domingo, 10 de marzo de 2024

''Lo mismo que Moisés''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Hemos superado ya la mitad del desierto cuaresmal como nos lo muestra en este día la liturgia en su color propio que deja de ser morado para volverse rosa, tono más claro y alegre; esto las personas mayores lo entienden mejor, pues antiguamente cuando moría un ser querido se vestía durante bastante tiempo "de luto" con el color negro, pero una vez terminado éste tampoco se volvía a los colores vivos de repente, sino que se empleaban colores de tonalidades más suaves e intermedias: ni el negro, ni chillones. Con este domingo que llamamos ''Laetare'' -de la alegría- nos pasa exactamente lo mismo, no es el blanco de la Pascua que esperamos; sin embargo, esta tonalidad es una señal de gozo por estar ya muy próxima la fiesta de las fiestas.

El evangelio de este domingo nos presenta un fragmento del diálogo de Jesús con Nicodemo tomado del capítulo 3 del evangelio de San Juan. Nicodemo era una figura destacada del Sanedrín y un discípulo de Jesús que acudía a verlo a escondidas, y en una de estas conversaciones donde abordaban lo que un sabio judío tan versado en las escrituras como era este hombre, deseaba saber si Jesús era el Mesías que venía a restaurar la nación soñada de Israel. No es éste un tema baladí; va inserto en el ADN judío como vemos con tristeza en la situación actual de guerra entre Israel y Palestina. Y en la Palabra de Dios que hacemos nuestra en este día vemos en la primera lectura del Segundo Libro de las Crónicas cómo perdieron su tierra del reino de Judá y fueron llevados cautivos a Babilonia, a aquel terrible destierro en el que lloraban por su patria perdida como nos ha dicho el salmo: ''Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías''.

Y como tantas personas del tiempo de Jesús, no tenían muy clara su misión; muchos le reconocían como el Mesías verdadero, ciertamente, pero un Mesías que más bien sería el que solucionara su situación política, el que expulsara a los romanos, el que les devolviera la tierra que les pertenecía, el que devolviera el esplendor político de antaño... Pero al final todo cuestiones qué, por importantes que parecieran, eran todo temas mundanos, y Jesucristo trata de aclararle a Nicodemo que las cosas no van por ahí, que el pueblo durante siglos ha gritado: ''¡Ven Salvador!''; y el Salvador ha venido, pero no para salvar unos kilómetros cuadrados de tierra, ni el gobierno de un territorio, ni la política de una nación, sino que Cristo le aclara a su discípulo y amigo que la salvación que Él ha venido a traer no es otra que la de la Cruz. Ahí esa afirmación solemne que hace el Señor: ''Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna''. He aquí la locura bendita de amor de Dios hacia nosotros, que llega a su culmen en la cruz.

En la cruz está la respuesta a nuestras dudas: Sí; Dios por amor ha entregado a su Hijo para salvarnos. Queda manifiestamente claro que el Señor no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. No quiere nuestra condenación, sino que nos salvemos; y para esto viene Cristo al mundo, para dar su vida por nuestro rescate. El que se condene se condenará por propia voluntad, pero no por que sea el plan del Creador para nosotros; es el hombre el que desde su propia libertad se autoexcluye del plan de salvación de Dios. Así San Pablo lo ha subrayado en su carta a los cristianos de Éfeso: ''Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo –por pura gracia estáis salvados–''. La Iglesia nos invita a contemplar con mayor fervor en esta cuaresma la cruz redentora, pues Jesucristo transformó un instrumento de tortura en la mayor expresión de amor de la historia humana. Acerquémonos a mirar a la Cruz con arrepentimiento y agradecimiento, ''Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él''. 

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