sábado, 2 de julio de 2016

Comentario a la Palabra. Por Fr. Gerardo Sánchez Mielgo O.P.


1ª) ¡Poneos en camino!

¡Poneos en camino! El relato se entretiene en recoger los consejos que Jesús da a sus enviados. Entre los judíos existían también los shelajim o enviados de los rabinos. Jesús ha adoptado el talante de la itinerancia para extender el Evangelio del Reino. Los discípulos, invitados a imitar a su Maestro en sus gestos, su estilo de vida y sus palabras, han de aprender el mismo género de vida. Por eso son enviados pronto para que consigan una práctica y una seguridad en vistas a la misión. El evangelista Mateo recoge también estas enseñanzas (Mt 10). En la época de Jesús, el judío que quería conocer la ley de Dios buscaba un maestro (rabí*) entre los escribas, y aprendía de oyente y disputando en el círculo de los discípulos, hasta que llegaba a ser maestro con plena autoridad. Jesús, en cambio, llama él mismo a los discípulos y no les exige el estudio de la Ley, sino el seguimiento personal con disponibilidad para la pobreza y el sufrimiento, a fin de anunciar así, como él mismo, la llegada del reino de Dios. Jesús ofrece garantías y advierte de los peligros: seréis como corderos entre lobos, sed cautos y prudentes; no llevéis talega ni alforja, confiad en la Providencia, porque el Padre no os abandonará; saludad con la paz, porque sois mensajeros de paz y concordia. A los que les llegue el anuncio y lo reciban descansará sobre ellos la paz. Bien sabe Jesús que no les faltará la incomprensión e, incluso, la persecución. Cuando escribe Lucas su evangelio, la Iglesia ya ha vivido muchos años de experiencia en la misión en el mundo. Y muchos han muerto ya mártires por la causa de Jesús. Sabemos que el relato evangélico hay que leerlo, por lo menos, en dos planos: el que corresponde al Jesús histórico viviendo entre los hombres, y el que corresponde a la Iglesia y al tiempo del evangelista. El relato refleja los peligros y las garantías de la misión en tiempo de Jesús y en tiempo de la Iglesia. Por eso estos relatos siguen teniendo vigencia y fuerza hoy. Lo que ocurría entonces sigue ocurriendo ahora. El Evangelio sigue hablando a los discípulos de Jesús que viven hoy en el mundo. El apóstol ha de vivir desprendido de todo, expuesto a la persecución, pero lleno de confianza en la Providencia.

2ª) ¡El obrero merece su salario!

Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan: porque el obrero merece su salario... y decid: «Está cerca de vosotros el Reino de Dios». Es una característica de la itinerancia viajar con poco equipaje. Lo más imprescindible. En tiempo de Jesús había otros movimientos que ejercían también un cierto tipo de itinerancia, incluso entre los griegos. Jesús la propone como una forma nueva de proclamación y expansión del Evangelio. El Evangelio es para todos y necesitan oírlo todos los hombres. Los evangelizadores, les dice Jesús, debéis tener confianza plena en la Providencia. Debéis dedicaros al reino de Dios porque el resto se os dará por añadidura. Al apóstol y evangelizador les pide Jesús dos actitudes complementarias: por una parte, dejaos cuidar según las posibilidades de los que os reciben, comiendo y bebiendo lo que os ofrezcan. No debéis exigir nunca nada. Y, por otra, no caer en la tentación del prestigio y del poder. La evangelización no es un ejercicio y ostentación de oratoria. Bien es verdad que la presentación del Evangelio debe hacerse con un estilo sobrio, limpio y agradable. Pero nunca la ostentación, porque la fuerza y eficacia del Evangelio radica en sí mismo. La palabra anunciadora lleva en su misma entraña la energía suficiente para transformar al mundo y a los hombres. Los instrumentos deben conducir la atención hacia el Maestro. Él es el único Salvador. Escribe Pablo a los Corintios: No nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor, y no somos más que servidores vuestros por amor a Jesús (2Cor 4,5). Entonces como ahora se corre el peligro de colocar al orador en vez del anunciado. Buscar el reconocimiento, el aplauso y la complacencia no favorecen la verdadera evangelización. Pero la evangelización exige la puesta a contribución de todos los dones recibidos para que sea creíble y acogida.

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