(pastoralsj.org) Me contaba un compañero jesuita mayor cómo, en aquellos años convulsos postconciliares, siendo él estudiante, decidieron hacer un acto profético. Este tuvo lugar durante un viaje en tren, cuando de camino a la casa de formación, todos los estudiantes lanzaron sus bonetes por las ventanillas. Como era de esperar, se llevaron una buena reprimenda de los formadores, junto con la desaprobación de los jesuitas mayores que lo interpretaron como una falta de respeto y un acto revolucionario de mal gusto. Sin embargo, aquellos estudiantes no habían puesto su acento tanto en la protesta (aunque algo de ello tenía el hecho), cuanto en su deseo de cambio para hacer elocuente su consagración. Con el abandono de aquellas vestimentas clericales, querían ser sal que se disuelve y da sabor al guiso de la vida después de años de aislamiento y privilegios que, en parte, habían vuelto sosa a una parte de la vida religiosa.
Los signos de los tiempos cambian y, quién iba a decir por aquel entonces que muchos de los jóvenes religiosos de hoy día se decidirían a identificarse externa y públicamente por medio del hábito o las camisas de clergyman. Por contrario o contradictorio que pudiera parecer, su deseo es también profético, pero en un mundo que ha cambiado mucho con respecto a aquel que fue testigo de la lluvia de bonetes por las ventanillas del tren. Estos jóvenes son hijos de una generación en la que lo religioso se ha ignorado, borrado del mapa o reducido a algo que tiene que se asocia o con los ancianos, con la historia o con el folclore. Así, su identificación externa no busca reconquistar antiguos privilegios, sino más bien ser luz, mostrando con orgullo que son felices de haberse consagrado a Dios y que están al servicio de todo aquel que se cruce con ellos. Pero, al igual que pasó con los del bonete, muchos de ellos se han encontrado con la desaprobación y las caras raras de aquellos que dan a sus ropas un significado muy distinto al que ellos quisieran mostrar (y al que entienden muchos de sus contemporáneos).
Y así, nos encontramos con que sal y luz, en lugar de complementarse y ser dos modos con los que Jesús nos envió a estar en el mundo, se convierten en otro motivo más para la división y la pelea interna. No hay más que echar una mirada a las redes sociales para ver cómo en ellas no se busca entender qué es lo que mueve al otro a vestirse (y actuar) así y de qué manera pretende llevar el Evangelio a una sociedad que se aleja cada vez más de él. Por ello, reconozco que me emociona cuando algunas veces veo paseando o trabajando juntos a religiosos de generaciones y sensibilidades diferentes. Unos con hábito o con clergyman y otros vestidos de calle. Unos buscando ser sal y otros buscando ser luz. Pero sirviendo todos al mismo Evangelio, siguiendo la voz del mismo Jesús que envía a discernir los signos de los tiempos para buscar y hallar dónde y cómo podemos dar un fruto que dure. Creo que esto es también diversidad.
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