lunes, 25 de marzo de 2024

Jesús en la Borriquilla, Señor de la Misericordia y de los Pobres. Por Rodrigo Huerta Migoya

 

La liturgia de la Iglesia en el Domingo de Ramos incide de modo especial en la Pasión del Señor. Aunque a veces sólo nos quedemos con lo llamativo de los ramos y palmas todo ello gira entorno al mismo misterio. No hay una separación entre la primera parte de la celebración y la segunda, sino que se trata de un todo. En algunos lugares los sacerdotes emplean capa pluvial blanca para el rito de la bendición y procesión hacia el interior del templo por no contar con capa de color rojo, lo que puede llevar a engaño, como si la entrada en Jerusalén fuera algo festivo y la eucaristía del día con los ornamentos en color rojo y con la lectura de la Pasión como corazón de la liturgia de la Palabra, estuvieran en contraposición con los ritos iniciales. Decimos coloquialmente que con el Domingo de Ramos entramos en la Semana Santa, aunque hasta el Jueves Santo no saldremos de la Cuaresma para entrar de lleno en el Santo Triduo Pascual. Pero cierto que las oraciones del Domingo de Ramos quieren ser un estímulo a perseverar a lo largo de toda la Semana en la vivencia espiritual de estos días de gracia. En este sentido, las dos oraciones que ofrece el misal para la bendición de las palmas piden: ''santifica con tu bendición estos ramos, y, a cuantos vamos a acompañar a Cristo'', o ''que quienes alzamos hoy los ramos en honor de Cristo victorioso permanezcamos en él''.

Tiene su origen el domingo de ramos en la Iglesia de Jerusalén de finales del siglo III donde se empezó a conmemorar con himnos y predicaciones en los lugares emblemáticos de la Ciudad con una solemne procesión desde el monte de la Ascensión del Señor hasta las puertas de la Ciudad Santa, donde el pueblo fiel entonaba "Bendito El que viene en el nombre del Señor" (Mt 21,9). Parece que ya a mediados del siglo V se había extendido esta tradición hasta la Iglesia Constantiniana, añadiéndose hacia finales del siglo VI el rito de bendición de las palmas. La procesión de la "Dominica in Palmis" que había nacido en el siglo III como un acto penitencial al caer la noche, se trasladó a la mañana del domingo en el siglo VII, siendo introducido ya en el siglo VIII el "Domingo de Ramos" en el calendario litúrgico de la Iglesia de Occidente.

Entrada en Jerusalén como Señor de Señores

Con la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén se hizo verdad las palabras profetizadas en el primer libro de los Macabeos: ''Y entró en ella... con acción de gracias, y ramas de palmeras, y con arpas, y címbalos, y con violes, himnos y canciones''. Llega el Rey de los reyes y Señor de los señores; hay quien ve aquí un paralelismo con la entronización del rey Salomón que como describe el Libro Primero de los Reyes es señalado por David, ungido seguidamente para, por último, entrar en la Ciudad a lomos del asno de su padre entre las alabanzas del pueblo. Alabanzas que no son de fiesta, sino más bien de petición gozosa de quienes tienen por seguro que así será, pues el pueblo hebreo aclamaba gritando ''hosia-na'' ("sálvanos"). Por la paternidad putativa de San José, Cristo es asociado a la estirpe de David haciéndose verdad que del tronco de Jesé brotó un retoño, como floreció la vara de San José. Para Cristo no fue un insulto ser conocido como el hijo del carpintero, pues en el pueblo hebreo reconocer a alguien de parentela davídica era tanto como afirmar que por nacimiento tenía derecho heredar el trono de la añorada monarquía de Israel.

Entrada en Jerusalén como Rey misericordioso de los pobres

El Señor al entrar en el borrico se autoproclama Príncipe de la Paz, sin soberbias ni imposiciones, tal como estaba profetizado: ''tu rey viene a ti; él es justo, y tiene salvación; humilde, y montando sobre un asno'' (Zac 9, 9). Al respecto de la multitud que le seguía hay muchísimas interpretaciones, aunque una, que sin ser muy científica sino más bien una visión espiritual del pasaje, personalmente a mi me hizo mucho bien, y es pensar que quizás los habitantes de Jerusalén no fueron los que le recibieron con alabanzas, al menos no las personas destacadas, y sí los moradores habituales de la periferia: los niños y los pobres. Pero aquel sencillo gesto de las palmas tuvo eco en los numerosos peregrinos que llegaban a Jerusalén para la Pascua, muchos de ellos caminando tras los pasos del Señor. Un lugar clave para comprender el hecho es la localidad de Jericó, donde Cristo hizo su milagro al curar al ciego Bartimeo, que al oír que pasaba por allí le llamó a gritos: ''Hijo de David''... De algún modo aquel humilde invidente hizo la primera aclamación en la recta final del camino al final de la misión. Es muy revelador que los evangelistas nos describen la presencia del Señor en Jericó, ciudad maldita por Josué y desde donde sale para llegar a Jerusalén, haciendo también el camino inverso al hombre de la parábola que bajando de Jerusalén a Jericó cayó en manos de los bandidos. También es Jericó ciudad de pobres, usureros, pecadores -castigados por sus faltas o las de sus padres, como los ciegos-. Aquel hombre llamado Zaqueo subido a la higuera -o mejor dicho al Sicomoro- fue llamado por el Señor en Jericó sentándose el mismo Cristo a su mesa sin temor a ser acusado de ''comer pecadores'', pues en este encuentro concreto hubo conversión, manifestado en las palabras de Cristo: ''Hoy ha sido la salvación de esta casa''. Desde Jericó, ciudad de las Palmeras, inicia Jesús su última jornada de peregrinación rodeado de sus predilectos, los más humildes, destacando nuevamente aquellas palabra suyas:  ''aprender lo que significa: 'Misericordia quiero y no sacrificio'; porque no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,12). Es rey de los humildes, pues no va sobre un simple borrico, sino que en concreto dice la escritura: ''un pollino, cría de acémila''; es decir, más por debajo aún... Las murallas de Jerusalén tenían más de una entrada destacada; sin embargo, sabemos que Jesús entró por la llamada Puerta Dorada, que tiene otra denominación más antigua y hermosa como es la Puerta de la Misericordia. Los creyentes esperamos que cuando vuelva el Señor, el Ungido, el enviado del Padre, por segunda y definitiva vez, entre de nuevo no por esa entrada física, sino por la puerta de la misericordia para con nosotros, pobres pecadores. 

Entrada en Jerusalén como inicio de la Pasión

Aquella primera procesión de Ramos de la historia, según coinciden los cuatro evangelios tuvo su punto de partida en el huerto de los olivos, ahí tenemos ya una alusión a las horas de angustia que habrían de venir. No fue una elección propia salir de Getsemaní, sino que se buscó también cumplir así lo dicho en la escritura, en concreto en la profecía de Zacarías: ''Entonces saldrá el Señor y peleará contra aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla. Y sus pies estarán en aquel día sobre el Monte de los Olivos, que está delante de Jerusalén en el este'' (Zac 14, 3-4). Y por otro lado, no perdamos de vista que el evangelista San Juan nos presenta el buen recibimiento de Jesús en Jerusalén exactamente después de haberle devuelto la vida a su amigo Lázaro en Betania, lo que nos sirve de estímulo para pensar que a la Pasión y Muerte que le aguardaba a nuestro Redentor se le podrían aplicar las mismas palabras con las que también Él definió la enfermedad de su amigo unidas al madero redentor: ''no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella''. En Betania también tuvo lugar en casa de Simón, el leproso, la escena de la unción del perfume de nardo que meditamos cada lunes santo, donde el Maestro se dejó ungir con aquel perfumado ungüento en alusión a su sepultura, y que Él bien sabía ya próxima.  San Mateo nos regala un bonito detalle descriptivo, el animal sobre el que Jesús entrará en la ciudad no había sido montado nunca, al igual que se nos dirá sobre el sepulcro excavado en la roca en el que pusieron su santo cuerpo, donde tampoco nadie había sido sepultado antes. Aquellos niños hebreos y pueblo exultante entonó el Salmo 118: ''Bendito el que viene en el nombre del Señor. Os bendecimos desde la casa del Señor''. Había muchos que le veían como el Mesías en quien se cumplían las escrituras; otros, sin embargo, preguntaban quién era aquél: «Este es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea». 

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