes, obispo de Nueva Segovia (Filipinas) y el madrileño obispo de Lugo, Benito Murúa.

Pero ningún representante político acudió a la consagración de la basílica al considerar el obispo que aquella especie de tabernas portátiles instaladas en la carretera, bajo la Cueva, (muy humildes y con un pequeño toldo cada una) eran contrarias al recogimiento y la devoción del lugar en unas fechas históricas como aquellas.

Ni el gobernador civil de Oviedo ni el alcalde de Cangas de Onís cedieron ante las exigencias del obispo, e impusieron su criterio, de forma que los pequeños bares permanecieron abiertos aquellos tres días.

Es evidente que al obispo de Oviedo no le habían salido todas las cosas como esperaba, ni siquiera había acudido al acto alguien de la Familia Real, la cual se encontraba en sus vacaciones de verano en San Sebastián, siendo representada en Covadonga por el conde de Toreno.

Fray Ramón dejó escrito en su diario que había agotado diecisiete años de su vida en la construcción del nuevo templo, y lamentaba que el gobernador de Oviedo (José Sanmartín Herrero) hubiese faltado a su palabra autorizando los puestos de bebidas y las “profanaciones” consiguientes frente a la Santa Cueva.

“No autorizaré más con mi presencia semejante orgía, impropia de aquel lugar. Bendito el Señor que me puso este acíbar en la fiesta que yo había soñado como la más dulce de mi vida”, escribió el obispo.

Con motivo del centenario de la basílica en el año 2001 se preguntaba en uno de sus libros uno de los biógrafos de fray Ramón (el monje dominico José Barrado Barquilla) qué querría decir el obispo con estas palabras de profanación, orgía o acíbar y por qué le sentaron tan mal los pequeños puestos de comidas, bebidas o los bailes en aquella fiesta que también era una romería.

Se preguntaba también cómo no comprendería que una fiesta religiosa como aquella era inseparable de aspectos profanos, algo que el obispo debería conocer bien al haber pasado antes doce años en Filipinas.
Barrado califica al obispo Martínez Vigil como un hombre de carácter y entereza, altivo, activo y celoso, que dejó su nombre entre los mitrados de más gloria.

El sacerdote lavianés Maximiliano Arboleya Martínez (1870-1951) -director de el diario “El Carbayón” en 1901 y sobrino del obispo- recordaría años después -escribiendo sobre su tío- que en esos años estaba en el poder el Partido Liberal y que estaba en apogeo el “risible movimiento anticlerical de Canalejas, por lo que les resultaría peligroso a nuestros gobernantes ir en tales circunstancias a Covadonga a la inauguración de un monumento que conmemoraba la victoria de los ´clericales´ del siglo VIII”.

Debo añadir que José María Pendás Cortés era el alcalde de Cangas de Onís en aquel momento y que apenas once meses después (el 2 de agosto de 1902) volveremos a encontrar a este intrépido alcalde cangués en el Campo de la Jura (o de las Varas), en Soto de Cangas, agasajando al adolescente de 16 años D. Alfonso XIII -que había jurado como Rey dos meses y medio antes- el cual acudió en visita oficial al Real Sitio de Covadonga acompañado por el Presidente del Consejo de Ministros, Práxedes Mateo-Sagasta.

Fue en ese momento cuando el alcalde Pendás Cortés pronunció con animoso coraje las palabras: “Señor, ponéis los pies en el mismo sitio que los puso Pelayo, en donde éste juró como Rey, en donde tuvo principio la Monarquía española que tan gloriosamente sostiene y representa Vuestra Majestad”.

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