martes, 18 de octubre de 2022

El cardenal asturiano Álvaro Cienfuegos e Inglaterra católica. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

El cardenal asturiano Álvaro Cienfuegos (1657-1739), natural de Agüerina, en Belmonte, y jesuita, enfermó, durante un viaje a Inglaterra, en Londres.

El familiar que lo acompañaba en el viaje le preguntó:

– ¿Sentiríais moriros ahora, monseñor?

– Ahora y siempre.

– Pero más ahora, que os enterrarían entre herejes.

– Pues que me entierren más hondo y hallaré católicos.

El cardenal Cienfuegos resaltaba de este modo la antigüedad católica de la isla.

Así es como lo cuenta Víctor de la Serna en el diario ABC del 21 de septiembre de 1954, p. 23, en la sección «De puerto a puerto» (El cardenal «a tiro limpio» y el capitán Towsend):

«De Agüerina, por ejemplo, que es un pueblo precioso a media falda del desfiladero, era aquel magnífico cardenal Cienfuegos, que empezó su carrera eclesiástica descerrajándole un tiro a un jesuita en Salamanca y acabó siendo una gloria de la Compañía. Vale la pena de contar una agudeza de su agitada vida. En un viaje por Inglaterra se sintió enfermo en Londres. Su familiar le preguntó:

– ¿Sentiríais moriros ahora, monseñor?

– Ahora y siempre.

– Pero más ahora, que os enterrarían entre herejes. – Pues que me entierren un poco más hondo y hallaré católicos.

Así aludía el cardenal a la primacía del catolicismo en la isla. En Agüerina, cerca de Belmonte, se alojó en casa del cura, a fines del siglo XVIII, un escritor inglés cuyo nombre, lectora, acaso te evoque una historia romántica de amores contrariados entre una princesa y un capitán: se llamaba Towsend.

Como se ve, las relaciones entre la Gran Bretaña y Asturias son antiguas. Y cordiales, acaso con detrimento de la pureza de la fe de nuestros mayores. (En el concejo de Cangas de Narcea hay un pueblo, Besullo, donde casi todos los vecinos son protestantes anglicanos).

Se nos está haciendo de noche y hay que llegar a Villademar. Todavía por la enorme hendidura de la montaña, en cuyo fondo va la carretera, entra una luz lechosa. Hay luna y no sabemos ya cual es la luz que nos alumbra el camino: si de ocaso nacarado de sol o de orto argentino de luna. Se oyen, lejos, los cascos de los caballos de los vaqueiros sobre los senderos de roca.»

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