jueves, 28 de marzo de 2024

Bendito Jueves Santo. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Gran día este del Jueves Santo, en que cerramos las puertas de la Cuaresma para entrar de lleno en el Triduo Pascual. En otro tiempo en la mañana de este día era frecuente tener las confesiones en las parroquias, y era un momento en el que se formaban colas para ello en templos grandes y pequeños con el deseo de terminar bien el tiempo cuaresmal e iniciar el Triduo con el corazón bien dispuesto. En esta jornada eucarística por antonomasia, quizá debería ser ésta la primera reflexión: ¿Cómo me acerco al altar del Señor?... Los que se han confesado que se acerquen a comulgar con unción y piedad en este día, y los que no, realicen un acto de contrición solemne y en cuanto puedan acérquense a la reconciliación. Somos peregrinos y somos penitentes, eso es lo que expresan las túnicas de nuestras cofradías; no son disfraces al uso, sino la exteriorización de lo que pretendemos vivir interiormente: que nos somos pecadores; sí, pero que tras las huellas del Maestro sabemos que habremos de llegar al puerto seguro y definitivo.

La celebración eucarística de este día la llamamos ''de la Cena del Señor'', y no es que sea ésta una misa más importante que la de ayer, que la del domingo o que cualquier otra; toda eucaristía es igual de importante, más sencilla o más solemne, con muchos fieles o con pocos. Cristo se hace presente exactamente igual con su cuerpo, sangre, alma y divinidad sobre el altar, y  por ello la celebre el Papa o el último párroco del mundo, en una catedral o en la ermita más ruinosa, podemos afirmar lo que decía San Pablo: ''Cristo es el mismo, ayer, hoy y siempre''. Lo que sí es cierto es que para los católicos, que tenemos en el misterio eucarístico la fuente y culmen de nuestra vida y misión, vivimos la misa vespertina del Jueves Santo con una emoción especial al hacer memoria que en un día como este, al caer la tarde y en aquel cenáculo de Jerusalén, Cristo instituyó este "sacramento admirable". La liturgia nos invita a vivir esta jornada en clave de agradecimiento y caridad, como así reza la oración colecta de la misa: ''nos has convocado esta tarde para celebrar aquella misma memorable Cena en la que tu Hijo, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el banquete de su amor, el sacrificio nuevo de la alianza eterna; te pedimos que la celebración de estos santos misterios nos lleve a alcanzar plenitud de amor y de vida''.

Y decimos siempre que el Jueves Santo es el día del Amor fraterno, aunque algunos hablan del misterio eucarístico por un lado y de la caridad por otro, como si fueran realidades separadas. Tal vez olvidan las palabras del evangelista San Juan, testigo privilegiado que nos recuerda: ''Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que Su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los Suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo''... Por eso contemplar a Cristo Eucaristía, recibirle sacramentalmente y enamorarnos de Él ha de llevarnos implícitamente a ser sensibles con el necesitado y entregarnos a su causa. A menudo juzgamos a la ligera por apariencias y prejuicios quién    -sacerdote, laico o religioso/a-  nos parece cercano a lo social o no; y con cuánta frecuencia tras la muerte de estas personas juzgadas erróneamente se descubre por sus más próximos lo mucho que había ejercido la caridad con la máxima de no saber la mano izquierda lo que hace la derecha... Ningún laico, religioso/a sacerdote ni necesita ni debe dar a conocer su apuesta por lo social a bombo y platillo: "tu Padre que ve en los escondido te recompensará"... 

Por último, no puede faltar en este día un recuerdo especial por todos los sacerdotes: y los que ya participan de la liturgia del cielo y los que aún peregrinamos en este mundo. Que en esta noche larga de oración no falte una de gratitud por nuestro sacerdotes mayores y enfermos, por los que fueron instrumento del Señor en nuestra vida y duermen ya en la paz de los justos, por los que hoy continuamos haciendo presente a Jesucristo en medio de nuestro mundo a pesar de nuestras miserias, flaquezas y pobrezas; por los sacerdotes que están pasando por un momento de oscuridad, duda o tribulación en su ministerio. Y no nos cansemos de pedir al Dueño de la mies que mande trabajadores a su Viña. A menudo repetimos hasta la saciedad que no hay vocaciones; que no hay sacerdotes: ¡no es del todo cierto! lo que ha disminuido son católicas abiertas a la vida, a la transmisión de la fe y más aún, a aceptar la vocación de sus hijos propiciando el caldo de cultivo en esa célula social que es la familia. Hay muchos profetas de calamidades; personalmente me parecen muchos los sacerdotes que no se rinden, y que las vocaciones que perseveran a pesar de los tiempos recios -¡y necios!- que nos toca vivir. Ojalá la escasez nos ayude a valorar y redescubrir el ministerio ordenado, a ver que tener un sacerdote que nos atienda no depende de exigencias, reclamos, dramas, modas o situaciones coyunturales, sino que antes hemos de convencernos de que sólo volveremos a tener los sacerdotes necesarios para nuestra tierra cuando recuperemos verdaderamente la familia cristiana, la formación religiosa y la motivación y acompañamiento en el hogar... 

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