sábado, 16 de julio de 2016

Reflexiones a la Palabra. Por Fray Gerardo Sanchez Mielgo O.P.



1ª) ¡Marta o la generosidad y entrega en el servicio a los otros!

Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio. Es oportuno hacer notar ahora que estas dos hermanas constituyen el motivo de un relato doble: uno lo encontramos en Juan 11 y el otro en Lucas (este fragmento de hoy). Pero ambos personajes no significan lo mismo en los dos autores. Para Lucas, lo acabamos de ver, Marta simboliza o expresa la dedicación al servicio hasta el agotamiento. María simboliza la actitud del discípulo que escucha atentamente y contempla. En el relato joánico aparecen las dos hermanas en dos relatos distintos: el primero, con motivo de la resurrección de Lázaro (Jn 11) y el segundo al recordar la unción en Betania (Jn 12,1-8). En el primero, Marta representa a la creyente fiel en la resurrección escatológica y futura; una creyente en Jesús como el que tenía que venir a este mundo. Marta, como Tomás, son para el autor del cuarto evangelio, el modelo del creyente (no incluimos al discípulo amado). En el segundo, Marta aparece consagrada al servicio (como en el relato lucano), y María consagrada a la atención delicada para con Jesús mismo ungiéndolo con exquisito perfume en vistas a la sepultura. En lo que al relato de Lucas se refiere, Marta aparece como la entregada al servicio. Tarea necesaria y urgente. En un marco de oración, como es en el que aparece este episodio, es necesario tener en cuenta la finalidad del mismo. El servicio es necesario, pero no es el valor supremo. Jesús sirvió hasta el don de la vida propia, pero había otro plano superior: la intimidad con su Padre del que está pendiente y procura hacer siempre su voluntad.

2ª) ¡María, sentada a los pies de Jesús, escuchaba y contemplaba!

La presentación narrativa de estos rasgos atribuidos a María nos lleva al mundo de las escuelas rabínicas del tiempo de Jesús. Los discípulos se sentaban en el suelo (habitualmente), en forma de círculo, alrededor de su maestro. Así sentados escuchan atentamente las enseñanzas del maestro que luego comparten en sus discusiones (Mc 3,34-35). María es entendida en la Iglesia primitiva como una discípula perfecta de Jesús. Y aquí convergen las representaciones lucana y joánica, pero con atribuciones a personas distintas: Marta, en Juan; María en Lucas. Sabemos por el relato bíblico en su conjunto que escuchar la Palabra de Dios es tarea de especial importancia y relevancia. María representa a lo mejor del pueblo de Israel, que es invitado a escuchar atentamente la palabra de Dios (Lc 11,27-28). Es la mejor respuesta a Jesús, Maestro y Predicador o Anunciador del reino. Con su actitud, María nos invita a entrar en el terreno de las bienaventuranzas o congratulaciones de Jesús. Y ésta de la escucha de la Palabra tiene un carácter especial. Es necesario recuperar en nuestro mundo la capacidad de contemplar y escuchar la palabra de vida que transmite Jesús a través de su Iglesia y de sus discípulos. Muchas dificultades encuentran el hombre y la mujer modernos para entrar en el santuario íntimo y perder algún tiempo en holgarse en el Señor, escuchando y contemplando su palabra.

Dile que me eche una mano... Eligió la mejor parte. Una lectura atenta del relato evangélico en su conjunto nos certifica que Jesús mismo supo armonizar las dos realidades y las dos tareas: durante el día se dedicaba intensamente a anunciar el reino con gestos y palabras; las gentes se agolpaban a su alrededor y no le dejaban tiempo y tranquilidad ni para comer. Pero a la vez leemos repetidamente en el relato evangélico que se retiraba habitualmente al monte (durante la noche o, incluso, durante el día), a la soledad, para dedicarse a la oración con Dios, es decir, al diálogo íntimo con Él. De tal manera que es necesario afirmar que no ha habido un modelo de oración que pueda superar a Jesús. Jesús es, por tanto, modelo de servidor hasta la muerte y modelo de oración permanente. Por eso, es necesario deducir del Evangelio que tanto Marta como María tienen una tarea y una misión que en este relato aparecen divididas, porque son personas limitadas. El ideal es que con las dos pudiéramos conseguir una síntesis: dedicarse al servicio fraterno y a la vez a la alabanza divina. Como hace María cuando visita a Isabel, que sabe conjugar las dos tareas. Es necesaria la síntesis: la acción, si le falta la experiencia íntima de la oración, esta vacía; a la oración, si le falta la acción del servicio fraterno, carece de expresión significativa. Pero cada uno recibe una tarea en la que se intensifican algunos de estos aspectos. A partir del ejemplo de Jesús podemos deducir que en la Iglesia es necesaria la síntesis, pero sumando personas diversas, dada la limitación humana. En el tiempo son necesarias las dos tareas; en la eternidad sólo permanecerá la contemplativa.

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