domingo, 3 de marzo de 2024

''Zelus domus tuae comedit me''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

En este Domingo III de Cuaresma el evangelio nos muestra una escena que rompe el esquema estereotipado de Jesús, al verle expulsar a los mercaderes y cambistas del templo con un azote de cordeles. Vemos al Señor enfadarse, ponerse serio e incluso echar de un lugar tenido por casa de todos a los que no consideraba dignos de estar allí pervirtiendo el destino de aquel santo recinto. Este pasaje del capítulo 2 de San Juan, nos lo propone la Iglesia para interiorizar en este camino cuaresmal que este hecho es un retrato auténtico de Jesucristo; no es que tuvo un mal día y el resto de su vida todo fueron alagar los oídos de los que se acercaban a Él; éste es el mismo Jesús que invita a los pequeños a que se le acerquen, y a los enfermos, los marginados, los pobres. Pero Cristo no es bipolar, sino que da a cada uno lo que en justicia le corresponde. A veces cada cual ha construido un Redentor a su medida, un Dios a su gusto, una Iglesia que se adapte a mis deseos, etc. Y estamos equivocados si actuamos así, pues nos autoengañamos en algo que algún día habrá de ser de otro modo y  desaparecer como un castillo de arena al subir la marea. Jesús no es ese que tengo en la estampita de la cartera siempre sonriente y que parece que aplaude y aprueba todo lo que yo hago, sea lo que sea. "Dios es amor", pero esto no es sinónimo de aprobación de todo y que comparta lo que va en contra del Evangelio. Si busco una Iglesia que se adapte a mi forma de ser, ideas, gustos y criterios, no será esa la Iglesia de Jesucristo y nada tendrá que ver con la verdad de la doctrina católica por mucho que me empeñe en decir que yo soy Iglesia. Lo cierto es que algo así nos situará fuera de ella: "Extra Ecclesiam, nulla salus" (fuera de la Iglesia no hay salvación).

Es un mensaje que no nos gusta escuchar, nunca agrada que nos digan que no somos perfectos o hacemos las cosas mal y cometemos errores, pero como dice el refrán mejor: ''Más vale ponerse una vez colorado que ciento amarillo''... La Cuaresma es un tiempo idóneo para preguntarnos: ¿en qué momento de mi vida de fe estoy? ¿Qué le presentaría al Señor hoy si terminara por casualidad en esta jornada mi existencia terrenal? ¿Me esfuerzo en encaminarme hacia al cielo, o simplemente acudo al templo sin superar los apegos mundanos, y las miserias de mi existencia?... Con la Sagrada Escritura tenemos el riesgo de quedarnos sólo con los textos en los que sentimos identificados cuando estos nos dan caricias y, sin embargo, pasamos la página corriendo cuando aparece una enseñanza que nos interpela e incomoda en nuestra realidad pecadora... Es como aquella señora que miraba el día antes el evangelio del día, y si era el evangelio de la resurrección de Lázaro el tema le daba esperanzas, pero si era el joven rico u otro pasaje que que igualmente identificada la incomodaba, ese domingo veía la misa por la tele y en el momento de la homilía quitaba la voz  aprovechar para fregar los cacharros... A veces hacemos esto con nuestra fe, buscamos amoldar a Jesús a nosotros mismos en lugar de amoldarnos nosotros a Él. No hagamos un Dios a nuestra imagen y medida, sino esforcémonos en ser santos, dado que nuestro Dios es Santo. 

Cuando Jesucristo se puso a echar a los que hacían negocios en el templo, nos dice el evangelista: "sus discípulos se acordaron de lo que está escrito": «El celo de tu casa me devora», correspondiente al salmo 69. En este caso los apóstoles sí comprendieron la actuación del Maestro; no pensaron: ¡Cómo se ha pasado! o ¡Que duro ha sido!.. ¡No! Entendieron que actuaba correctamente: ''Zelus domus tuae comedit me'' (El celo de tú casa me devora). ¿Qué significan estas palabras? Quizá si cambiamos celo por ardor interior o fuego espiritual nos suene mejor y más entendible; se busca explicar esa fuerza o energía que a uno le impulsa a defender, cuidar o proteger hasta incluso firmemente si es necesario aquello que es objeto de su amor. En este caso celo religioso por Dios y sus cosas, entre las que está también la preocupación por que los hombres estén a la altura de éstas, en especial por respetar la morada del Todopoderoso entre nosotros: el templo. Pero es más que todo eso también: Jesús viene a recordarnos que necesitamos de purificación, necesitamos hacer un azote de cordeles para expulsar de templo de nuestro cuerpo y de nuestra alma todo lo que ensucia esta morada querida del Espíritu Santo. No convirtamos esta casa de Dios y templo de su Espíritu en un mercado; lo hacemos cuando en la iglesia rompemos el silencio y salimos hablando a voces como si estuviéramos en la plaza de abastos. Pero especialmente hoy pedimos al Señor la fuerza para expulsar de nuestra vida todo aquello que nos lleva a la ruina moral y personal y nos aleja del Cielo; lo impide estar en su gracia. Sólo así podremos salvarnos, pues en la medida en que trabajemos por vivir la santidad, así será el día de mañana nuestro destino definitivo. De poner los medios para cambiar y mejorar o mantenernos en la inercia del pecado será la diferencia cuando tengamos que comparecer ante el tribunal eterno donde anhelamos ver a un Jesús sonriente que nos diga: ''Venid a mí benditos de mí Padre'', o enfadado, nos expulse como los mercaderes del templo. 

El evangelio comenzó diciendo: ''Se acercaba la Pascua''; que esto sea un aviso también para nosotros, ya falta menos para la meta pascual. Y en otro momento del texto afirma Jesús: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré"... Como dijo el Papa Benedicto XVI: ''estas actitudes de Jesús, nos van preparando para vivir esta cuaresma: imitando a Jesús en su celo por la casa del Padre, destruyendo nuestro cuerpo con el ayuno y la abnegación, y sabiendo sufrir como Él, para después levantarnos con Él en la resurrección. ¡Y qué mejor manera de venerar la casa de Dios, que viviendo la caridad para con el prójimo, cuyo cuerpo es el templo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo!''... Y hablando de prójimos, no quisiera olvidar en este 3 de marzo en que las Obras Misionales Pontificias celebran el día de Hispanoamérica. Actualmente hay 150 sacerdotes españoles sirviendo en esas tierras hermanas, y son muchísimos los hispanoamericanos que viven entre nosotros y forman parte de nuestras parroquias y comunidades religiosas, y de nuestros presbiterios diocesanos. España ha sido un regalo para ellos al llevarles la fe, ellos ahora son un regalo para nosotros al venir a recordarnos lo que tenemos algo un tanto olvidado: ¡Gracias Hispanoamérica! Feliz Domingo a todos. 

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