No hace mucho escuchaba a una familia molesta y cabreada quejarse porque en el funeral de un ser querido habían pasado la cesta. Decían cosas como: ¿Si se paga el funeral por qué encima pasan el cepillo?; ¡Estos curas sacan dinero de hasta debajo de las piedras!; o ¡Que poca decencia pasarle el cepillo a la familia!
Esta reacción se ve a menudo, sobre todo, en personas que no frecuentan a menudo la Iglesia y, por ende, ni entienden su significado ni conocen el fin que a éstos les parece un atrevimiento de pasar el cestillo en plena celebración.
La Iglesia es una familia, con más de XXI siglos de historia (no conozco “sectas” y “montajes sacacuartos” que hayan durado tanto y sigan -¡sigamos!- ahí…luego estamos muy lejos de esos descalificativos; otros grupos que empiezan con mucha fuerza y vaticinaban nuestro final ya han desaparecido) cuyo sello de identidad siempre ha sido la caridad.
Ya los primeros cristianos, como leemos en libro de los Hechos de los Apóstoles, decidieron servirse de “la colecta” para ayudar a los necesitados, tal como hizo San Pablo en Antioquía en favor de la Comunidad de Jerusalén; la de Pablo y Bernabé para paliar el hambre en Judea, y, al celebrar la misma Eucaristía, las primeras comunidades de fieles, tras presentar el y el vino al sacerdote, entregaban lo que buenamente podían para socorrer las miserias de los necesitados.
A lo largo de los siglos se ha mantenido en la Liturgia esta hermosa tradición que no es ni más ni menos que otra parte más de la Santa Misa cuya rica simbología ayuda a expresar que además de tener fe y mantener la esperanza, ejercemos la caridad como distintivo de lo que somos.
Pero en un mundo de mentiras, estafas y adulteraciones como es el nuestro, cualquier explicación es poca, pues lo que damos por sabido es ya un desconocimiento generalizado de todo. A esto se incorporan los erróneos enfoques de un mundo egoísta, materialista y descristianizado que nos “adoctrina” en no conocer más allá de nuestro ombligo.
Yo, mi, me, conmigo... Mi misa, mi boda, mi muerto… Se ha perdido la esencia de pueblo de Dios para hacer de las Iglesias locales de alquiler a gusto del consumidor. Pongamos algún ejemplo:
*Como es mi boda y pago, se va tocar de entrada “Desayuno con diamantes”; no quiero que entre nadie sin invitación, y sobre la decoración del altar el cura nada tiene que decir que para algo es mi día.
*Señor Cura, le doy veinte euros, pero no pase la cesta que vienen unos parientes de Madrid y eso da imagen de poca clase a la Misa.
*Quiero apuntar una Misa por mi padre, pero quiero que se le nombre sólo a él; que el sacristan no lea que hace feo, y que la misa la presida el cura de Cusculluela que como predica hablando de futbol es más ameno para los niños…
Creo que ni falta hace decir que una Iglesia lo pagano sobra; que no se puede cerrar ni aunque se case la hija de Lola Flores; que el ornato ha de estar en consonancia con la liturgia y no al margen ni entorpeciéndola; que la colecta no se pueden remplazar ni por un cheche de seis ceros, ya que lo exige la Liturgia, aunque no llegue a diez euros la recaudación. Conviene decir también que los que nunca vienen, no están tampoco en condiciones de desplazar a los están siempre.
Y, volviendo a “la colecta”, para un último pensamiento, la cuestión monetaria: Es evidente que son muchos los que aún piensan que el estipendio de los sacramentos, las recaudaciones de la misa o los donativos de lampadarios, son para el bolso del cura. Es gracioso, porque la experiencia ha demostrado lo contrario en casos como el terremoto de Haití, la desgracia de Lorca o el tsunami de Hawai, donde hubo muchos pillos astutos que aprovecharon la sensibilidad social para lucrarse mediante ONGs falsas y cuentas bancarias de ayuda desviada (a sus bolsillos) que a tantos inocentes engañaron y a otros tantos privaron de su anhelada ayuda. ¿Llegará nuestro dinero si lo mandamos por “Cáritas” o mediante “Manos Unidas”?... las encuestas nos dan una nota muy alta respecto a la confianza que tantos años de transparencia nos avalan.
Por tanto, nunca entenderé a la gente que se escandaliza porque las piadosas mujeres pasen con la mejor intención del mundo su cestilla con la esperanza de lograr recaudar algo de lo que cuesta retejar el campanario, arreglar el cementerio o echar un cable a la Cáritas Parroquial. Eso sí, los que se enfadan por este hecho han elegido el ataúd más caro, han comprado un vestido para el bautizo del bebé de ochocientos euros, o han elegido el cubierto más caro para el banquete nupcial, y allá se van al Palacio de Cutre, contratan a toda la Banda de gaitas de Xixón o la corona floral de orquídeas de mil euros…Pero la iglesia por pasar el cestillo de los céntimos es una sacaperras, y el cura por diez euros del estipendio de misa es el ogro que me quita la fe…
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