lunes, 10 de octubre de 2022

Biblistas y bibliotecarios. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Hay quien dice que Pío XI fue el Papa más grande del siglo XX. Publicó treinta y una encíclicas, firmó veintitrés acuerdos internacionales, resolvió la “cuestión romana”, impulsó las misiones, organizó la Acción Católica, condenó tanto a nacionalismos como a totalitarismos, delineó el perfil del sacerdocio católico y del matrimonio cristiano, veló por la educación y la paz social, y canonizó a personalidades extraordinariamente representativas de la santidad en la Iglesia.

Antes de ser Papa, Achille Ratti (1857-1939) fue prefecto de las Bibliotecas Ambrosiana y Vaticana, nuncio en Polonia, visitador apostólico en varios países y arzobispo de Milán. Y a la Biblioteca-Pinacoteca Ambrosiana, de la que era prefecto, fue llamado, por Benedicto XVI, monseñor Gianfranco Ravasi (1942-), natural de Merate, en Lombardía, para que fuese presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, cargo que ejerció desde 2007 hasta hace unos días.

Ahora que el cardenal Ravasi ha sido relevado, por razón de la edad, de esa encomienda, el papa Francisco ha llamado al Archivero y Bibliotecario de la Santa Iglesia Romana, cardenal José Tolentino de Mendonça (1965-), natural de la isla de Madeira, para que, en el nuevo organismo de la Curia vaticana que el actual Papa ha erigido con el nombre de “Dicasterio para la Cultura y la Educación”, se ocupe de las relaciones de la Iglesia con los diferentes ámbitos que componen el mundo de la cultura.

Los dos son prolíficos escritores. Ravasi ha publicado más de setenta libros y colabora con distintos diarios y revistas, como, por ejemplo, “L’Osservatore Romano”, “Avvenire”, “Famiglia Cristiana”, “Il Sole 24 Ore” y “Vida Nueva”. Es un conferenciante fuera de serie, que ha llevado adelante uno de los proyectos más interesantes de cuantos se han incoado en los últimos años en la Iglesia: el “Atrio de los gentiles”, un espacio de encuentro entre creyentes y no creyentes deseosos de abrirse a un horizonte que se extienda luminoso más allá de lo inmediato, tangible y perentorio.

Considero que una de las acciones más destacables de su gestión al frente del Pontificio Consejo de la Cultura ha sido la celebración de una sesión del “Atrio de los gentiles” en la Real Academia Sueca de Ciencias, en Estocolmo, sobre el tema “El mundo con o sin Dios”. La Academia, que otorga los premios Nobel, no es que se distinga precisamente por su afecto al catolicismo y a la romanidad de la Iglesia.

Por su parte, el cardenal José Tolentino de Mendonça ha publicado cerca del medio centenar de libros. Es, al igual que Ravasi, biblista. En 2018 dirigió los Ejercicios espirituales del Papa y de la Curia romana. Las pláticas han sido recogidas en un libro que lleva por título “Elogio de la sed”. Poco después de aquella tanda, Francisco lo eligió para el episcopado y lo nombró Bibliotecario y Archivero de la Santa Iglesia Romana. En 2019 lo hizo cardenal.

En una entrevista reciente, De Mendonça ha declarado que admira las obras de los arquitectos Álvaro Siza y Peter Zumthor, los pintores Miquel Barceló y Anselm Kiefer, la escultora Doris Salcedo, los músicos Arvo Pärt y Nick Cave, los novelistas António Lobo Antunes y Marilynne Robinson, los poetas Antonio Gamoneda, Charles Simic y Adélia Prado. Y hace unos meses le regaló al Papa, porque pensó que su lectura le resultaría agradable, un libro con poemas de la norteamericana Louise Glück: “Una vida de pueblo”.

El nuevo prefecto de “Cultura y Educación” seguirá la senda trazada en el campo de la cultura por los cardenales Gianfranco Ravasi y Paul Poupard (1930-), antecesores suyos. Ambos, con una magnífica formación humanística, y tratando de mostrar siempre la belleza, la razonabilidad y la consistencia de la fe católica, lograron establecer vínculos de afecto, reflexión y acción con científicos, pensadores y artistas contemporáneos, creados a partir de un mutuo conocimiento basado en las respectivas trayectorias de búsqueda anhelosa, seria y sincera de la verdad, y en la superación de una, en palabras de T.S. Eliot, “incapacidad emotiva”, que es la que, también según José Tolentino de Mendonça, denota el distanciamiento actual respecto a la fe religiosa por parte de la sociedad de nuestro tiempo.

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