jueves, 16 de julio de 2015

Cosas de la señora Demetria. Por Jorge Glez. Guadalix


Verano de 1988. Calor para aburrir en un mes de agosto tedioso. Estaba un servidor entonces en una parroquia de barrio humilde y funcionábamos en un bajo adaptado con la mejor voluntad. Las tardes se desgranaban sin mayor pena ni gloria. Aún algo de gente en las misas dominicales. Los laborables… ¡ay los laborables!

Cada tarde, en misa, celebrando el santo sacrificio, la señora Demetria y un servidor.Demetria, además, y por más detalles,completamente sorda. Un día se me acercó y me dijo: “mire usted, aquí hace mucho calor y vengo yo sola, así que váyase a su casa o a su pueblo, descanse y yo ya iré a otra parroquia a escuchar misa el día que quiera. Total, para una persona, no merece la pena…”

Claro que merece la pena. Porque celebrar la misa a diario no es simplemente un servicio para gente devota, es asegurar la celebración de la eucaristía cada día en la parroquia. Más aún, con cien feligreses, con Demetria sola, o incluso sin Demetria, ¿cómo dejar que la parroquia esté aunque fuera un solo día sin la celebración de la santa misa?

Hablé con la buena de Demetria un ratillo, a voces, eso sí, que la sordera era de aúpa, para tratar de hacerle comprender el enorme servicio que ella prestaba a la parroquia. Su presencia, tarde tras tarde, era la presencia de tantos feligreses que, sin saberlo, sin ser conscientes, eran los beneficiarios de aquella celebración en la que día tras día pedíamos por esa parroquia que estaba naciendo. Tan en serio se lo tomó, que no solo no faltaba ni un día, sino que además convenció a alguna vecina para que la acompañara.

Misas entrañables de tarde de agosto con un curita joven empapado en sudor en aquel bajo, una Demetria anciana y sorda, y alguna vecina despistada pero que se venía por pasar el rato y hacernos compañía. En medio de esa debilidad, el Señor repartiendo su Palabra, su Cuerpo y su Sangre.

La Iglesia estoy convencido que si se mantiene, y se mantiene, por mucho que aparentemente sea gracias a la obra del Espíritu en el santo padre, obispos y sacerdotes, es gracias a las Demetrias que en tardes de agosto acuden a misa a su parroquia de barrio en un prefabricado tantas veces penoso,a las Charos que en sus Navalafuentes respectivos abren y cierran cada día su templo y lo mantienen como un sol, a esas Rafaelas que no callan pero que a la vez se emocionan y tienen un fondo tierno que les da un poquito de vergüenza mostrar, a los Manolos siempre disponibles, a losmonaguillos que no pierden la sonrisa.

Demetria falleció al poco tiempo en un hospital madrileño para enfermos crónicos y terminales. Por cierto, cada día se desplazaba kilómetros hasta allí en autobús otra anciana, la señora Trini, para acompañarla y darla de comer.

¡Ay qué sería de la Iglesia sin el tesoro de gracia que reparten estas gentes!Silencio, sencillez, bien obrar, caridad que sale naturalmente. Lo que se ven son otras cosas. Es igual. Ya se sabe que los grandes tesoros suelen estar muy escondidos.

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