martes, 26 de marzo de 2024

La liturgia de la Misa Crismal. Por Rodrigo Huerta Migoya

La Misa Crismal es una de las celebraciones más hermosas de la Semana Santa que por desgracia pocos cristianos conocen, y que ha quedado un tanto reducida a la asistencia del clero y los consagrados mayormente y a ciertos fieles de especial compromiso. 

Esta Eucaristía se celebra en la Catedral de cada diócesis del mundo, presidida por los titulares de cada Iglesia local a la que deberían acudir todos los sacerdotes seculares y religiosos, pues en ella no sólo renuevan las promesas ministeriales, sino que participan con el prelado celebrante en la consagración del Crisma y, con esta participación, hacen visible de forma pública la comunión con su Obispo, con el que colaboran y al que representan, además de ser con quien se unen en la misma comunión al Romano Pontífice, cabeza visible de toda la Iglesia católica. 

La Misa Crismal se enmarca en el contexto del Jueves Santo, día Eucarístico y Sacerdotal por antonomasia; sin embargo, por conveniencia pastoral la celebración se adelanta a los primeros días de la Semana Santa en muchas diócesis para facilitar la presencia de los sacerdotes. Por eso aunque acudamos de lunes, martes o miércoles santo, nos extrañe ver a los sacerdotes revestidos de blanco o escuchar el canto del gloria, pues aunque trasladada a otro día, es una Misa solemne de Jueves Santo aunque tenga lugar aún dentro de la Cuaresma, propiamente.

En España es muy común en la mayoría de las diócesis la interpretación musical en esta eucaristía de la llamada "Misa de Angelis", dado que todos los sacerdotes la conocen y saben cantar, teniendo por canto de entrada el popular "Pueblo de Reyes de Lucien Deiss". En Oviedo hay dos cantos que son ya una tradición en este día, obras de D. Leoncio Diéguez, Canónigo Maestro de Capilla durante los últimos años: de entrada ''Jesucristo nos amó hasta el extremo'', y ''Oh Redemptor'', interpretada en castellano: "Recibe oh Redentor el canto de tu pueblo. Ave óleo Santo, ave Santo Crisma; obras son de tus manos y signo de salvación''.

Las procesiones, tanto de entrada como de salida de todos los concelebrantes con el Arzobispo que preside, es un escena preciosa que plasma cómo la Iglesia de Cristo se congrega en torno a la mesa del altar presidida por su Pastor qué, una vez enriquecida con la palabra y la eucaristía, retorna a sus diversas comunidades cristianas para llevar no sólo los óleos, sino la felicitación pascual del Prelado y con el propio corazón renovado para vivir los días santos de nuestra fe. Todos los concelebrantes veneran el altar antes de ubicarse en su sitio. En Oviedo, por ejemplo, en algunas concelebraciones especiales los sacerdotes entraban por la puerta de La Perdonanza para dar más riqueza espiritual a dicho día.

Antiguamente; es decir, antes del Concilio, la Misa Crismal era muy diferente, por ejemplo no se convocaba al presbiterio en pleno, sino a los arciprestes mayormente, y asistían los canónigos, el clero de la ciudad y el seminario mayor a lo sumo. La predicación corría a cargo del Magistral de la Catedral. Hoy en día la homilía del Arzobispo en este día es una de las más esperadas del año, pues en ella el prelado aborda las dificultades, esperanzas y retos actuales que se presentan a los sacerdotes. En esta jornada también hay un recuerdo vivo para los presbíteros fallecidos, los enfermos y aquellos que por tener una amplia carga pastoral no pueden hacerse presentes, aunque también trasladan a su obispo su sincera comunión y cercanía.

Una vez proclamada la Palabra y comentada por el Sr. Arzobispo, los sacerdotes renuevan ante el pastor diocesano las promesas que hicieron el día de su ordenación. En esta celebración no se reza el Credo.

Es una jornada importante de oración sacerdotal, pues no sólo los sacerdotes viven su unión al obispo, sino también acentúan la fraternidad del presbiterio diocesano, ya que todos son hermanos en el ministerio que Dios les ha confiado para apacentar al pueblo de Dios. La renovación de las promesas no se limita a un acto formal, a un rito más de la celebración, sino que es la actualización que cada uno de los presbíteros con noventa o treinta años de edad le dieron en su momento y siguen dando para entregarse a Cristo que los llamó a dejarlo todo y seguirlo.

Concluida la renovación de promesas, y tras las preces, los óleos entran en la Catedral en el momento de las ofrendas, llevados en procesión junto al pan y el vino ante el Obispo. Es una tradición antiquísima de la Iglesia presentar los dones justo cuando empieza la segunda parte de la Eucaristía.

Otro gesto que a menudo pasa desapercibido es la misma entrada y entronización en el presbiterio de la Catedral de las ánforas con los aceites que se convertirán por la bendición en oleos de enfermos y catecúmenos, y por la consagración en Santo Crisma. Es tradición que sean los diáconos transitroior quienes porten las ánforas, pues ahí llevan el óleo con el que les ungirán a ellos mismos en su próxima ordenación. Al no haber posiblemente seis diáconos transitorios, también son portados hoy día por diáconos permanentes o seminaristas.

Adquiere un sentido teológico pleno el que la bendición de los óleos y la consagración del Crisma tengan lugar dentro de esta celebración que actualiza los orígenes de la Eucaristía y el sacerdocio; aún más, dentro de las celebraciones de la Semana Santa. Por un lado lo eucarístico nos recuerda que toda la vida de fe se alimenta únicamente en la mesa del Señor y en el contexto sacerdotal, que será por las manos de los ministros ordenados por donde les llegue al pueblo fiel la mayoría de los sacramentos de su vida.

Y la celebración en plena Semana Santa, nos invita a pensar cómo a fin de cuentas todo nos viene por la pasión, muerte y resurrección del Señor. Los sacramentos nacieron con la Iglesia y tomaron alma en el Calvario, por ello en plena semana de pasión llegan a las parroquias los nuevos óleos que quieren sanar no sólo el cuerpo, sino especialmente las almas necesitadas de Cristo.

Dentro de la misma plegaria eucarística, tiene lugar la bendición del óleo de enfermos, de forma exacta, una vez terminado el memento de difuntos y antes de la doxología. Este detalle de interrumpir la plegaria para bendecir el óleo tiene su origen en la unión intrínseca que los primeros cristianos ya le daban a la unión del sacrificio del altar con el sacrificio ofrecido de los enfermos por el bien de la Iglesia. (Infirmorum). Color morado. 

Tras la oración propia para después de la Comunión, el obispo abandona la sede y bendice en este momento el óleo de los catecúmenos. (Catechumenorum). Color verde. 

Por último, la consagración del Santo Crisma es uno de los momentos más especiales de la celebración. Lo primero que el prelado hace es preparar el mismo Crisma al derramar dentro del ánfora la esencia de perfume de nardo. Esto nos recuerda el evangelio del mismo lunes santo, donde María "derrochando" el perfume en los pies del Señor es excusada por Él diciendo que se trata de una preparación para su destino. El obispo invita a la oración y, en un instante de silencio, acerca a la boca del ánfora y sopla; con este gesto el celebrante implora la acción del Espíritu Santo sobre este aceite que habrá de consagrar en los sacramentos que imprimen carácter: bautismo, confirmación y orden sacerdotal, y también se emplea en la consagración de nuevos altares y en la dedicación de nuevos templos. El prelado hace sólo toda la oración consacratoria; sin embargo, en la última parte se pide la participación de los presbíteros que extiende su mano hacia el Crisma. (Chrisma). Color blanco. 

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