martes, 10 de septiembre de 2024

Homilía de San Juan Pablo II en Covadonga (21/08/1989)

Amadísimos hermanos en el Episcopado, queridos hijos e hijas:

1. “¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!” (Sal 87 [86], 3).

El salmista se prodiga en expresiones de alabanza a Jerusalén, la ciudad de Dios. Proclama la gloria de Sión, cuyas puertas son las que “prefiere el Señor”.

Sión, la montaña del Señor sobre la cual, como cimiento, está fundada la ciudad del Dios vivo: la ciudad que fue testigo de la Pascua, esto es, del Paso Salvador de Dios.

Y para este Paso de salvación estaba previsto un lugar: el Cenáculo de Jerusalén, donde se reunieron los Apóstoles después de la Ascensión del Señor. Allí permanecieron unidos en oración “Junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hch 1, 14).

Allí se prepararon para el acontecimiento de Pentecostés.

2. ¡“Qué pregón tan glorioso para ti”, santuario de Covadonga, Cueva de nuestra Señora!

Desde hace siglos se reúnen aquí asiduamente en oración generaciones de discípulos de Cristo, los hijos y las hijas de esta tierra de Asturias y de España. Se reúnen “con María”. Y la oración “con la Madre de Jesús” prepara, de una manera particular, los caminos de la venida del Espíritu.

Este es el misterio de la Sión jerosolimitana. Este y no otro es el misterio de los santuarios marianos. Este es también el misterio del santuario de la Santina de Covadonga, donde, desde hace siglos, la Esposa del Espíritu Santo, la Virgen María, está rodeada de veneración y amor.

Después de haber estado como peregrino en Compostela, he querido subir hasta aquí, a la montaña santa de Covadonga, tan unida por la historia a la fe de España.

Mi más cordial saludo se dirige en primer lugar a Su Alteza Real Don Felipe de Borbón, felizmente vinculado a este lugar Mariano, como Príncipe de Asturias.

Asimismo, pláceme renovar mi fraterno saludo al señor arzobispo de Oviedo, monseñor Gabino Díaz Merchán, y a su auxiliar, así como a los queridísimos asturianos. Este saludo se extiende también a los amadísimos Pastores de las diócesis hermanas de Astorga, León y Santander que, acompañados de numerosos fieles, han venido a esta solemne Eucaristía.

3. Todos juntos ensalzamos en este día a la Esposa del Espíritu Santo. 

Fue a Ella sola, a quien el Ángel mensajero de Dios anunció en Nazaret: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios” (Lc 1, 35). María dio su consentimiento diciendo: “Hágase en mí según tu palabra” (ib. 1, 38). Y desde entonces quedó convertida en el santuario más santo de la historia de la humanidad.

¡María, Hija admirable de Sión!

He aquí que la vemos en camino hacia la casa de su prima Isabel. Esta, a su vez, iluminada por el Espíritu Santo, reconoció en María este santísimo santuario:

“¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!”.
“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” (ib. 1, 42-43).

Con estas palabras inspiradas, ella tributó a María la primera bienaventuranza del Nuevo Testamento: la bienaventuranza de la fe de María:

“Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (ib. 1, 45).

4. El Papa sucesor de Pedro, “que confiesa su fe” en este santuario vivo, que es la Virgen de Nazaret, sube también hoy a la montaña, a Covadonga, la Casa de la Señora, para proclamar a María ¡Bendita, feliz, dichosa! Se cumplirá así la profecía de la Virgen del Magnificat: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones” (cf ib. 1, 38).

María es “la que ha creído”. Es la creyente por excelencia, que ha dado su consentimiento a las palabras del Ángel y a la elección del Señor. En esta narración evangélica se nos desvela el misterio de la fe de María.

Para poder anunciar esta verdad acerca de la Madre del Redentor es necesario recorrer el admirable “itinerario de la fe” que conduce de Nazaret a Belén, del templo de Jerusalén –el día de la presentación del Niño Jesús– a Egipto, adonde huye en compañía de su esposo y su hijo, por temor de Herodes; y más tarde, tras la muerte de éste, regresa de nuevo a Nazaret. Así van pasando los años de la vida oculta de Jesús.

Cuando Jesús da comienzo a su misión mesiánica, el itinerario mariano de la fe pasará por Caná de Galilea para llegar después a su revelación culminante en el Gólgota, a los pies de la Cruz.

Y finalmente, la encontramos en el Cenáculo de Jerusalén, en la ciudad santa de Sión, donde la primera comunidad de los discípulos de Jesús, en la espera de Pentecostés, reconoce en María a Aquella “que ha creído”; la que con su fe ha hecho posible lo que ellos han podido contemplar con sus propios ojos.

María, testigo de Jesús que ha subido al cielo, es garantía del Espíritu prometido, a quien los discípulos esperan en oración unánime y perseverante.

5. En el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha declarado que la Virgen, Santa Madre de Dios, admirablemente presente en la misión de su Hijo Jesucristo, “precedió” a toda la Iglesia en el camino de la fe, de la esperanza y de la perfecta unión con Cristo (cf. Lumen gentium, 58).

Desde el día de Pentecostés se mantiene en el Pueblo de Dios por toda la faz de la tierra, este admirable “preceder” en la fe. Los santuarios marianos dan testimonio eficaz de este hecho.

Y lo da también el santuario de Covadonga.

La Cueva de nuestra Señora y el santuario que el pueblo fiel ha consagrado a esta imagen “pequeñina y galana”, con el Niño en brazos y en su mano derecha una flor de oro, son un monumento de la fe del pueblo de Asturias y de España entera. La presencia de la Madre de Dios, vigilante y solícita en este lugar, realiza idealmente una unión sensible entre la primera comunidad apostólica de Pentecostés y la Iglesia establecida en esta tierra. Allí y aquí la presencia de María sigue siendo garantía de una auténtica fe católica y de una genuina esperanza nunca perdida.

En el Cenáculo los Apóstoles intensifican sin duda su cercanía afectuosa y filial a María, en quien contemplan un testigo singular del misterio de Cristo. Antes habían aprendido a mirarla a través de Jesús. Ahora aprendían a mirar a Jesús a través de la que conservaba en su corazón las primicias del Evangelio, el recuerdo imborrable de los primeros años de la vida de Cristo.

También en Covadonga los cristianos de Asturias veneráis en María a la Santa Madre de Cristo. Y Ella misma os introduce en el conocimiento de su Hijo, el Redentor del hombre.

Aquí y allí, en Covadonga y en el Cenáculo de Jerusalén, la presencia de María es garantía de la autenticidad de una Iglesia en la que no puede estar ausente la Madre de Jesús.

6. Así, Covadonga, a través de los siglos, ha sido como el corazón de la Iglesia de Asturias. Cada asturiano siente muy dentro de sí el amor a la Virgen de Covadonga, a la “Madre y Reina de nuestra montaña”, como cantáis en su himno.

Por eso, si queréis construir una Asturias más unida y solidaria no podéis prescindir de esa nueva vida, fuente de espiritual energía, que hace más de doce siglos brotó en estas montañas a impulsos de la Cruz de Cristo y de la presencia materna de María.

¡Cuántas generaciones de hijos e hijas de esta tierra han rezado ante la imagen de la Madre y han experimentado su protección! ¡Cuántos enfermos han subido hasta este santuario para dar gracias a Dios por los favores recibidos mediante la intercesión de la Santina!

La Virgen de Covadonga es como un imán que atrae misteriosamente las miradas y los corazones de tantos emigrantes salidos de esta tierra y esparcidos hoy por lugares lejanos.

La Virgen María, podemos decir, no es sólo la “que ha creído” sino la Madre de los creyentes, la Estrella de la evangelización que se ha irradiado en estas tierras y desde aquí, con sus hijos, misioneros y misioneras, ha llegado al mundo entero.

Covadonga es además una de las primeras piedras de la Europa cuyas raíces cristianas ahondan en su historia y en su cultura. El reino cristiano nacido en estas montañas, puso en movimiento una manera de vivir y de expresar la existencia bajo la inspiración del Evangelio.

Por ello, en el contexto de mi peregrinación jacobea a las raíces de la Europa cristiana, pongo confiadamente a los pies de la Santina de Covadonga el proyecto de una Europa sin fronteras, que no renuncie a las raíces cristianas que la hicieron surgir. ¡Que no renuncie al auténtico humanismo del Evangelio de Cristo!

7. “El la ha cimentado sobre el monte santo... y cantarán mientras danzan: Todas mis fuentes están en ti”. (Sal 87 [86], 7)

Covadonga es también misteriosa fuente de agua que se remansa, tras brotar de las montañas, como imagen expresiva de las gracias divinas que Dios derrama con abundancia por intercesión de la Virgen María.

La ardua subida a esta montaña que muchos de vosotros seguís haciendo a pie en una noble y vigorosa experiencia de peregrinación, es el símbolo del itinerario de la fe, del recorrido solidario de los caminos del Evangelio, de la subida al monte del Señor que es la vida cristiana. ¡Cuántos peregrinos han encontrado aquí la paz del corazón, la alegría de la reconciliación, el perdón de los pecados y la gracia de la renovación interior! De esta manera la devoción a la Virgen se convierte en auténtica vida cristiana, en experiencia de la Iglesia como sacramento de salvación, en propósitos eficaces de renovación de vida.

¡María es la fuente y Cristo el agua viva!

Me complace saber que Covadonga es hoy lugar de peregrinación para tantos buscadores de Dios, que se manifiesta especialmente en la soledad y el silencio y se revela en los santuarios de la Madre. Aquí María, orante y maestra de oración, enseña a escuchar y a mirar al Maestro, a entrar en intimidad con El para aprender a ser discípulos, y ser después testigos del Dios vivo en una sociedad que hay que impregnar de auténtico testimonio de vida.

Aquí, en Covadonga, templó su espíritu un ilustre capellán de la Santina, Don Pedro Poveda y Castroverde, fundador de la Institución Teresiana, dedicada a la formación cristiana y a la renovación pedagógica en la España del primer tercio de este siglo. Una intuición profética, inspirada por María, para la promoción de la mujer, a través de mujeres de una auténtica transparencia mariana y un ardor apostólico típicamente teresiano. ¡Aquí nació esta obra, a los pies de la Santina!

8. Queridos hermanos y hermanas: Hemos escuchado la proclamación del Salmista: “Se dirá de Sión: Uno por uno todos han nacido en ella: el Altísimo en persona la ha fundado” (Sal 87 [86], 5).

Así es. Cada uno de nosotros ha nacido en Sión el día de la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. Cuando nace la Iglesia con la presencia de María. «El Señor escribirá en el registro de los pueblos: “ Este ha nacido allí ”» (ib. 6).

Aquí, en el santuario mariano de Covadonga, el pueblo que habita en la península ibérica, y en particular en la tierra de Asturias, percibe de una manera especial su nacimiento por obra del Espíritu Santo.

Porque Covadonga es seno maternal y cuna de la fe y de la vida cristiana para la iglesia que vive en Asturias. Y María es imagen y Madre de la Iglesia y de cada comunidad cristiana que escucha la palabra, celebra los sacramentos y vive en la caridad, construyendo una sociedad más fraternal y solidaria.

Escuchad lo que nos enseña el Concilio Vaticano II:

“La Virgen Santísima... dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos (cf. Rm 8, 29), esto es, los fieles, a cuya generación y educación coopera con amor materno” (Lumen gentium, 63).

Aquella que ha creído es también la que ha dicho:

“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” (Lc 1, 46-47).

Ella misma. La que es santísimo santuario del Dios hecho hombre.

Ella misma. La que es inspiración para todas las generaciones del Pueblo de Dios en su peregrinación terrena.

María. Ella misma... comienzo de un mundo nuevo –de un mundo mejor– en Cristo Jesús.

Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario