martes, 28 de julio de 2015

Celebramos hoy a San Melchor de Quirós, el único Santo asturiano


En una pequeña aldea, Cortes, del concejo asturiano de Quirós, el año 1821, nace San Melchor de Quirós. Un tío suyo sacerdote que regenta una parroquia cercana le instruye en las primeras letras. A os catorce años se desplaza a Oviedo. Estudia en la Universidad de esa ciudad Filosofía y Teología con vistas a ser sacerdote en aquella diócesis. Cuando estaba en los últimos años de teología decide incorporarse a la Orden Predicadores. Esto le obligó al terminar sus estudios e incluso tras ser durante algún tiempo profesor en la Universidad a desplazarse al único convento de dominicos que las leyes desamortizadoras habían tolerado e España, el de Ocaña.

Toma el hábito y empieza el noviciado en agosto de 1845. Un año después se compromete definitivamente con la Orden. El 29 de mayo de 1847 sería ordenado sacerdote. Sólo nueve meses después sería destinado a Manila. Embarcará un siete de marzo de 1848. Con él otros cuatro dominicos navegaron durante cinco meses y medio. El día de Santiago desembarcaron en la capital de las islas Filipinas.

Se le propone ser profesor en la reconocida universidad de Santo Tomás de Manila que los dominicos habían fundado y era, y es, el centro católico de más prestigio del Oriente. Manifiesta, sin embargo, su deseo de siempre de ser misionero y los superiores respetan esa decisión.

Las misiones a las que quería ser enviado eran las de Tung-King, como entonces se llamaba el Vietnam de ahora. Si por algo se significaban esas misiones era por el hecho de que el misionero se jugaba la vida, a causa de las oleadas de persecuciones que de vez en cuando desataban las autoridades políticas.

Llegado a Tung-King tuvo que enfrentarse antes de nada con el aprendizaje de la lengua anamita. No debió tardar mucho en hacerse más o menos con ella, porque a los pocos meses estaba ya ejerciendo el ministerio pastoral, es decir: oyendo confesiones, predicando. Pronto se le nombró Vicario General del Vicariato oriental.

La situación de persecución se agudizó y generalizo. Lo que hizo que la Iglesia quisiera que, junto al obispo titular, se consagrara también uno coadjutor. Así en el caso del martirio del obispo, la iglesia no quedaría nunca sin pastor. Mons. José María Díaz Sanjurjo fue delegado de la santa Sede para elegir y consagrar un obispo coadjutor. Y eligió al que todos esperaban que lo fuera, Fray Melchor García Sampedro.

San Melchor de Quirós comenzó su actividad como obispo a los 34 años. Difícil fue su ministerio. Mons. Melchor, ahora un personaje, por su condición de obispo y por la admiración de sus fieles, encontraba realmente difícil no ser reconocido por los perseguidores. Sin embargo su ministerio le obligaba a desplazarse de comunidad cristiana en comunidad cristiana. El martirio estuvo siempre en sus deseos más profundos. De momento le tocó presenciar cómo fieles cristianos, sacerdotes, catequistas iban siendo martirizados. Él pudo contar el encarcelamiento, los sufrimientos y el martirio del obispo titular, hoy San José María Díaz Sanjurjo. Tuvo lugar e 20 de julio de 1957.

Fue un tiempo, lo relata el mismo San Melchor de Quirós de desplazamientos camuflado, vestido como un hijo de aquella tierra, a pie descalzo, o en pequeñas barcas...; de catequesis durante las noches, de misa antes de amanecer. Todo ello viendo cómo la persecución se iba llevando a catequistas, sacerdotes fieles...Se sentía casi con mala conciencia por ver que el martirio no le llegaba a él, que tenía como misión alentar esa fe que a otros les había supuesto ser asesinados.

Se le busca ansiosamente para acabar con su vida. Tuvo que realizar un duro discernimiento, ofrecerse él a quienes lo buscaban o seguir ocultándose. El mismo refiere lo que llama el "purgatorio" de no saber qué hacer. Pero, sin necesidad de salir al encuentro de quienes le buscaban el 13 de mayo escribe a la autoridad de la Orden en España, despidiéndose con estas palabras "Si ésta es la última, hasta el cielo. Adiós”.

De acuerdo con la estrategia que, como hemos dicho se seguía, tuvo que proceder a elegir entre los sacerdotes uno que la Santa Sede nombrara obispo coadjutor. Eligió a Fray Valentín de Berriochoa, vasco de Elorrio. Un mes después San Melchor fue hecho prisionero. Se le acusaba de haber entrado en aquel país sin permiso y de ser el jefe de quienes atentaban contra el emperador Tu-Duc. Siendo cierta la primera razón, fray Melchor manifestó siempre un cuidado interés en quedar fuera de las decisiones puramente políticas y en respetar la autoridad política. En las numerosas cartas que se conservan nunca se encuentra alusión, y menos crítica, a asuntos puramente políticos.

Fue su sucesor Mons. Valentín, así como otros sacerdotes, quienes han contado con todo detalle su arresto, su traslado a la capital de la provincia y su terrible martirio. Pocos martirios podemos ver en actas de mártires que hayan alcanzado la crueldad del infligido a san Melchor. Extremidades descoyuntadas para atarlas a estacas que estaban a mayor distancia de lo que permitían sus brazos y piernas, para luego ser cortadas sus extremidades con un hacha sin filo. Los testigos relatan incluso el número de golpes que fue necesario dar a sus rodillas, a sus brazos para cortarlos. Le abrieron el vientre y finalmente le cortaron la cabeza. Era el 28 de julio de 1858. Tenía el santo 37 años

Será su sucesor, San Valentín de Berriochoa, comentará cómo se cumplió en aquellas tierras una vez más que la sangre de mártires es semilla de cristiana. "Por muchos años que hubiera vivido el santo obispo fray Melchor desarrollando su conocido celo apostólico difícilmente hubiera convertido al cristianismo más que los que convirtió con su martirio", dice el santo.

Cuando llegó a Asturias la noticia del martirio de san Melchor aún vivían sus padres. Sus restos llegarían años después. Hoy se veneran en la catedral de Oviedo.

Pío XII le beatificó junto a su predecesor, José María Díaz Sanjurjo el 29 de abril de 1951. El 19 de junio de 1988 fue canonizado por Juan Pablo II, junto con otros ciento dieciséis mártires de la Iglesia Vietnamita. El mismo papa los proclamó patronos de esa iglesia.

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