sábado, 23 de julio de 2016

Pedid y se os dará. Por Fray Roberto Ortuño O.P.



Las lecturas de este domingo nos invitan a repasar algo fundamental para nuestra vida cristiana: ¿cómo es nuestra oración?... ¿con qué frecuencia la practicamos?... ¿influye realmente en nuestra conducta?... Preguntas importantes que Jesús nos plantea hoy para responder a ellas con total sinceridad.

Aprender a “orar”. Lucas sitúa la escena del evangelio: “en un cierto lugar, estando Jesús en oración, y al terminar, uno de sus discípulos le dice: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”.

La oración comporta muchos aspectos y puede hacerse de muchas maneras (escuela de Juan, Jesús), por eso requiere un aprendizaje. Hoy existen muchas “escuelas de oración”.

La oración se aprende “orando”, como el niño aprende a hablar comunicándose con quienes le rodean. Para algunos hacer oración es algo muy difícil y complicado. En realidad es algo tan sencillo como “un impulso del corazón, una sencilla mirada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría" (Santa Teresa del Niño Jesús, Autob. C 25r). La gran maestra de oración, santa Teresa de Ávila, lo explicaba así: “oración es hablar de amistad con quien sabemos nos ama”.

Por otra parte, existen varias clases de oración. Las principales son: oración vocal, oración mental y oración contemplativa. A ellas hay que añadir las diversas modalidades con que luego se realiza: la “lectio divina”, la “liturgia de las horas”, el “Santo Rosario”, “Visita de Adoración al Santísimo Sacramento”, el “Via Crucis”, etc. Lo primordial, en cualquier caso, es impregnar y contagiar la vida con el espíritu y perfume que brotan de la oración. Algunos autores opinan que la oración es tan necesaria en la vida del cristiano como el aire que respira.

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