jueves, 12 de septiembre de 2024

Dulce nombre de la Virgen María

(COPE) La Madre no puede estar separada del Hijo en todo el Misterio Salvador y compartir todo lo que el Señor hace por la humanidad y su Redención. Hoy celebramos el Dulce Nombre de María. Esta celebración tiene lugar cuatro días después de la Natividad de Nuestra Señora. Tal y como se prescribía en la Ley Judía, ocho días después tocaba poner nombre al recién nacido.

Y es la Liturgia la que, recogiendo esta tradición, puso ocho días después del nacimiento de Cristo, el Dulcísimo Nombre de Jesús. De igual modo, introdujo en el Calendario Cristiano la festividad del Dulce Nombre de María, en las jornadas siguientes al 8 de septiembre.

Este nombre hebreo, en latín es Domina, que significa “Señora”, y, aplicado a la Virgen, hace referencia a su condición de Reina de todo lo Creado, por ser la Madre de Dios. Implorar este Santo Nombre, es pedir su ayuda y su papel de Abogada e Intercesora nuestra para que vuelva hacia nosotros esos sus ojos llenos de misericordia y nos muestre a Jesús, Fruto bendito de su vientre. De esta manera ruega continuamente para que seamos dignos de alcanzar y gozar las promesas de Jesucristo, como rezamos en la Salve.

Esta fiesta, se empezó viviendo en España, tras obtener el permiso de la Santa Sede el año 1513, siendo el Papa Inocencio XI, el que decretó que dicha memoria se extendiese a toda la cristiandad, en el año 1683. San Bernardino de Siena fue el gran difusor del Santísimo Nombre de Jesús, además de ser el gran impulsor de su festividad. Lo mismo pasa con el Dulcísimo Nombre de María. De esta forma, se tributaba a la Señora del Cielo, un recuerdo especial, tras la batalla de austriacos y polacos contra los turcos en Viena.

Oración de San Alfonso María de Ligorio para invocar el nombre de María:

¡Madre de Dios y Madre mía María! Yo no soy digno de pronunciar tu nombre; pero tú que deseas y quieres mi salvación, me has de otorgar, aunque mi lengua no es pura, que pueda llamar en mi socorro tu santo y poderoso nombre, que es ayuda en la vida y salvación al morir.

¡Dulce Madre, María! haz que tu nombre, de hoy en adelante, sea la respiración de mi vida. No tardes, Señora, en auxiliarme cada vez que te llame. Pues en cada tentación que me combata, y en cualquier necesidad que experimente, quiero llamarte sin cesar; ¡María!

Así espero hacerlo en la vida, y así, sobre todo, en la última hora, para alabar, siempre en el cielo tu nombre amado: “¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!” ¡Qué aliento, dulzura y confianza, qué ternura siento con sólo nombrarte y pensar en ti!

Doy gracias a nuestro Señor y Dios, que nos ha dado para nuestro bien, este nombre tan dulce, tan amable y poderoso. Señora, no me contento con sólo pronunciar tu nombre; quiero que tu amor me recuerde que debo llamarte a cada instante; y que pueda exclamar con san Anselmo: “¡Oh nombre de la Madre de Dios, tú eres el amor mío!”

Amada María y amado Jesús mío, que vivan siempre en mi corazón y en el de todos, vuestros nombres salvadores. Que se olvide mi mente de cualquier otro nombre, para acordarme sólo y siempre, de invocar vuestros nombres adorados.

Jesús, Redentor mío, y Madre mía María, cuando llegue la hora de dejar esta vida, concédeme entonces la gracia de deciros: “Os amo, Jesús y María; Jesús y María, os doy el corazón y el alma mía”.

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