viernes, 1 de julio de 2016

Carta Semanal del Sr. Arzobispo


Valdediós : vuelve su alma

No es un valle cualquiera. Tiene el nombre más osado y noble que puede dársele: nada menos que se llama Valdediós: el valle de Dios. Bosques llenos de secretos y pumaradas cargadas de manzanas, aguas saltarinas que nos cantan, hacen de ese rincón asturiano un vergel por el que Dios gusta pasear como el día de la creación a la hora de la brisa, para venir al encuentro del hombre y la mujer que de tantos modos le buscan.

Son siglos de historia los que han visto llover en el Valle de Dios; salir el sol después como una tregua de bondad. Y entre nubes de llanto y amaneceres radiantes, se domicilió allí un cenobio de monjes siguiendo la estela de San Benito y San Bernardo. En el libro de la vida que el Señor edita y lleva al día, están anotadas sus plegarias y sus cantos, su trabajo sencillo y la acogida hospitalaria. Los avatares de la historia reciente hizo que tuvieran que dejar Valdediós los monjes, y que luego pasara a ser seminario en años precarios pero ilusionantes, e intentar de nuevo la apuesta monástica, para venir a ocuparlo unos religiosos últimamente: la Comunidad de San Juan. No era su sitio ni su modo. Así me lo hicieron saber; yo respeté su decisión, y quedó otra vez vacío Valdediós.

El arte seguía ahí. Como la belleza natural que lo arropaba. Pero era como un cuerpo hermoso que sencillamente no tenía alma. Un monasterio precioso… que no rezaba, ni acogía a los peregrinos que buscan, ni permitía que a través de una comunidad viva con Dios se encontraran. Como es sabido no he dejado de llamar a tantas puertas monásticas invitando a Valdediós para que en medio de tanta belleza ellas pusieran el alma. Francia, Austria, Suiza, Italia y, por supuesto, España. Doce en total. Nueve de monjes y tres de monjas. Al final, la Divina Providencia combinó las cosas para que vengan a Valdediós las Carmelitas Samaritanas.

Es un carisma reciente que tiene raíces de solera castellana en la escuela espiritual de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Son monjas, contemplativas, que quieren de mil modos contarnos con palabras sencillas lo que en silencio Dios les susurra en el corazón. Y cuanto ellas contemplan en su soledad mirando la belleza del Señor, es lo que testimoniarán en los gestos fraternos hacia dentro y hacia fuera de su comunidad con cuantos vayamos a orar con ellas.

Se trata de un silencio que custodia una Palabra especial, y se trata de una soledad que alberga una Presencia única. Si ese silencio no tuviera el eco de esa Palabra, sería un vulgar mutismo. Si esa soledad no testimoniara la belleza de esa Presencia, sería una triste solitariedad. Por eso, los contemplativos viven su silencio elocuente y su soledad habitada, por quien de hecho da razón y sentido a su entrega: la Palabra de Dios y su Presencia adorable.

Hay una vocación en la Iglesia: los llamados a la vida contemplativa que hacen precisamente del silencio y la soledad su forma particular de seguimiento de Cristo. No es la única manera de seguir al Señor: de hecho hay tantas formas de vida consagrada que despliegan en la urgencia misionera, en la actividad docente, o sanitaria, o evangelizadora su página de fidelidad. Pero tenemos esa otra, tan especialmente querida por la Iglesia desde siempre, que coincide con lo que los contemplativos viven en sus respectivos claustros. Bienvenidas estas hermanas a Valdediós, donde Dios continuará escribiendo con ellas los renglones que nos llenarán de paz el corazón, de esperanza la mirada, para llenar de alegría la ciudad en la que cada uno de nosotros ama, ora y trabaja.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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